Frédéric Beigbeder: "Me siento como un vampiro"

El escritor francés novela en 'Oona y Salinger' el romance entre la hija del dramaturgo Eugene O'Neill y de un Salinger muy anterior a 'El guardián entre el centeno'

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ELENA HEVIA

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Asegura que se ha enmendado. Pero ¿cómo creerle? Lo dice con una media sonrisa esquinada y ese aire tan 'nonchalance' pero encantador que caracteriza a Frédéric Beigbeder, el más publicista de los literatos o el más literato de los publicistas. Es sabido: Beigbeder (Neuilly-sur-Seine, 1965) trabajó un tiempo en una gran agencia y luego lo echaron de allí a patadas acusado de “desprestigiar” a la profesión publicitaria con '13,99 €', la novela que lo catapultó a la fama.

Por eso no es raro que las ingeniosas frases de sus libros sean tan memorables y contundentes como sus eslóganes comerciales. El “Mírame a los ojos” sobre el pecho de Eva Herzigowa enfundado en un Wonder Bra, sin ir más lejos. Beigbeder, gran compinche de Houellebecq, es el rey de la ligereza y asume que no cuenta con el respecto de la crítica más intelectual. Pero gran militante del 'je m’enfoutisme' (el pasotismo a la francesa), eso no le ha impedido escribir con seriedad –eso hay que reconocérselo– un buen puñado de novelas autobiográficas, entre narcisistas y autocompasivas, que dirían sus detractores, y algunas, pocas, de estricta ficción. A veces esas dos vertientes se le enredan. Como en su última novela, Oona y Salinger (Anagrama), un intento de escribir sobre el casi secreto romance entre la bella y el 'enfant terrible' de las letras norteamericanos, que ha acabado siendo, ¡ay!, un retrato esquinado, una vez más, de sí mismo. 

CHICO MALOTE

De todo eso habla en la terraza del Instituto Francés de Barcelona una soleada mañana de invierno, en la que se despereza lánguidamente cerrando los ojos y haciendo el amago de tomar el sol. “¡Qué felicidad!”. No lo necesita. Luce un bronceado en el punto óptimo. Y asegura que mejor que el café que se le ofrece, lo ideal sería una raya de coca. Es una broma, claro está, pero perfectamente calculada frente a su audiencia. Beigbeder, chico malote, cumplió prisión en el 2008 por tenencia de drogas cuando una noche intentaba hacerse unas rayitas en plena calle de un barrio de moda parisino. Pero asegura que se ha reformado. ¿O no? Se ha casado, por tercera vez, con la modelo Lara Micheli, y tiene una niña de pocos meses que se ha quedado en París con la abuela. La pequeña solo podía llamarse Oona, que en gaélico significa única. 

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¿Por qué volver a hablar de mí mismo?”. Pone cara de estar falsamente compungido. “Intenté escribir por primera vez en mi vida de otras personas [eso no es cierto, pero lo dice con tal intensidad que es inútil contradecirle]. Lo intenté de verdad. Lo prometo. Desgraciadamente, durante el proceso de buscar documentación sobre las vidas de Oona y Salinger conocí en Suiza a la que ahora es mi esposa, y eso tuvo consecuencias, me obligó a hablar de mí mismo al final del libro. Pero quizá sea incapaz de escribir una novela de ficción. ¿Es eso de lo que me acusa? He fracasado, lo admito. Pero, en fin, me lo tomo como un cumplido”. 

¿COMO NO SE HABÍA ESCRITO ANTES?

La nueva novela nace de dos importantes fascinaciones del francés. La que se despertó a partir de la fotografía de Oona O’Neill que ahora puede verse en la cubierta del libro, la bella 'it girl' de los años 40, hija del famoso dramaturgo Eugene O’Neill, que fue un padre ausente. Y, naturalmente, de Salinger, su escritor de cabecera, a quien describe con 23 años, un Salinger antes de Salinger y por supuesto antes de 'El guardián entre el centeno', enamorado sin remedio de la joven Oona y, como consecuencia, románticamente decidido a luchar contra los nazis en Europa como cura para su desamor. “Cuando descubrí que Oona y Salinger habían tenido un romance de dos años antes de que ella se casara con Charles Chaplin, pensé que ahí había escondida una novela increíble. Ahí es nada: la hija del mayor dramaturgo americano tuvo que escoger entre el mayor escritor del siglo XX y uno de sus más grandes cineastas. No me podía creer que eso no se hubiera escrito nunca”. 

Nadie como el mundano Beigbeder para apreciar la volátil valía de la 'socialité' Oona, que a los 18 años se casó con un hombre de la edad de su padre, junto al que permaneció hasta que él murió, en 1977. Uno tras otro fueron llegando sus ocho hijos, y la bella en sus últimos años acabó perdiendo el brillo social, adicta a los antidepresivos. “Oona fascina por su belleza, que no es poco. Pero todos los hombres que la trataron la encontraron a la vez triste y brillante. Hay un vídeo en Youtube, una prueba que hizo como aspirante a actriz para una película, en la que se puede apreciar su encanto. Tenía una especie de imán para los genios. Orson Welles se enamoró de ella. Su mejor amigo era Truman Capote, que la utilizó como modelo para la Holly Golithty de 'Desayuno en Tiffany’s'. Es el perfecto ejemplo de la musa”.

