Conozca a Ainhoa Arteta como la palma de su mano

Le leemos la mano a la soprano vasca, que revela aquí un trauma que arrastra de la infancia. Intentaron abusar de ella cuando tenía 6 años. "Es algo que no se olvida"

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ANA SÁNCHEZ

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DE ANTEMANO

DE ANTEMANOAinhoa Arteta Ibarrolaburu. A ella los ocho apellidos vascos le quedan cortos. Tiene 32. “Contabilizados, 32 –se ríe–. Vamos, que vengo de la caverna”. Acaba de cumplir 51 años. Vive con su tercer marido, dos hijos, cuatro perros, dos gatos, un pez y un pájaro –Caruso– que le dice “¡calla!”. “O ‘muy bueno’ si canto algo”, añade su dueña. Hace 25 años que la bautizaron como “la top model de la lírica”. “¿Usted cree? –sonríe–. Como decía mi madre: soy resultona, nada más”. 25 años de carrera cumple este año sin echar nada en falta en el currículo. “Lo del canto para mí es una manera de expresarme. Yo cantaré aunque sea en el baño de mi casa”. Lo descubrió al morir su madre. “Estuve 15 días deambulando por casa sin cantar, y un día, a las cuatro de la mañana, me salió un ¡guaaa! No sé si canté tres óperas seguidas”. Ainhoa se toca el cuello. Lleva de collar una mariposa de su madre. Su muerte [en el 2007] fue un punto de inflexión, dice. “Estaba muy unida a mi madre”. 

La soprano tiene poco de diva en las distancias cortas. Da confianza al dar dos besos. Mira a los ojos, habla sin filtros. Se reconoce cabezota. “Muy, muy burra y muy vasca”, añade. Le cuesta encontrar “el interruptor del off de la cabeza”, que dice ella. Tan sufridora como sus personajes de la ópera. “Reconozco que soy exigente”. Autoexigente, sobre todo. “Buf. Pero he aprendido a soltar lastre”. 


Usted sí que sabe lo que vale un peine.

Sí [se ríe].

Se crió en la peluquería de su madre.

Sí, sí. Trabajé seis años en la peluquería de mi madre. Corté pelos, ponía rulos y hacía permanentes. 

La madre de Josep Carreras también tenía una peluquería.

Ah, ¿sí? 

A ver si la laca va a tener un componente lírico.

[Se ríe] No, pero sí que tiene un componente tóxico.

“Era una especie de gabinete de psicología”, ha dicho.

Sí. Las mujeres en España en vez de ir al psicólogo van a la peluquería. 

Es más barato.

Ahora empieza a ser un poquito más normal ir al psicólogo o al psiquiatra. Eso lo aprendí en EEUU.

¿Ah sí?

Sí, porque en EEUU el que no va al psiquiatra o al psicólogo es el que está mal. 

¿Allí empezó a ir usted?

Sí. Sí, sí. Me parece que es algo estupendo. Te ayuda a poner tus problemas delante de ti y analizarlos con los ojos de otra persona.  

¿Qué le enseñaron a usted?

¡Buf! Muchas cosas. A entenderme. A entender los traumas. De niña muchas veces te pasan cosas que luego son traumas que te coartan.

¿Tiene algún trauma?

Ehhh. [Titubea]. Sí, de pequeña tuve un trauma importante, porque tuve un… un… un…  un episodio… de un... de una persona… cuando era muy pequeña, tenía 6 años. No terminó pasando nada, pero sí… sí quiso abusar de mí. 

¿Qué?

Sí. Y eso me quedó ahí como una cosa... que, claro, en aquella época los padres eran un poco: “No se habla de esto”. Pero cuando te pasa con 6 años una cosa así… 

¿Una persona cercana?

No, no, no, no. Era un desconocido. Iba yo con mis cromos a jugar y me dijo: “¿Me ayudas a subir unos paquetes?” o no sé qué. Y yo, con 6 años en un pueblo, pues imagínese: “Sí”. Y cuando empezó aquello, claro, yo me di cuenta y empecé a gritar. Ahí me salvó la voz, mire. Empecé a gritar. Era un portal, salió gente y se escapó. Pero todo esto me quedó a mí... 

