Conozca a Karlos Arguiñano como la palma de su mano

El rey del perejil publica nuevo libro de recetas. Lleva más 30, "que pueden ser 50 o 60", puntualiza él. El chef, en realidad, quería ser conductor de autobús

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ANA SÁNCHEZ

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DE ANTEMANO

“La izquierda es una mano lela”, dice al estirar la palma, nada más empezar. “Me escayolaron la derecha y para masturbarme era un desastre –se ríe–. Parecía que estaba echando una paja a un amigo”.

Karlos Arguiñano conversa sin filtros. Más que reír al hablar, él habla al reír, como si el jejeje fuera un motor de fondo. Tiene más chistes en la recámara que un humorista medio, pero se gana la vida entre fogones. “Desde la multiplicación de los panes y los peces, nadie ha llegado tan lejos dando de comer”, dicen de él. El rey del perejil lleva cerca de 5.000 programas de televisión, ha perdido la cuenta de los libros de recetas con su nombre. “Más de 30, que pueden ser 50 o 60”. Acaba de sumar otro a las estanterías con delantal: 'En familia con Karlos Arguiñano' (Planeta).

66 años. Vasco a primera vista. Nadie le discutirá que le echa huevos. “Yo soy muy de huevos [se ríe]. Tengo 200 gallinas en casa”. ¿Gallito? “Naaaa –responde–. No he presumido nunca de cacareo. Si eres pobre, feo, mal estudiante... Todo eso lo he pasado yo. Me lo he tenido que currar mucho”. Hijo de taxista y modista, ha terminado como sus platos: rico, rico. ¿La receta del éxito? “El cariño”.

Hombre de prontos, muy, muy cabezota. Nadie diría que llora en el cine como una Magdalena. Lo hace. Sensible, romántico y con conciencia solidaria. Lleva 42 años casado. “Con la misma, ¿eh?, todo el rato” [se ríe]. 7 hijos, 8 nietos. En la mesa se juntan 23. Con un tenedor en la mano le llaman “la trituradora”. “Tengo mucho apetito. Dicen que no hay nadie que sea feliz que tenga una cintura perfecta”. Y sí –se toca la cintura–, él es muy feliz.


Se ha hecho rico, rico.

Sí, sí, es verdad, me he hecho rico. Si trabajas mucho en televisión, te lo pagan muy bien. Y llevo tanto… He podido pagar todo.

Su madre le decía que era “un sin fundamento”.

Yaaaaa. 

Ahora le llaman “el cocinero del fundamento”.

Pero mi madre todavía me llama la atención.

A usted le han salvado las mujeres.

Sí, sin duda. Mi mujer, mi madre, mi abuela, mi suegra, las compañeras de trabajo.

¿De qué le han salvado?

De todo. Las mujeres son mucho más organizadas. Más serenas.

¿Y de qué le tienen que salvar a usted?

Un hombre es como una oveja. Vemos hierbita ahí y picamos ahí. Vemos hierbita allá y picamos allá. Nos tienen que ir manejando un poquito.

Su infancia no fue fácil.

No, no fue fácil. Y cuando en aquella época eras mal estudiante, no te daban buen trato. A mi madre aún se lo suelo recordar. Anda con muletas y me pegaba con ellas en las espinillas. Pero ahora dice que no.

De pequeño, se pasaba las horas buscando a alguien más cojo que su madre.

Me pasé años. Era muy coja, de esas que andan de lado a lado. Muy guapa, muy guapa. Pequeña, pequeña.

Por la polio.

Sí, por la polio. Cuando mi padre empezó a salir con mi madre, mi abuela le dijo: “Jesús, me han dicho que sales con una coja”. Y mi padre le contestó: “No te preocupes, mamá, que esta ya sé de qué pie cojea”.

¿El humor cura todos los traumas?

La mayoría. 

¿Y usted arrastra muchos?

No. 

Con la cantidad de chistes que cuenta.

Voy equilibrando [sonríe], voy equilibrando. 

Lleva tatuajes.

Dos. Aquí [se toca el pecho], un zorro, porque me mataba las gallinas. Lo maté yo y me lo tatué. Y aquí [en el hombro] llevo un pajarito con gorro de cocinero y perejil en el pico. Es mi anagrama: un petirrojo.