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 También fue la inspiradora de las cartas todavía inéditas que Salinger le envió desde el frente y que Beigbeder, habitualmente tan ligero, ha tenido que inventar en su novela con una inusual carga dramática. “Más tarde, después de que publicara el libro en Francia, la familia Chaplin me dejó echar un vistazo a esa correspondencia y puedo decir que mis cartas imaginarias están bastante en sintonía con las verdaderas. En cierta forma, fue un alivio para mí, ya que me pasé todo el proceso de escritura del libro temiendo que Salinger fuera a venir por las noches, como el comendador de 'Don Giovanni', para llevarme al infierno. Así que no le podía tratar con frivolidad”, dice, consciente de que el libro no gustará a los herederos de Salinger, que por el momento se mantienen fieles en preservar bajo siete llaves la intimidad del autor, como era su deseo en vida. “La cuestión –plantea Beigbeder– es si la novela tiene el derecho a hablar de personas reales. Y yo creo que sí. Siempre que se haga con respeto y de la manera más documentada posible”. 

EL ESCRITOR MÁS EXHIBICIONISTA 

A priori se diría que, puesto a decidir con quién se identifica más, si con el exhibicionista Chaplin, el hombre al que siguen todas las cámaras, o con el hurón Salinger, Beigbeder, el escritor más exhibicionista de las letras francesas, va a escoger sin dudar al primero. “¡Ummm!, elegir entre el escritor que se esconde o el hombre más célebre del mundo… Difícil elección. Yo mismo me divido entre esos dos polos: una vida de soledad y escritura, otra expuesta a los programas de televisión y a entrevistas como esta”. Y, sin embargo… Cuesta imaginar a Beigbeder fuera del torbellino de París, en un refugio aislado, pero realmente existe. Está en Guetaria, en el País Vasco, donde asegura que se comporta como un ermitaño sin ver a nadie durante semanas. “De todas formas, no estoy muy seguro de que la pulsión de desaparecer sea menos vulgar que la de querer mostrarse. Creo que ambas tienen sus razones”. 

Beigbeder tiene ya una cierta experiencia en trasladar sus vaivenes sentimentales, que no son pocos, al papel. Lo hizo con  'El amor dura tres años', y ahora 'Oona y Salinger' ofrece, a modo de reflejo de aquel romance legendario, su propio encendido enamoramiento de Lara Micheli –otra seductora 'it girl'– que acabó en boda exótica en las Bahamas y que las televisiones y las revistas francesas siguieron con fruición. Recién cumplidos 50 años, dobla la edad a su joven esposa. “Ella me nutre de su entusiasmo, de su energía. Me siento como un vampiro que chupa la sangre de la joven virgen para conseguir la vida eterna”, dice visiblemente complacido recordando que Chaplin tenía 36 años más que su esposa, y que Salinger, el siempre inmaduro Salinger, tras el batacazo sentimental con Oona prácticamente solo se relacionó con jovencitas.

Pero se pone mucho más serio cuando se le pregunta por esa madurez a la que se ha resistido siempre y que, a la fuerza ahorcan, ha acabado por asumir: “Cuanto mayor me hago más me interesa el pasado y tengo una mayor sensación de empezar a formar parte de él. Por utilizar una expresión no muy agradable, temo convertirme en alguien que ya ha sido. Esa idea puede tener su belleza, pero, qué más puedo decir, que lucho desesperadamente para no morir, aunque sé perfectamente que eso acabará ocurriendo”. 

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El tema, ‘leit motiv’ nada oculto de la novela, le preocupa bastante. Como desvela el hecho de que en ella incluya una lista de parejas con diferencias de edad notable, desde Hugh Hefner y Cristal Harris (60 años) hasta Serge Gainsbourg y Jane Birkin (18 años), pasando por Frank Sinatra y Mia Farrow (30 años) o Humphrey Bogart y Lauren Bacall (25 años). “Mi teoría es que eso es bueno para las distintas generaciones. Dormir juntas las enriquece. Era algo que propugnaba Platón y yo estoy de acuerdo”. En su lista solo hay un caso a la inversa: una madura Colette 30 años mayor que su hijastro y amante, Bertrand de Jouvenel. “Sé que muchas veces se considera que una mujer mayor con un hombre joven es algo ridículo. Y yo digo que hasta que no deje de parecerlo no se habrá alcanzado el verdadero triunfo del feminismo. El ministro de Economía francés, Emmanuel Macron, está casado con una mujer 20 años mayor que él. ¡Y es un posible candidato a la presidencia! Claro que muchas veces en la pareja suele coincidir que el mayor suele ser el más poderoso socialmente, y eso me hace pensar en Madonna y sus recientes amantes. Pero en el amor nada es sencillo, se mezclan demasiadas cosas: la belleza, la inteligencia, la admiración, el poder… Por esa razón, si las mujeres quieren tomar el poder deberán empezar acostándose con hombre jóvenes”.