'El clan': secuestradores en familia

Un 'biopic' dirigido por Pablo Trapero cuenta la historia de los Puccio, una acaudalada familia bonaerense que, con la tapadera de una tienda de comida, escondía un negocio mucho más lucrativo: el rapto de conciudadanos pudientes

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NANDO SALVÀ

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Vistos desde el otro lado de la calle, los Puccio eran una familia de clase acomodada de lo más normal. Cierto que el padre, Arquímedes, era un hombre conservador y estricto, pero ese era un perfil habitual en la Argentina de principios de los años 80, recién salida de la dictadura. La madre, Epifanía, era maestra de escuela. Entre sus cinco hijos destacaba Alejandro, algo parecido a una celebridad en el mundo del rugby. Vivían en el barrio residencial de San Isidro, y regentaban un negocio de comida para llevar sito en el mismo edificio que posteriormente se convirtió en tienda de equipamiento deportivo para surfistas y esquiadores. 

La tienda la llevaba Alejandro, pero era Arquímedes quien pululaba a todas horas enfrente del establecimiento y del domicilio, barriendo. Los vecinos lo llamaban El loco de la escoba. No sabían que la limpieza no era su objetivo primordial: lo que el viejo pretendía era asegurarse de que desde la calle no se oyeran los gritos de las personas que tenían prisioneras en el sótano.

Porque, entre 1982 y 1985, el negocio más lucrativo de los Puccio fue otro, también mucho más tétrico: el secuestro de conciudadanos pudientes, con algunos de los cuales incluso estaban conectados en mayor o menor medida. Los raptaban y los recluían; después exigían un rescate a sus familias y, tras recogerlo, mataban a sus víctimas. No podían dejar pruebas. 

Cuando los crímenes de la familia finalmente salieron a la luz el 23 agosto de 1985, su última presa seguía amordazada y encadenada en la bodega; detrás de un armario, en un cuartucho diminuto, mugriento y sin ventilación, repleto de fardos de paja mojada que pretendían convencer a los infaustos inquilinos de que estaban en el campo. Cuando la policía irrumpió en la casa aquella noche, los vecinos al principio dieron por hecho que los Puccio habían sido víctimas de un robo. Nadie podía sospechar la verdad. 

RÉCORD DE TAQUILLA

“El caso de los Puccio marcó de forma muy honda a la sociedad argentina, pero, más allá de detalles policiales, nunca antes se supo mucho de las reverberaciones más profundas del caso”, explica el cineasta argentino Pablo Trapero, que hace unos años comprendió que aquella historia, tal cual, era como el guion perfecto de un musculoso 'thriller' político, y que prácticamente pedía a gritos que alguien lo rodara. “Supongo que la gente sentía la necesidad de conocer más”. Eso explica que ahora, 30 años después, 'El clan'sea ya la película más taquillera del año y el mejor estreno de la historia en Argentina; ni 'Avatar' recaudó tanto. Producida por los hermanos Agustín y Pedro Almodóvar, y tras pasearse triunfalmente por festivales como Venecia, Toronto y San Sebastián, llega el viernes,13 de noviembre, a España semanas después de conocerse que será la representante de su país en los Oscar.

Director de películas –'El bonaerense' (2002), 'Leonera' (2008), 'Carancho' (2010), 'Elefante blanco' (2012)– que retratan rincones moralmente oscuros de Buenos Aires y que señalan el fracaso de sus más sagradas instituciones, Trapero es sin duda uno de los directores argentinos esenciales. Reconstruir el relato de los Puccio no le resultó fácil. Dado que los miembros de la familia o bien han muerto o no hablan en público, para recrear sus relaciones tuvo que basarse en fotografías y cartas, y que llamar a muchas puertas para recoger testimonios fragmentados de allegados, víctimas, vecinos y representantes de la ley. Gracias a ellos supo que Arquímedes ayudaba cada tarde a sus hijas a hacer los deberes, y que las acompañaba a ellas y a su esposa cada domingo a misa. Las cenas familiares siempre empezaban con una plegaria, después, eso sí, de que el propio Arquímedes hubiera bajado un platito de comida al sótano para el huésped de turno.

CUATRO SECUESTROS

En total fueron cuatro secuestrados, de los que tres acabaron también bajo tierra. En julio de 1982 desapareció Ricardo Manoukian, hijo de empresario y compañero de Alejandro en el equipo de rugby. Días después de que su familia pagara 250.000 dólares a sus captores, el cuerpo apareció con tres disparos en la cabeza. En mayo de 1983 le tocó al ingeniero Eduardo Aulet: su cuerpo fue hallado cuatro años después. En junio de 1984 el empresario Emilio Naum paró el coche al ver que Arquímedes, a quien conocía, le hacía señas. Al darse cuenta de lo que sucedía, intentó resistirse y fue asesinado de un disparo. A Nélida Bollini, dueña de una funeraria, la cazaron justo un año después, un mes antes de que la policía, con la ayuda de conversaciones telefónicas intervenidas, les cerrara a los Puccio el negocio.

Lo que nunca llegó a cerrarse fue la inmensa herida que el caso abrió en la sociedad argentina, y así lo demuestra la 'pucciomanía' que parece haberse desatado en el país 30 años después. Además de 'El clan', una miniserie sobre los hechos protagonizada por Ricardo Darín ha sido recientemente líder de audiencia, y varios libros han visto la luz. Los más curiosos hasta pueden contratar una visita guiada a los alrededores de la casa en la que los Puccio vivían.

