Marta Etura: "Me escandaliza que elijan a las actrices por el número de seguidores en Twitter"

La actriz donostiarra estrena la comedia romántica 'Sexo fácil, películas tristes'

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JUAN FERNÁNDEZ

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Que contenido y continente no siempre se correspondan depara sorpresas que en el ámbito de la interpretación cotizan como tesoros. Hay actrices y actores cuyos cuerpos y expresiones faciales determinan, para bien y para mal, sus carreras. Imposible, en esos casos, escapar a la rotundidad de un físico contundente o a la ingravidez de una presencia tan lánguida que temes que se la lleve el viento. En otras ocasiones, detrás de ciertas apariencias marcadamente definidas se esconden matices que a simple vista no te esperas. Marta Etura (San Sebastián, 1978) pertenece a esta categoría de actrices cargadas de un trasfondo de pigmentos que su aspecto no delata.

Dotada de un atractivo natural situado en las antípodas de cualquier sofisticación, incontestablemente bella pero sin ofender, sus formas y su tamaño menudo sugieren una levedad que su filmografía, llena de papeles frágiles, no desmiente. Sin embargo, en persona la actriz transmite la intensidad de una central eléctrica. Vivaracha, simpática y enérgica, con una sonrisa color miel tan luminosa como acogedora, Etura despliega en carne y hueso una vehemencia que no es proporcional a la impronta de chica tranquila que ofrece en la pantalla. Ella misma se encarga de advertirlo: “Soy muy inquieta y apasionada. No sé quedarme parada, necesito estar siempre haciendo o inventando algo”, afirma.

Hay actrices cuya implicación en su oficio se limita a los renglones que tienen asignados en los guiones que les ofrecen. No les incumben otros asuntos. Marta Etura es el reverso de ese perfil. “Enamoradísima” de su trabajo, actriz por los cuatro costados y muy comprometida con su profesión, la donostiarra persigue a sus amigos guionistas para sugerirles que escriban historias que encarnar en el cine, se anima a dirigir teatro cuando pasan demasiados meses sin que el teléfono suene y se interesa por los pormenores de su sector hasta el punto de ejercer de vicepresidenta de la Academia del Cine durante una legislatura, entre el 2011 y el 2014. Como para fiarse de la imagen quebradiza que de lejos se deduce de ella.

En su haber hay que anotar algunos rasgos destacados. Como su querencia por los realizadores neófitos. No dudó en aceptar ser conejo de indias de Daniel Sánchez Arévalo en 'Azuloscurocasinegro' (2006), ni de Kike Maíllo en su original 'Eva' (2011). Antes lo había sido de los también debutantes Eduard Cortés, con quien rodó 'La vida de nadie' (2002), y Pablo Malo, en cuyas manos se puso en 'Frío sol de invierno' (2004).

Apostar por los valientes

Tamaña afición a la savia nueva no es casual. “A veces me reprochan que trabaje con tantos directores noveles y que me meta en proyectos que no se sabe cómo van a acabar, pero esto forma parte de mi manera de entender mi trabajo. Me gusta apostar por los valientes, por los que arriesgan. Siempre lo he hecho y espero seguir haciéndolo. El resultado luego puede ser el que sea, pero valoro que alguien se atreva a hacer algo nuevo, diferente, original. Hay que arriesgar y probar”, proclama.

De la mano de otro novato en la gran pantalla, el argentino Alejo Flah, Etura regresa a la cartelera. En la comedia romántica 'Sexo fácil, películas tristes', rodada entre Madrid y Buenos Aires, la actriz da vida a Marina Vidarte, una joven que se enamora fortuitamente del guapo Víctor Montero (Quim Gutiérrez). En realidad, el romance no es sino la creación literaria de un guionista de cine (papel encarnado por Ernesto Alterio), cuya vida también naufraga entre desamores.

“Cuando leí el guion, me llamó la atención ese juego de capas que se superponen. Me recordó a cosas parecidas que han hecho realizadores como Woody Allen e Ingmar Bergman. Me sumé al proyecto por eso y por la honestidad del director, que ha hecho una película muy bonita y sencilla, sin mayores pretensiones. Se trata de pasar un rato agradable en el cine disfrutando de una comedia sentimental que habla de relaciones humanas. No es mal plan”, explica.

Catorce años y una veintena de películas tras su debut, Etura sigue conservando con el cine una relación orgánica, olfativa, de piel. Su prueba del nueve para averiguar si un guion le interesa o no continúa siendo hoy la misma que cuando empezó: “Lo detecto en la primera lectura, que es la importante, porque ahí no estoy contaminada. Llego virgen a la historia y lo que siento en ese momento se parece a lo que va a sentir el espectador cuando vea la película. Si me emociono, él se emocionará; si me intriga, él se intrigará”, razona.

Pagar las lentejas

A golpe de intuición, Etura ha construido una filmografía variada de cuyos renglones no se siente orgullosa por igual. “A veces tuve que hacer películas en contra de lo que me decía el corazón porque hay que pagar las lentejas. Y otras veces, sencillamente, me confundí. Pero no rechazo ninguno de los trabajos que hice, porque en todos aprendí. Es más, creo que las películas que menos me gustan son las que más me enseñaron. Y dudo que haya algún actor con el currículo impecable”, declara.

Nominada al Goya cuatro veces ('La vida de nadie', 'Para que no me olvides', 'Azuloscurocasinegro' y 'Celda 211'), consiguió hacerse con la estatuilla por su trabajo en la premiada película carcelaria de Daniel Monzón, pero sus cuentas personales, asegura, son otras. “Los premios son una alegría que dura un día. El verdadero premio para mí es que me den un personaje complejo, difícil de pulir, que me obligue a crecer como actriz”, afirma antes de poner a Meryl Steeep, uno de sus “referentes”, como ejemplo para explicar qué significa esa expresión tan recurrente entre los que se dedican a la interpretación. “La ves en sus primeras películas y la ves ahora y notas que no ha parado de investigar para mostrar matices nuevos. Eso es crecer como actriz. Hay actores que descubren una forma de trabajar y de ahí no salen, se quedan en lo seguro. Lo respeto, me parece bien, pero a mí me gusta arriesgar, aunque a veces pueda equivocarme”. 

