APRESTO DOMINCIAL

El desafío de gobernar el euro

A la moneda única no la mata la recesión sino la falta de una política fiscal común

JOSEP-MARIA URETA

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Estamos de suerte: la implantación del euro, con su período transitorio entre 1998 y 2001, ha recorrido el 2015 sin ninguna referencia de aniversario para desplegar grandes reportajes y suplementos. El período de gracia se acabará el 31 de diciembre, el día anterior a a los 15 años del acceso universal al euro en billetes (cajeros) y monedas (bares). El adiós a la peseta.

Quedarán esas pequeñas historias en el ámbito de la microeconomía, las relaciones diarias de compras y ventas entre consumidores. Pero subsiste, y de qué manera, el debate sobre si la adopción del euro fue una decisión acertada. Los políticos de la época siguen sin dudarlo, porque actuaban bajo la influencia de la caída del muro de Berlín y bajo la influencia de un cuarteto irrepetible: KohlMitterrand, Delors, Felipe González. Pero los economistas de la misma época también advertían de los riesgo de acelerar la adopción de una moneda común europea. Ni caso. Así, el euro se concretó en Maastricht en diciembre de 1991, con un periodo de transición de 10 años, que ya es dar margen suficiente. La política marcaba el paso, pese a que los teóricos de la economía - siempre en referencia a los solventes- seguían advirtiendo de que ese proyecto presentaba riesgos si no se adoptaban medidas complementarias de coordinación de políticas nacionales.

La ensoñación de moverse por el vasto territorio europeo sin necesidad de cambiar monedas, para los consumidores -las líneas aéreas de bajo coste hicieron el resto- y la estrategia empresarial de pymes y multinacionales hicieron el resto. Solo faltaba, para consolidar la idea, que durante un tiempo el euro y el dólar equivalían 1 a 1 en el mercado de cambios.

Hasta que llegó la prueba de resistencia (stress test), término que no debe limitarse al sistema bancario. También vale para decisiones de estrategia económica de cada país.

Resistió la moneda (el tipo de cambio sigue a favor del euro en el 1/1), pero no resistieron los países que la adoptaron en su primera etapa. Es cuando reaparecieron los economistas macro, los de economía política, para recordar que avisaron del mal modelo. No se puede tener una moneda única y 17 gobiernos que la usan según sus propios intereses electorales y ciclos económicos. Sin que la autoridad única de la moneda (Mario Draghi, en este caso) tenga un poder limitado de advertir a cada país -no al conjunto, porque rige la soberanía de cada uno- de que debe cambiar sus políticas de gobierno.

Aquí está el punto débil, enfermedad crónica en términos médicos, del edificio del euro: a moneda común, política fiscal común, con los márgenes que se quiera.

Cuatro catedráticos de Economía (Antoni Castells, Josep Oliver, Emilio Ontiveros, Martí Parellada), coordinados por la profesora Gemma García (UB), han elaborado el análisis y explicación, muy asequibles, de la mala gobernación europea desde los años de esperanza de finales del siglo pasado. Desde el 2012 difunden sus opiniones en europeG (www. europeg.com). El último, por qué no ha funcionado el euro y los riesgos de que colapse (para deleite del dólar, libra, yuan, yen...).

La Gran Recesión iniciada el 2008 equivale al viejo refrán no  hay mal que por bien no venga. Es hora de responder a la moneda común con una política fiscal común.

La propuesta de europeG, aparte de un sugerente impuesto de sociedades a escala europea para ajustar las diferencias de políticas nacionales, es que aparezca un mecanismo estabilizador europeo. Si ya lo tiene el euro, significa que también es posible.