el personaje de la semana

Rodrigo Rato, de pura casta

Fue uno de los cachorros de Fraga, la mano derecha de Aznar, unas personalidad en Washington, el amigo de Alierta y de Botín. Pero hoy cae sobre él la ignominia y el rechazo social. Rodrigo Rato es el símbolo de los grandes aprovechados de la crisis.

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POR JUANCHO DUMALL

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Si hay alguien que represente lo que Pablo Iglesias, líder de Podemos, denomina la casta, ese es Rodrigo Rato. Quien fuera ministro de Economía y vicepresidente del Gobierno de José María Aznar (de 1996 al 2004) es la expresión de la élite política que ha transitado sin pudor de lo público a lo privado a golpe de contrato blindado. El escándalo de las tarjetas en negro de Caja Madrid puede ser el final de la escapada de este profesional del poder.

Igual que en las familias de la nobleza medieval funcionó el reparto de funciones -un hijo a la armas y otro al monasterio-, los Rato decidieron un día que mientras Ramón continuaba los negocios familiares, Rodrigo (Madrid, 1949) se dedicaría a la política. Su debut fue discreto. Se presentó a diputado por Alianza Popular en las elecciones legislativas de 1979. No salió elegido. No era fácil que un señorito como él fuera muy votado en la circunscripción de Cádiz, la de más paro de España. Pero, lejos de desanimarse, Rato supo subir escalones a la sombra de Manuel Fraga, genuino representante de la derecha dura. A la segunda, en 1982, obtuvo escaño en el Congreso, posición que no abandonaría hasta el año 2004.

Su olfato le dijo que el sucesor de Fraga no podía ser otro que el joven José María Aznar. Fue una apuesta ganadora que le convirtió en uno de los hombres de confianza del nuevo líder conservador. ¡Bingo! En 1996, tras la victoria del PP sobre el desgastado PSOE de Felipe González, se convirtió en ministro de Economía. Desde ese puesto pudo desplegar toda su influencia para que emergiera la nueva casta. Con las privatizaciones de las grandes empresas públicas (Tabacalera, Telefónica, Repsol, Argentaria, Endesa, Iberia), Rato (y, por supuesto, Aznar) puso al frente de los más importantes consejos de administración del país a un grupo de directivos que iban a marcar el rumbo de la economía española. Eran los tiempos de la llamada cultura del pelotazo.

Sobresaliente cum laude

El buen ciclo económico internacional permitió al tándem Aznar-Rato juguetear con la idea del milagro español, un largo periodo de crecimiento que se prolongó hasta el estallido de la crisis, en el 2008. El mismo Rato, licenciado en Derecho, aprovechó sus años de Gobierno para convertirse en doctor en Economía Política. Su tesis, calificada, faltaría más, con sobresaliente cum laude, era un autoelogio ya desde el título: El ajuste fiscal: un modelo explicativo del crecimiento de la economía española en la segunda mitad de los noventa. Fue uno de los momentos de máximo esplendor. Sin embargo, todo se torció en la segunda legislatura de Aznar. El hundimiento del Prestige (noviembre del 2002), el accidente del avión Yak-42 (marzo del 2003) y el apoyo a la guerra de Irak plasmado en la llamada foto de las Azores (marzo del 2003) erosionaron enormemente al Gobierno del PP. Rato seguía navegando sobre las olas, impulsado por el crecimiento económico. Y cuando Aznar anunció que no optaría a un nuevo mandato, su nombre apareció enseguida en la terna de posibles sustitutos, junto a los de Jaime Mayor Oreja y Mariano Rajoy.

No tuvo suerte Rodrigo. Su derrota política vino acompañada de un tremendo incidente en Barcelona. El 12 de marzo del 2004, un día después del atentado de los trenes de Atocha, Rato participó en la manifestación de repulsa celebrada en Barcelona. La tensión por la gestión que del atentado hizo el Gobierno era enorme. Rato, junto al entonces presidente del PP catalán, Josep Piqué, fue increpado y tuvo que refugiarse en un párking. «Nunca pensé que nos odiaran tanto», dijo entonces.

Espantada en el FMI

Pero lo peor para él estaba por llegar. Primero vino un nombramiento de campanillas: director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), cargo que abandonó en una espantada mal explicada y que no tenía precedentes. Pero no se quedó en paro. Sus viejos amigos de la casta le abrieron todas las puertas. Le esperaban los mejores sillones de entidades como el Santander y Criteria. Pero eso era poco. Él era un ejecutivo. Así que en enero del 2010 tocó techo al convertirse en presidente de Caja Madrid. La burbuja había estallado, las cajas tenían los pies de barro, pero él, el gran autor del milagro español, podría con todo.

Hoy se sabe que Rato, además de su supersueldo, a pesar de su nefasta gestión en Caja Madrid y Bankia, gastó 44.000 euros con una tarjeta black (en negro), buena parte de ellos en disposiciones en efectivo, viajes de esquí, billetes de avión, bebidas alcohólicas, restaurantes y compra de objetos religiosos.

Es muy probable que el gran Rodrigo Rato se vea por ello ante un tribunal y que sea expulsado del PP. Su final será el de toda una época sobre la que podría escribirse la cara B de su tesis doctoral. La que habla del saqueo de las arcas públicas, de una enorme estafa a la sociedad por un grupo de personas que se creyeron intocables.