Marta creció en una familia ajena al mundo de la farándula. Hija de una decoradora y un abogado con negocios en el campo de la náutica, en casa alzaron las cejas cuando la oyeron decir que quería ser actriz. Con 17 años, aterrizó en Madrid para probar su sueño. “Pero mi padre quería un título, así que por las mañanas estudiaba cine y las tardes las pasaba en la escuela de interpretación de Cristina Rota. Ese era el pacto”, recuerda. Se curtió en salas alternativas de teatro hasta que Joaquín Oristrell le dio a probar el cine en 'Sin vergüenza' (2001).

Un sufrimiento que no se ve

Desde entonces apenas le ha faltado trabajo, pero su percepción de estos años de celuloide es cualquier cosa menos glamurosa. “La gente nos ve en la alfombra roja con vestidos monísimos y piensa que nuestra vida es así, pero no es cierto. Detrás hay un sufrimiento que no se ve. Todo es muy inseguro y vives con la incertidumbre constante de que la industria deje de contar contigo en cualquier momento”, advierte. A Etura la tienen mosqueada algunas situaciones que últimamente observa en la profesión. “Ocurren cosas extrañas. De pronto te enteras de que el criterio para elegir a una actriz en una película no es lo bien o mal que trabaje, sino el número de seguidores que tiene en Twitter, porque se supone que eso garantiza un impacto mediático. Me parece escandaloso”, denuncia.

Ella no tiene cuenta en Twitter y su perfil de Facebook lo lleva su representante. Acaba de abrirse un Instagram, que le divierte por la posibilidad que ofrece de andar enredando con la fotografía, pero se declara cualquier cosa menos una adicta a las redes sociales. “Ya me siento suficientemente expuesta con mi trabajo como para abrir más ventanas de mi vida al exterior. Esas herramientas sirven para promocionar las películas, pero no pueden convertirse en la vara de medir de la profesión. La esencia es interpretar, trabajar, demostrar el talento. No puede ser que haya grandes actrices, muy consagradas, que te digan, como a mí me han confesado: ‘No me llaman porque no estoy en las redes sociales”.

A pesar de su juventud, Marta Etura se alinea con la vieja escuela. “Soy de las que piensan que el trabajo llama al trabajo. En mi caso, siempre ha sido así. Los realizadores me buscaron porque me vieron en mi película anterior y les gustó cómo actuaba, no porque sea más o menos conocida. Puede que ahora haya otras reglas, pero lo mío es el cara a cara, sentarme delante del director y trabajar el personaje hasta darle forma. Es lo que conozco, y lo que me gusta”, explica.

Junto a 'Sexo fácil, películas tristes', Etura tiene pendiente estrenar este año la próxima película de Joaquín Oristrell, 'Hablar', y la serie de televisión 'El incidente', de Antena 3. Se ha prodigado poco en la pequeña pantalla –ha tenido papeles episódicos en varias series y participó en 'Vientos de agua', de Juan José Campanella, serial que acabó siendo maltratado por los programadores-, un distanciamiento que achaca a que no le han faltado los guiones de cine, su escenario favorito, aunque reconoce que en la tele hay planteamientos que no comparte. “Volvemos a lo mismo: prima la cantidad sobre la calidad. Se hacen ficciones pensando en cuánta audiencia pueden atraer en vez de centrarse en que la historia sea buena. En la tele se arriesga demasiado poco”, opina.

Mi trabajo es público; mi vida no

Lo que garantiza la tele es fama. Si estuviera en las redes sociales, Marta Etura comprobaría cómo su lista de seguidores se dispara el día que Antena 3 empiece a emitir la serie, pero la actriz tiene claro dónde acaba el territorio del personaje y empieza el de la persona. “Yo no soy un personaje público, hago un trabajo público, que es distinto. Pero algunos periodistas se han inventado una trampa: como sales en los medios, tengo derecho a entrar en tu vida privada. Y no lo admito”, afirma tajante.

La actriz ya sabe lo que es vivir con un paparazi en la puerta de casa y descubrir a un fotógrafo tras un arbusto de la playa. Que la primera sugerencia que propone Google tras escribir su nombre en el buscador sea Marta Etura y Luis Tosar hace que se le dibuje una sonrisa incómoda en la cara. “No me jode, porque él ha sido mi pareja durante mucho tiempo, es un pedazo de actor y forma parte de mi vida. Pero es injusto que lo primero que aparezca sea eso y no mi trabajo, porque me he currado mi carrera desde bien jovencita sin ayuda de nadie”.

Promete seguir haciéndolo. En los últimos dos años ha puesto en pie la obra de teatro 'Invierno en el barrio rojo', dirigida por ella misma, y el espectáculo 'Return', donde mezclaba la palabra con la danza, su otra gran pasión. Sin rodajes a la vista, sus planes inmediatos pasan por volver a indagar en ese territorio escénico y “seguir dando la tabarra”. He aquí Marta Etura fuera de los focos en todo su esplendor: “Estoy leyendo mucho teatro y novelas para buscar un guion. No para escribirlo yo, porque tengo amigos que lo pueden hacer por mí. No soy de las que se quedan en casa esperando una llamada. Antes prefiero dar yo el paso y generar movimiento y oportunidades. Tengo una personalidad muy inquieta, no lo puedo remediar”.