Joaquin Phoenix: una máquina en el amor

En su nueva película, 'Her', se enamora del sistema operativo de su ordenador. La extravagancia no es un freno para el hermano del fallecido River, un actor imprevisible

Joaquin en Her

Joaquin en Her / periodico

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Entre la prensa, a Joaquin Phoenix se le tiene cierto miedo: tiene fama de ser huraño, evasivo y volátil y, en general, un tipo difícil de entrevistar. Hace dos años, durante una rueda de prensa en la Mostra de Venecia, pasó el tiempo revolviéndose en su silla como un chiquillo aburrido, se encendió un pitillo, desapareció para dar un paseo y se negó a responder las preguntas que se le hacían. "Creo que tengo derecho a ser distante. Abrirse a otra persona es algo demasiado serio como para hacerlo así como así", afirma al poco de entrar en la 'suite' romana que hoy usa para atender a los periodistas, como si se sintiera obligado a mantener su reputación. Sin embargo, inmediatamente después, esta empieza gradualmente a desintegrarse y despejar el terreno a un hombre cálido y afable, que ríe casi constantemente emitiendo cacareos guturales. Su discurso está marcado por largas pausas, disculpas constantes y una reticencia a hablar demasiado de sí mismo que sugiere sincera modestia.

"Casi todas estas entrevistas están llenas de mentiras", lamenta de forma resignada. A menudo se echa la melena hacia atrás con las dos manos. Fuma como un carretero, a pesar del trancazo. "Lo voy a dejar", asegura antes de encenderse otro. "Los actores mentimos y decimos que nuestro trabajo nos afecta emocionalmente, porque es lo que la gente quiere oír. Pero yo he rodado muchas escenas pensando: '¿Qué habrá de almuerzo en el catering? Tengo que salir de aquí ya mismo".

Sea cual sea el método de Phoenix, está claro que le funciona. Después de haber dado vida al infame emperador Cómodo en 'Gladiator' (2000), o al mismísimo Johnny Cash en 'En la cuerda floja' (2005) o, especialmente, al dañado acólito de una secta sospechosamente parecida a la Cienciología en 'The Master' (2012) –por todos esos papeles fue nominado al Oscar–, se ha confirmado como el actor más valiente e imprevisible de su generación, capaz tanto de la más absoluta contención como de una desarmante vulnerabilidad. En ninguno de esos papeles, en todo caso, había rastro de la ternura que el actor derrocha en su nueva película, desde el próximo viernes en las salas españolas. En algún lugar entre la sátira filosófica y el relato romántico, Her se sirve de una premisa demencial –un hombre solitario que se enamora del sistema operativo de su ordenador–, no solo para resultar conmovedora, tierna, melancólica, sexy y muy, muy divertida, sino también para explorar la esencia de lo que significa amar. "¿No es el amor totalmente subjetivo?", se pregunta Phoenix mientras aplasta otra colilla en el cenicero. "Quiero decir que hay muchas relaciones en el mundo que yo podría considerar cuestionables, pero que para muchas otras personas serían del todo aceptables, y viceversa. Y eso dice la película. Dice: si lo que sientes es real para ti, ¿a quién más le importa?".

Paso adelante en su carrera

Confiesa que trabajar para el director Spike Jonze en 'Her' ha sido un paso adelante en su carrera tan grande como lo fue hacerlo con Paul Thomas Anderson en The Master. "Son dos de los grandes autores americanos actuales, y no creo merecer trabajar con ellos", explica. La modestia de la que hablábamos. "No tengo ni idea de cine. Me gustaría poder decir que veo cine serio, pero me gustan las comedias de pedos". Se describe a sí mismo como un niño grande y culpa al trabajo de ello. "Tenemos a gente que nos viste, que nos trae el café, que nos dice constantemente qué buenos somos. Somos unos malditos malcriados". Phoenix cumplirá 40 años el próximo mes de octubre.

¿Algún rastro de crisis de la mediana edad? "Todo lo contrario", afirma rotundo. "Siempre he pensado que la edad aporta mejores papeles. Cuando tenía 20 años, por ejemplo, no podía esperar a cumplir los 30, porque cuando eres más joven se da demasiada importancia a la apariencia física. Cuando te haces mayor, tienes más espacio para explorar, así que estoy entusiasmado con lo que me espera a partir de ahora". Con un poco de suerte, quizá logre revivir lo que sintió la primera vez que se puso frente a una cámara, a los 7 años. "Era tan emocionante vivir momentos que no eran reales pero que parecían absolutamente reales, que sentí como si todo mi cuerpo estuviera vibrando”, recuerda. “Desde entonces, sigo persiguiendo repetir esa sensación".