La pérdida de la inocencia.

Totalmente. Pero recuerdo que la reacción a esto fue que me llevaron a un médico y me pusieron no sé cuántas cosas en la cabeza. Mis padres… pensando… pues no sé... Y, luego, ya no hablar del tema. Y cada vez que yo sacaba el tema era como que no había existido. Que no había pasado. 

Pero sí que había pasado.

¡Claro que había pasado! Pero todo eso lo solté de mayor. Porque es algo que no se olvida. 

Buf.

Por eso le digo que los psicólogos y los psiquiatras están muy bien en la vida. Todo el mundo ha tenido algún episodio, no digo hasta ese extremo, pero sí algún episodio que no ha sabido resolver.

Solía ser muy pesimista.

Sí. 

No lo parece.

No, no lo parezco, ¿verdad? Fue un antes y un después, cuando murió mi madre. No me pregunte por qué. [Hace una pausa] No lo sé. 

¿Se hizo optimista?

Sí. Mi madre era una persona con una fuerza vital y un optimismo impresionantes. Una de las últimas cosas que me dijo antes de marcharse fue: “Hija mía, no te preocupes por tantas chorradas” [se ríe]. Así, ¿eh? “Te preocupas demasiado por chorradas”. “La vida –me dijo–, la vida se va”. Es una de las cosas más bonitas que me dejó mi madre [se emociona]. La pena es que no me ha visto. Bueno, espero que me esté viendo y que sepa que estoy disfrutando mucho. No voy a decir que mi vida es 'chupiguay', porque pasan cosas, pero desde luego tiene toda la razón del mundo: hay que hacer una lectura positiva de las cosas.

En el escenario siempre muere o la matan o vive atormentada. ¿En la vida recibe tantas puñaladas?

[Se ríe] No, por Dios. Lo que más me gusta después de terminar una obra donde he muerto es llegar a mi casa, abrir la puerta y encontrarme al niño con unos mocos hasta aquí [se señala la barbilla].

¿Qué tiene de diva en la vida real?

Poco, poco. Quizá la determinación. Que soy muy temperamental. Pero en lo demás soy una persona supernormal. 

Dice que viene de familia pobre, convive con millonarios y sabe lo que es tener millones.

Sí. Sé qué es tener millones económicamente, pero también sé dónde reside la verdadera felicidad. 

¿Y dónde reside?

En estar contento con lo que uno tiene. 

¿Y usted lo está?

Sí. 


Inventó el “agudo de clavo”.

¿El agudo de clavo?

Contó que llevaba un clavo en el corpiño.

[Sonríe] Eso siempre. ¿Y me pinchó? [No lo recuerda]. Posiblemente.

Y sacó un agudo…

Importante [se ríe]. Yo siempre llevo un clavo torcido de cada producción.

¿Por qué?

Porque dicen que da suerte. 

¿Metérselo en el corpiño?

En el corpiño me meto el clavo y todas las sortijas que llevo siempre. Con un imperdible. 

¿Y le da suerte?

No lo sé, pero es como ir acompañada de mis espíritus. El clavo es por el respeto a las energías de los cantantes que han pasado por ese escenario. 

Aparte de cantar, ha limpiado casas y ha trabajado de costurera.

[Asiente]. 

Le han pasado muchas cosas.

Muchas, sí. Muchísimas. Dese cuenta de que salí con 18 años de mi casa en plena transición. Soy de una familia muy humilde. Yo he vivido la vida de la calle y la vida, como digo yo, a pie de guerra.

En EEUU vivió con 1 euro al día.

Sí. Eres joven y todas esas cosas las tomas como normales. Pero sí pasé momentos... que no eran fáciles. Me tocaba vivir en barrios duros.

¿A qué ha sobrevivido?

