Fuera de combate, una doble biografía con 'punch'

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JUAN FERNÁNDEZ

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Hace 90 años no había redes sociales, ni clubs de fans, ni programas de máxima audiencia en televisión, pero igualmente había ídolos populares capaces de paralizar una ciudad con el anuncio de una aparición en público tras alcanzar la categoría del mito gracias al boca a boca y al poder evocador de la leyenda. Como si un dios menor se hubiera precipitado sobre la Tierra, el boxeador vasco Paulino Uzcudun logró a finales de la década de los años 20 del siglo pasado que 40.000 donostiarras se tiraran un día a la calle para recibirle a su vuelta de una triunfal gira de combates por Europa. Algunas crónicas llegaron a hablar de 100.000 seguidores locos por ver en persona al que en esos momentos pasaba por ser el hombre más fuerte del continente.  

La escena la describe el escritor Joxemari Iturralde (Tolosa, 1951) en su libro 'Golpes de gracia' (Malpaso), donde relata la ascensión a los cielos y la caída en desgracia de los dos boxeadores vascos más famosos del primer tercio del siglo XX, Uzcudun e Isidoro Gaztañaga, quienes al atractivo de ser el Messi y el Ronaldo de la época, capaces de concitar devociones como estrellas de rock, añadieron el morbo de tener vidas paralelas y cruzadas al mismo tiempo. 

Los dos nacieron y crecieron en el mismo ambiente rural de los caseríos del interior de Guipúzcoa, separados por apenas 10 kilómetros de distancia y seis años de diferencia de edad. Los dos alcanzaron la gloria y conocieron días de vino y rosas tras cambiar las hachas de cortar troncos por los guantes de boxeo. Y si bien se admiraron mutuamente y fueron grandes amigos durante buena parte de sus vidas, acabaron enfrentados como enemigos irreconciliables a pesar de no haber chocado nunca sus puños encima de un ring. También compartieron un final igual de triste, aunque cada uno a su manera. “La de Uzkudun y Gaztañaga es una historia de ambición, éxito, celos, traición y decepción. La historia de dos juguetes rotos de aquella época”, resume Iturralde. 

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CAMBIAR EL HACHA POR LOS GUANTES

Cuenta el autor de 'Golpes de gracia', cuyas páginas se leen como una novela y no como una doble biografía, que se sentía obligado a contar sus vidas después de haber crecido oyendo anécdotas sobre ambos de boca de los lugareños que los conocieron y trataron. Al relato oficial de sus éxitos deportivos, objeto de henchidas crónicas periodísticas de la época, aquellas revelaciones personales añadían matices que dotaban a los personajes de una dimensión humana compleja y plagada de sombras que no habían trascendido más allá de las tertulias locales. “En el fondo, fueron dos pobres hombres, dos aldeanos dotados de una fuerza física descomunal que les llevó a disfrutar de los mayores lujos de la época, pero sin la cual jamás habrían salido del caserío donde nacieron”.

No era otro el destino que aguardaba a Paulino Uzkudun. Nacido en 1899 en la aldea de Regil, a 20 kilómetros de Tolosa, en su familia llamó pronto la atención la facilidad que tenía el menor de los nueve hermanos para manejar el hacha, un don que empezó a aprovechar pronto como cortador de troncos en las ferias de las comarcas cercanas. Pero a aquel incipiente 'aizkolari' se le cruzó por medio un dato que acabó cambiándole la vida. “Cuando supo que en los combates de boxeo pagaban 2.000 pesetas por aguantar medio minuto recibiendo golpes encima de un ring, lo tuvo claro. Ese dinero era más de lo que ganaba un leñador cortando troncos en el monte durante un mes”, cuenta el autor. 

