Intangibles

La inútil inmolación de Jordi Pujol

JESÚS RIVASÉS

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Jordi Pujol, durante 23 años president de la Generalitat, ha intentado autoinmolarse con la confesión de una serie de «errores» como él los llama, pero que también podrían ser fraude e incluso delito fiscal. La confesión, que intentaría proteger y justificar a sus hijos, no solo no lo logra, sino que además deja en el aire más interrogantes de los que responde.

En primer lugar, si como afirma el exhonorable el dinero que estaba en Andorra, ahora regularizado, era desde hace tiempo de sus hijos, él está libre de polvo y paja. Nadie defrauda por un dinero que no posee. Pudo haberlo hecho en el pasado, pero no ahora y por eso de las irregularidades -acaben con la tipificación que acaben- deben responder sus hijos. Sin embargo, la opacidad de las explicaciones de Pujol alimentan todo tipo de teorías, algunas de las cuales sí implicarían al político retirado.

Jordi Pujol i Soley, en teoría, recibió una herencia de su padre, Florenci Pujol, con el mandato de entregársela a su mujer y a sus hijos cuando estos fueran mayores de edad. Además, también tuvo que percibir la parte de la «legítima», que podría haber formado parte de lo transmitido a sus hijos o no. Si, como parece plausible, ese fue el procedimiento, en algún momento, Pujol transmitió a sus hijos esas sumas y esa transmisión tendría la consideración fiscal de donación, algo que implica liquidar impuestos. Si todo eso se hizo cuando los hijos de Pujol ya habían alcanzado la mayoría de edad, esa donación se habría tenido que declarar y liquidar -es decir, pagar- ante la hacienda de la Generalitat, ya que entre las primeras transferencias traspasadas en la transición figuraban las de los impuestos de sucesiones y donaciones. Es decir, Jordi Pujol habría incumplido sus obligaciones fiscales ante la misma Generalitat que presidía, ante la que, ni él ni sus hijos, habrían declarado durante años ese patrimonio que, además, mantenían oculto fuera de España. Y el que todo estuviera a nombre de sus hijos es lo que le permitió decir a Pujol no tenía cuentas fuera del país; es decir, una verdad a medias, que es la peor de las mentiras. La confesión de Pujol, muy calculada para evitar otros daños colaterales/familiares que no le resultará fácil eludir, llega después de muchos meses de complicaciones fiscales de sus hijos. Hace más de un año, en los primeros meses del 2013, la Agencia Tributaria comenzó a enviar requerimientos a los hijos del expresident para que justificaran ingresos y operaciones que, en principio, no estaban muy claras para el fisco que, cuando pone en marcha su maquinaria, puede ser lento pero también es imparable. Pujol, sin duda, fue un político notable, pero no ha sido un contribuyente modélico y su pretendida autoinmolación se ha quedado en un intento, con explicaciones poco creíbles, de proteger a los suyos tan desesperado como inútil. Y además, se ha llevado por delante su figura y quizá su proyecto político.