Las propuestas macroeconómicas

GUILLEM LÓPEZ-CASASNOVAS

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Hoy es bastante complejo seguir la evolución de la economía si, además del  interés académico, se asume la responsabilidad de presentar propuestas para que se tomen decisiones de política económica. La globalización tiende a crear interdependencia entre acontecimientos y ciclos, algunos procedentes de la geopolítica. La información que se requiere para acercarse a la realidad es voluminosa y no está al alcance de cualquiera. Ya no digamos si, además, la economía evoluciona a golpe de rumores, pactos opacos y manipulaciones consentidas.

Por esta razón hay macroeconomistas que evitan hacer pronósticos sobre la enfermedad (la prognosis) y se amparan en sus modelos teóricos como únicos elementos de referencia, por poco realistas que sean, para no estirar más el brazo que la manga, negándose a ofrecer propuesta a costa de su notoria irrelevancia. Muchas de sus conclusiones dependen de hipótesis que, a menudo, se simplifican en exceso para convertir en operativos, matemáticamente, aquellos modelos.

Tras esta premisa, es posible que su contribución y análisis sobre la mejora del bienestar siga siendo mucho mayor que la de quienes expenden recetas sin fundamentos, instalados en los prejucios derivados de la mala ciencia o buscando, simplemente, ser coherentes con lo que predicaron en el pasado.

La prensa económica, los blogs especializados y  los análisis de organismos económicos internacionales ofrecen estos días su particular lost in translation (pérdidas, en traducción literal)  en que se encuentra  la macroeconomía.

Cambio de tesis

Antes se decía que toda la crisis era de oferta, de costes, competitividad y balanza de pagos;  hoy parece que estamos ante un problema de demanda. Austeridad y consolidación fiscal eran los mantras de ayer. Hoy entran en revisión para volver al fomento del consumo. También de reprobar que la autoridad supervisora bancaria [el BCE]  entra en terrenos desconocidos, alejados de la ortodoxia monetaria. Donde dije Diego...

Algunos expertos en macroeconomía postulaban hace poco  que no había que financiar el déficit aportando más dinero a cambio de deuda. Ahora defienden lo contrario.  Todo depende de si la realidad se ajusta a sus modelos. Hace tiempo que ante las habituales controversias de los macroeconomistas recomiendo analizar, observar, y aplicar el sentido común buscando políticas basadas en la evidencia.

De cuanto he digerido, destaco la propuesta de Giavazzi y Tabellini para relanzar la economía europea. Se trataría de llenar los bolsillos de la gente mediante la reducción de impuestos, en una cantidad acordada y por un tiempo limitado. Sin afectar al gasto público, que no es oportuno porque aumenta el déficit.

Este déficit podría ser suscrito por el BCE, que emitiría deuda propia por el mismo valor, a largo plazo y a tipos de interés de mercado, que hoy  son muy bajos. La prima de riesgo debería ser conjunta de la eurozona, no la que correspondería a cada país por separado. La propuesta suena a eurbonos, aunque ese dinero no alimentaría el gasto público.

Con este modelo, la reducción fiscal afecta a quienes hoy por hoy son los que pagan impuestos. No se trata de alimentar el consumo público, el gasto de las administraciones, porque en este caso suelen aumentar irreversiblemente. La propuesta es que una parte de las rentas de los ciudadanos se vean temporalmente liberadas de su carga fiscal. Que unos consuman más equivale a que otro producen más. De la misma manera  que las importaciones de unos equivalen a las exportaciones de otros.       La mutualización (deuda compartida de los países) puede acarrear ganancias recíprocas, pero no por la vía de los postulados keynesianos de los gobiernos, que son típicos de otras épocas, sino por la racionalidad individual.

Tras mis lecturas y cavilaciones  he concluido que las propuestas que anteceden me parece que conforman la política económica más adecuada a corto plazo. Todo sea para evitar una nueva recesión. Dicho sea de paso, más vale que España no saque pecho, porque nuestra economía es de las que más dependen de cómo vayan las otras. Así de mayúsacula es nuestra debilidad.