Al suicidio de una compañera de habitación y cosas así. Vivía en un convento donde había refugiadas de África y gente con vidas tremendas. He vivido cerca de gente que se drogaba muchísimo.

¿Y cómo se esquiva eso?

Se esquiva haciendo como los ratones: entrando y saliendo sin que te vean.

También ha tenido una crisis de voz. Para usted sería como una crisis de identidad.

Totalmente. Perdí la voz.  

Con 39 años.

Sí, 39, 40 años. Pero fue una pérdida por mala utilización del instrumento. 

Y se replanteó cosas.

No llegué a plantearme del todo qué iba a hacer si no volvía a cantar nunca más, porque no llegó. Pero estuvo a punto. ¿Por qué no ocurrió eso? 

¿Por qué?

Porque, como dice un amigo pianista, la necesidad hace virtud. Yo necesitaba volver a cantar. Y me ma-cha-qué [recalca cada sílaba]. Tuve que bajar hasta lo más bajo de abajo y dejarme llevar, cosa que me cuesta mucho. 

¿Le han quedado secuelas?

He aprendido a decir que no. A cuidar mi instrumento como un auténtico tesoro. Y he aprendido otra cosa: que no existe solo un tren en la vida.  

Ah, ¿no?

No. No. Eso es un cuento chino. [Pone tono de contar un secreto]. Hay muchos trenes. 

Morirá cantando, dice.

Posiblemente. Yo he visto morir cantando a Victoria de los Ángeles [la soprano]. En su último aliento cantaba.  No tenía ya nada, pero tenía voz.


Se da por hecho que lleva la voz cantante en casa.

[Se ríe] No se crea. 

¿El amor es otro cantar?

Sí. Mi marido [el jinete Jesús Garmendia] habla mucho menos, pero lo que dice va a misa. 

¿Al tercer matrimonio va la vencida?

Sí [se ríe]. 

“He sido valiente en el amor”, ha dicho.

Sí. Me he dejado llevar por el instinto. Equivocándome, claro.  

Como sus personajes, se enganchaba a relaciones tóxicas.

Totalmente. 

Es de las que dicen “te quiero”.

Mucho. 

¿A quién se lo repite más?

Sobre todo a mi marido y a mis hijos [Sarah, de 15 años, e Iker, de 5].  

El último año ha estado ocho meses fuera de casa. ¿Cómo se vive eso en familia?

Uf, pues se vive mal. Por eso paré este verano. Hay teatros con los que llegas a pelearte, pero a estas alturas prefiero perder un teatro que perder a la familia. O perderme a mí misma.   

Su pareja dice que es intensa hasta para ir a comprar el pan.

Sí [se ríe], es verdad. Es que no lo puedo evitar. 

No terminó de leer ‘50 sombras de Grey’ por aburrimiento. Eso dice mucho de su vida amorosa.

Por favor [tono indignado]. Por favor. ¿Qué pasa? ¿Que no les han puesto mirando a Cuenca como es debido? [se ríe] Tampoco es estar todo el día colgada de un pino haciendo el tonto. No, hombre, pero de vez en cuando hay que hacer tonterías [se ríe].

Si su vida amorosa fuera una ópera, ¿ahora qué estaría cantando?

'Falstaff'. 

Una comedia.

Es una de las óperas que más me han marcado. Porque es la última que compuso Verdi con ochenta y muchos años. Después de haber compuesto las óperas más dramáticas, compone una que termina diciendo: “Todo en el mundo es una burla, porque la mitad del mundo se burla de la otra mitad”.

Así que hay que tomárselo todo a broma.

Eso: que no hay que preocuparse por las chorradas. 

Como decía su madre.

Como decía mi madre. Y Verdi.


EL DISCO

La soprano baja su voz lírica al mundo de los mortales del pop. No es un 'hobby', dice ella. “Es una ilusión”. 'Mayi' es su tercer disco pop. Versiones femeninas con nombre de mujer: de 'Layla' a 'Yolanda'.