'Quo vadis', fútbol?

El fichaje del director general de Umbro por parte del Manchester United en 1997 revolucionó el sector. Estábamos ante una prometedora profesionalización del fútbol hasta que Abramovich compró el Chelsea. Clubs en manos de jeques y multimillonarios que bus

'Quo vadis', fútbol?_MEDIA_1

'Quo vadis', fútbol?_MEDIA_1

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Sir Bobby Charlton calificó de vulgar el traspaso de Cristiano Ronaldo al Real Madrid por 80 millones de libras.  Gerardo, Tata, Martino describió el fichaje de Gareth Bale por el Real Madrid como una falta de respeto con el mundo en que vivimos (por ese importe puede erradicarse la polio en Pakistán). El presidente del Bayern, Uli Hoeness, definió que los clubs ingleses simplemente muñen a sus fans. Hoy el sector económico del fútbol profesional ofende el pudor empresarial.

El fútbol es el mayor sector del ocio mundial, con 265 millones de practicantes en el campo, más millones de seguidores desde el sofá con el mando de la tele o la PlayStation. Un universo que se revolucionó con el fichaje, en 1997, del directivo Peter Kenyon de Umbro por el Manchester United: el CEO, el director general de una multinacional, entrando en un club de fútbol. Suya es la primera revolución empresarial: habla de una industria de contenidos en plataformas, franquicias, segmentando el mercado para dirigirse a New York, Chicago y Los Ángeles. Empieza un proceso complejo, científico, de construir la marca Man Utd que arrastre a millones de fans que nunca pisarán Manchester.

La misma revolución en el fútbol español. Florentino Pérez gana las elecciones del 2000: Emilio Butragueño reconoció que la visión y estrategia empresarial de Florentino le convertían en «un ser superior, (…) un líder, estar al lado del cual es una enseñanza diaria». Algo similar a la junta de Joan Laporta en el 2003: un liderazgo populista basado en un elefante azul, junto con un equipo de profesionales liderados por el márketing de Sandro Rosell y el círculo virtuoso de Ferran Soriano.

Estábamos ante una prometedora profesionalización del fútbol, compitiendo ya a ámbito global con los deportes norteamericanos. Las marcas empezaban a ser relevantes mundialmente, y la Bundesliga llega a ser el 5% del PIB del país europeo más industrializado. Se pelea por estar en el top ten económico para jugar a la Champions de número  de fans globales, asociación con marcas comerciales, y coberturas televisivas non-stop. Un nuevo modelo de éxito en gestión empresarial… hasta que Román Abramovich compra el Chelsea, gusta de mostrarse en la tribuna y su excelente entrenador conquista un título.

El invierno llega al fútbol profesional en el 2005 y se extiende la falta de pudor empresarial. La primera tendencia es el lujo de multimillonarios comprándose juguetes en la vieja Europa: el 20% de los clubs europeos está en manos de extranjeros, y crecen. El magnate de Abu Dabi Mansour bin Zayed Al-Nayan compró el Manchester City poniendo como benefactor 565 millones, el Chelsea puede perder 195 millones de libras en una temporada, y el PSG puede llegar a comprar a todos los centrales brasileños internacionales. Añadamos que el 58% de los clubs ingleses de la Segunda División inglesa son propiedad de millonarios de Hong Kong, Tailandia y Malasia. Y que en España ya tenemos vicisitudes varias con Peter Lim en el Valencia, o propietarios italianos y japoneses de clubs como el Málaga, Granada y Sabadell.

La segunda tendencia es el desprecio por el viejo aforismo de que una empresa debe obtener beneficios: hoy todos estos clubs juegan a potenciar el mayor ingreso posible. La explicación es que están construyendo marca para un nuevo escenario global, aunque sin ninguna métrica ni vía de rentabilidad futura. Una estrategia es simplemente no pagar impuestos: una deuda pública de más de 700 millones de euros en España, que ha crecido más del 200% en los últimos 10 años. Cariñosamente los expertos califican esta situación de flexibilidad con el fisco, privilegio y cariño hacia el sector. Una situación con dos lecturas: o como dice el consejero del Recreativo de Huelva: «Hacienda busca casos ejemplarizantes, mostrando su hostilidad hacia este deporte». O simplemente pornografía económica financiera pura y dura.

Los ingresos nunca se llegan a corresponder con obtener beneficios. Buscamos justificaciones perversas de mercado, competitividad, retorno a largo plazo, mientras vemos cómo la Generalitat Valenciana puede llegar a perder más de 100 millones de euros por los avales proporcionados a cuatro clubs de la comunidad. El escenario real es que nos hallamos ante inversores que lo que buscan es un divertimento o una plataforma de visibilidad. Ejemplos no nos faltan: las colaboraciones con gobiernos discutibles como el de Catar; la dejadez que el multimillonario Dmitry Rybolovlev tiene con su AS Mónaco, olvidándose del club para pagar un divorcio de 3.270 millones de euros; o la penalización de la UEFA al PSG por no respetar el Financial Fair Play Regulation con una multa al todopoderoso propietario Qatar Investment.

Se trata de un sector insostenible económicamente, con jeques y seudomillonarios jugando por el momento. Sin embargo, lo más obsceno es que la situación financiera de los clubs no afecta a los sentimientos de sus aficionados, de sus clientes: es una droga pura, sin sustitutivos, que hemos convertido en una fábrica infinita de contenidos. Nadie abandona a su club por una pésima gestión, sino que atacamos la hostilidad que nos muestra la economía.