“Arquímedes no era un tipo loco a quien un buen día se le ocurrió empezar a raptar gente”, explica Trapero. “Se convirtió en quien era dentro de un contexto político muy específico”. Los Puccio, en otras palabras, no habrían sido posibles sin la dictadura, y sin una transición a la democracia durante la que aquellos alineados con el viejo régimen todavía operaban con impunidad.

ANTECEDENTES CRIMINALES

En efecto, el historial previo de Arquímedes ya apuntaba maneras. En 1963, mientras trabajaba de correo diplomático, fue detenido en un aeropuerto en posesión de 250 pistolas. Por entonces ya había formado parte de Tacuara, una organización católica de ultraderecha que ejercía la violencia contra comunistas, estudiantes combativos y judíos. Posteriormente, durante la década de los 70, fue miembro de los escuadrones de la Secretaría de Inteligencia o SIDE, algo así como la CIA argentina, y la Alianza Anticomunista Argentina o Triple A –de hecho, en 1973 había sido acusado de secuestrar a un empresario, pero el caso fue sobreseído por falta de pruebas–. Tras la dictadura, oficialmente desmantelado el aparato represor, siguió trabajando como 'freelance', protegido por los oficiales de alto rango que seguían operando en el nuevo Gobierno. 

De hecho, es imposible no establecer paralelismos entre las siniestras actividades de la familia y las de la Junta Militar que gobernó a Argentina entre 1976 y 1983, y que torturó e hizo desaparecer a todo aquel vagamente sospechoso –hasta 30.000 personas– de tener tendencias subversivas. Para conseguir el apoyo de sus hijos, especialmente Alejandro, Arquímedes recurría al soborno y la intimidación, y a la postre se justificaría usando los mismos argumentos autoritarios empleados por los generales para justificar su conducta sobre el pueblo. Y sus víctimas, atrapadas a oscuras y obligadas a escribir cartas a sus familias dictadas por Arquímedes, evocan inequívocamente a los miles de desaparecidos. La historia de los Puccio es la de una sociedad que decidió esconder sus miserias y mirar para otro lado, que se permitió tener criminales furtivos dentro del Estado y cómplices activos y pasivos en los vecindarios.

LOS HIJOS

Cuando fue detenido aquella noche de agosto al intentar cobrar un rescate de 250.000 dólares, Arquímedes profirió amenazadas a gritos: "¡Ustedes creen que soy un pelotudo! ¡Mi casa está llena de dinamita. Si entran, volarán en pedazos!”. Ya era tarde. Por entonces, la policía ya había irrumpido en la vivienda familiar, en la que se encontraban Alejandro y su novia. El joven fue condenado a cadena perpetua. Antes de su ingreso en prisión, intentó suicidarse saltando al vacío desde el quinto piso del Palacio de Justicia, y ya en la cárcel trató sin éxito de quitarse la vida tres veces más. Murió en el 2008 de una neumonía, durante un permiso. 

Daniel –alias Maguila–, el otro hijo de quien se probó que había participado activamente en los secuestros, fue también detenido, pero nunca cumplió condena. Se fugó, probablemente a Brasil o Nueva Zelanda, y en el 2013 regresó a Buenos Aires para recoger el documento que dejaba claro que su delito había prescrito. Se cree que actualmente vive en el sur de Brasil, dedicado al rugby. 

Ninguno de los miembros restantes del clan fue culpado, a pesar de que es inconcebible que no supieran lo que sucedía en su propia casa.

El tercer hijo varón, Guillermo, dejó Argentina a principios de los años 80 y nunca volvió. Silvia, la mayor de las chicas, murió de cáncer en el 2011. Y Adriana, solo una adolescente cuando su padre y sus dos hermanos fueron arrestados, sigue viviendo en Buenos Aires con su anciana madre, alejadas ambas del mundo. Aún son propietarias de la casa de San Isidro. 

LOS ÚLTIMOS AÑOS DEL PATRIARCA

¿Y Arquímedes? También fue condenado de por vida. Se le otorgó la libertad condicional en el 2007, y entonces se trasladó a un pueblo de La Pampa. Nunca reconoció sus crímenes. Pasó sus últimos días postrado en un catre en una pensión, sin baño. Quienes lo entrevistaron aseguran que había perdido la cabeza. Tenía una lista con los nombres y las fotos de sus enemigos, entre ellos, jueces, fiscales, policías y familiares de las víctimas. Se vanagloriaba de haberse acostado con 200 mujeres y hasta alardeaba de tener una novia adolescente.

Murió en el 2013, a los 83 años, por una complicación derivada de un accidente cerebrovascular. Nadie se hizo cargo del cuerpo. Fue enterrado en una fosa común.

La metáfora fácil dice que la caída de los Puccio representó el final de la transición y el triunfo de la democracia en Argentina. Sin embargo, los argentinos siguen descubriendo terrores ocultos. Como la misteriosa  muerte de Alberto NismanAlberto Nisman, el fiscal que había acusado a la presidenta del país, Cristina Fernández, de elaborar un plan criminal de impunidad para los presuntos autores, de nacionalidad iraní, de un atentado contra una mutual judía –85 muertos en 1994– con el fin de proteger sus relaciones comerciales con Teherán. O como el hecho, reconocido en el seno de la SIDE, de que algunos agentes de la dictadura sigan vinculados actualmente a los servicios de inteligencia.

Como cualquier sociedad que haya pasado por una dictadura puede atestiguar –incluso aquellas cuyos gobiernos no se oponen a que los criminales del pasado sean juzgados y las heridas puedan cerrarse–, hace falta mucho más que unos pocos años para que los restos de porquería desaparezcan de debajo de la alfombra.