¿Su mayor pecado?

Los mayores pecados los habré cometido con mi pareja, como le pasará al 95% de los hombres. No grandes pecados, pero algún marrón por ahí sí que hay.

¿Dice mucho “lo siento”?

No. Dejo que…

Que se cure solo.

Sí, sí. Como las heridas.

¿Y se curan?

Probablemente ella no se olvide. 

¿La mayor locura?

Casarme al mes de licenciarme en la mili. Luego me ha ido bien.

Tenía 22 años.

Sí. Yo creía que era mayor y era un imbécil [se ríe]. Mi mujer está de acuerdo.

Solo usted podría resumir su vida con un chiste.

Yo le podría decir la diferencia entre los hombres y las mujeres: a las mujeres le salen los pechos con 14 años, y a los hombres, con 40. Y eso se lo puedo asegurar [carcajada].


De niño quería ser conductor de autobús.

Sí. Mi padre era taxista y me daba la sensación de que no se movía del pueblo. Yo quería ser conductor de autobús para ir hasta Lourdes [se ríe].

Volantazos ha dado.

Eso, de jovencito. 

A los 14 se hizo chapista: ponía puertas a trenes. Ahora vive a todo tren.

No, trabajo a todo tren. Vivo muy normal. Me levanto, camino un par de horas, voy a grabar, llego a casa, preparo la comida, a la tarde veo un poco de 'Zapeando' y voy al mercado. El abuelo hace vida de abuelo.

Tiene restaurante, programa, productora, escuela de cocina, 300 animales…

Sí.

Su marca de txacolí, una escudería de motos.

Sí. 

¿Usted qué es?

Soy de campo, en el fondo.

El secreto de su éxito en la tele, dice, es la falta de estudios.

Sí. Me hice cocinero porque era para lo único que no pedían estudios [carcajada].

Y era lo que quería ser.

Sí. Era lo que quería ser. Eso lo he cumplido con creces, ¿no?

¿Los cocineros no tienen más riesgo de quemarse?

[Enseña varias quemaduras en las manos]. 

¿Y por dentro?

No, no estoy quemado. 

Si no hubiera sido cocinero, habría sido peluquero de señoras.

Sí. Mi tía Pepi tenía una peluquería. Me daba puntito ver cómo lavaban las cabezas a las mujeres. Mi madre me amenazaba: “¡A la peluquería de tía Pepita a lavar cabezas!”. Y yo: “Joder, a ver si cae esa breva”.

Siendo cocinero, le habrán pillado con las manos en la masa.

Hombre… Normal.

¿Y en la otra masa?

A mí lo que más me ha gustado es levantarle la falda a una tía. Me parece un momento sublime. 

¿Y ha levantado muchas?

No, muchas no.

¿Entre 1 y 10?

Menos. Pero grande el momento. 

Fue a un curso de cocina para mujeres casaderas. Encontró profesión y mujer. 

La pescadera.

Lo que más le impresionó es cómo manejaba el machete.

Y cómo olía a pescado. A pescado fresco. Yo le quitaba las escamitas de las pantorrillas. ¡Con 18 añitos! Si estás con una ingeniera, ¿qué sabrás tú de escamas? 

¿Quién echó el anzuelo a quién?

Yo. Yo estaba todo el rato echándole el anzuelo. Cuando algo te gusta, tienes que volverte loco. Yo he insistido mucho, mucho. Sigo insistiendo todavía.

¿Sí?

Sí. Es pescadera fría. Pedazo de señora.

Hizo algún niño durante los silencios de ‘El loco de la colina’.

Sí. Paraba y… no arrancaba el cabrón. Me metía en unos líos de la hostia [ríe].

6 hijos.

Y ocho partos. Los dos primeros nos nacieron muertos con 7 meses. Un palo grande.

Luego llegaron 6, más una adoptada.

La tengo adoptada sin papeles ni nada. Me traje a una chavala de Argentina. Era, como dicen allí, la 'mucama' de la casa, de una familia desestructurada, y le cogí mucho cariño. Me la traje, hizo hostelería y está en el Arguiñano trabajando.

¿Sigue despertando a su mujer con el zumo recién hecho?

Todos los días de mi vida.

¿Todos?

Sí. Cuando he estado en casa, sí. Cuando he estado enfadado, también.