En el ascenso de Uzkudun y Gaztañaga a la gloria del boxeo hay una figura clave que ejerce de catalizador de sus biografías: el doctor Ladislao Goiti, que fue el descubridor de ambos y el encargado de impulsar sus respectivas carreras pugilísticas. Asesorado por Goiti, Uzkudun empezó a ganar combates, uno tras otro, más por la fortaleza de su físico que por su dominio de la técnica. En 1924 se proclamaba campeón de España de los pesos pesados y dos años más tarde se hacía con el trono europeo. 

BALAS PERDIDAS

Había nacido la leyenda del 'Leñador de Régil' y 'El toro vasco', los apodos con los que empezó a protagonizar triunfales veladas de boxeo por ciudades de toda Europa antes de embarcarse rumbo a Estados Unidos para continuar incrementando allí su historial de victorias y amasando dinero. Iturralde es muy gráfico al describir el impacto que causó en el púgil el descubrimiento de la vida de lujos que aguardaba al deportista de élite. “Cuando se vio rodeado de mujeres, vinos caros, cochazos y viajes en trasatlánticos, se quedó como las vacas que ven pasar el tren desde el prado: alucinado”, cuenta el autor. De pronto, las estrellas de Hollywood llamaban a su puerta en los hoteles más caros de Nueva York, Hemingway se interesaba por él y hasta Al Capone le abría las puertas de su mansión. Con la fanfarronería de los nuevos ricos, tras cada gira volvía a casa cubierto de abrigos de piel, agarrado del brazo de imponentes damas y con la dentadura llena de dientes de oro y platino.

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“Para que un ascenso social tan rápido no te lleve por delante, has de tener la cabeza muy bien amueblada, pero no era ese su caso”, apunta Iturralde. Menos aún lo era en el caso de Gaztañaga, descrito por quienes le conocieron como “un auténtico bala perdida”. Con unos rasgos que podrían haberle permitido triunfar como galán de cine, el boxeador de Ibarra –la localidad guipuzcoana donde nació en 1905–, iba a encontrar en las mujeres y las jaranas a su talón de Aquiles. “Era potentísimo, mejor boxeador aún que Uzkudun, pero era un pobre diablo, un botarate. Después de vencer un combate importante, era capaz de irse tres días seguidos de juerga y perdía tanto la forma que a continuación le derrotaba cualquier contrincante de segunda. A la semana siguiente, herido en su orgullo, se revolvía y vencía al más fuerte. Era un desastre”, describe el autor.

CAMBIO DE IDEOLOGÍA RADICAL

En el libro de Iturralde, las andanzas de Uzkudun y Gaztañaga se cuentan en 26 capítulos titulados con nombre de mujer. Dice el autor que es un guiño al influjo que las féminas tuvieron en las vidas de ambos, aunque lo que verdaderamente pasó por encima de sus biografías como una locomotora fue la brutal historia del siglo XX. El estallido de la guerra civil llevó a Uzkudun de mostrar simpatías hacia la República a hacerse el falangista más radical del momento. Se contaron de él hazañas poco honrosas, como que usaba a los presos del Frente Popular como espárrins para sus entrenamientos, aunque el dato no está confirmado. Lo que sí es seguro es que se entrenó para participar en una operación que pretendía liberar a José Antonio Primo de Rivera de la cárcel de Alicante donde estuvo preso durante la contienda. El régimen franquista le agradeció su fervor político erigiéndole en ídolo nacional. Sus conquistas deportivas ocuparon infinitos minutos del NODO en los años y décadas siguientes.

La guerra pilló a Gaztañaga en América, de donde ya no volvería jamás. Su pista se pierde en 1944 en una taberna de mala muerte de la frontera entre Argentina y Paraguay, donde una disputa con un marido celoso se resolvió con tres balazos en su barriga. Uzkudun murió en 1985, aunque sus últimos diez años los pasó postrado, víctima de una parálisis y sin apenas recordar sus triunfos deportivos. Los dos se llevaron a la tumba el contenido de la discusión que mantuvieron una noche de borrachera en Nueva York, a partir de la cual dejaron de ser almas gemelas para convertirse en los peores enemigos que había sobre la Tierra. 

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