Sus padres, Arlyn y John Phoenix, se conocieron haciendo autostop en California en 1969, y no tardaron en construir una familia a razón de un hijo cada dos años, hasta cinco. Joaquin, el tercero, nació en Puerto Rico, donde la familia se había instalado tras entrar a formar parte de la polémica secta Hijos de Dios. Sin embargo, regresaron a Los Ángeles mucho antes de que el grupo se derrumbara envuelto de acusaciones de escándalos sexuales y maltratos infantiles. Allí, los niños empezaron actuando en la calle a cambio de unas monedas hasta que sus padres empezaron a llevar a los cinco de audición en audición. "Estábamos realmente en la ruina, de modo que cada vez que íbamos a un rodaje nos volvíamos locos con todas esas bandejas de comida, nos abalanzábamos sobre ellas. Y todo el mundo era tan amable...", recuerda Phoenix.

Primeros papeles

Sus primeros papeles los obtuvo en episodios de 'Canción triste de Hill Street' y 'Se ha escrito un crimen'. Con el tiempo, sus huidizos ojos azules, las sombras oscuras debajo de ellos y la cicatriz que se curva sobre su labio superior lo convertirían en el actor idóneo para dar vida a seres melancólicos y atormentados. En todo caso, lo que en última instancia le granjeó la fama de actor torturado no sucedió frente a la cámara sino en la calle: la llamada telefónica que hizo a la policía al ver que su querido hermano mayor, el actor e icono trágico River Phoenix, moría a las puertas de un club de Los Ángeles a causa de una sobredosis. La llamada fue transmitida y retransmitida durante días en los telediarios.

Fue entonces cuando empezó su relación problemática con la prensa: los periodistas querían saberlo todo de él y él no quería saber nada de ellos. Empezó a refugiarse en su trabajo y a desaparecer cada vez más en el interior de sus personajes. Se sumergió tan profundamente en el papel de Johnny Cash que no solo aprendió a tocar la guitarra y cantar, sino que también adquirió un problema con la bebida. "Solía tomarme el trabajo tan en serio que hacer cine dejó de divertirme. Me pasaba los rodajes comiéndome la cabeza mientras mis compañeros de reparto se iban de fiesta a seducir chavalas. Lo peor de todo es que sabía que eso era lo que yo mismo debería estar haciendo, pero no podía".

En ese sentido, 'I’m still here' (2010) fue como un punto de inflexión en su carrera. Falso documental rodado a las órdenes de su mejor amigo, el actor Casey Affleck, hermano de Ben y marido de Rain Phoenix, hermana de Joaquin. En él, Phoenix anunciaba al mundo que iba a dejar de actuar y a convertirse en un cantante de rap, a pesar de no poseer ninguna habilidad discernible para ello. Durante el rodaje de la película, se dedicó a aparecer en público con una barba salvaje, el pelo enmarañado e inquietantes gafas de sol, y culminó su performance haciendo una aparición en 'El show de David Letterman' durante la que pareció perder la cabeza en vivo y en directo.

Construirse de nuevo

Aquello no solo le permitió regodearse en su intensidad actoral por una vez, sino también reírse de ella. "Sentí que rejuvenecía como actor", reconoce. "Me dio la oportunidad de derribarlo todo y así poder construirlo de nuevo. Porque una vez que has experimentado el fracaso, incluso si es autoimpuesto, tienes dos opciones: puedes dejarlo o puedes luchar para regresar", opina Phoenix. "Tener que probarme a mí mismo otra vez fue exactamente lo que yo necesitaba".

Ahora bien, pese a asegurar que 'I’m still here' es la película que más le ha ayudado a crecer como intérprete, también confiesa que llegó a creer que ese proyecto destruiría su carrera. "Pensé: 'Mierda, van a creer que soy un tarado de verdad y nadie jamás querrá volver a contratarme. He invertido mi propio dinero en esta película y ahora perderé mi trabajo y mi casa".

En lugar de eso, se ha convertido en el actor con quien los grandes cineastas americanos quieren trabajar. Él no puede evitar mostrar cierto escepticismo ante ello. "Si doy un paso atrás y echo un vistazo a lo que hago para vivir, por lo general me siento tan ridículo que me resulta difícil que no se me escape la risa". Pero qué le va a hacer si el trabajo le apasiona, y prueba de ello es que incluso ahora, tres décadas después de su debut en pantalla, actuar le sigue haciendo perder los nervios. "Todavía siento nauseas el día anterior al rodaje y sufro una taquicardia durante semanas. Tengo que ponerme parches en los sobacos porque sudo tanto que, si no, me estropeo todas las camisas. Es pura ansiedad, y me encanta".