VIAJE ACCIDENTADO

Taronjí fue desvalijado al llegar a la costa después de zozobrar con su kayak

EDUARDO LÓPEZ ALONSO / Barcelona

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La aventura en mayúsculas de Quico Taronjí terminó en naufragio. Ha salvado la vida pese a sufrir la rotura de su kayak trimarán en alta mar el pasado domingo, a unos 12 kilómetros de la costa tunecina. "Una ola de unos seis metros volcó el kayak y destrozó los patines, estoy vivo porque no dejé que mi cuerpo sintiera miedo", explica ya en tierra firme mediante un teléfono prestado por el consulado. Quizá sobrevivió también gracias a esa navaja marina ahora perdida que le regalaron en Córcega y que le permitió zafarse de cabos y sogas cuando estaba bajo el agua. El viaje de Algeciras a Estambul ha llegado a su fin.

Cambio de tiempo

Todo había ido bien desde Algeciras hasta Córcega. Una travesía según lo previsto. Larga, la más larga singladura en solitario en una embarcación de ese tipo (un Hobbie Cat a vela trimarán con pedales). "No se cumplieron las previsiones meteorológicas, debía haber buen viento desde Córcega y decidí cambiar el rumbo previsto y llegar a Túnez de un tirón, pero las primeras horas fueron de calma y a pedales. Tuve que improvisar para evitar que me alcanzase la tormenta", recuerda sentado en un café en Túnez. Se dirigió entonces al archipiélago de Le Galité, pero la tormenta fue más rápida y le fue imposible desembarcar en ese enclave desierto en mitad del mar. Volvió a cambiar de rumbo con destino a Túnez pero las olas empezaron a crecer y crecer y la embarcación empezó a sufrir las consecuencias del temporal.

Petición de ayuda

La situación se puso tan complicada que Taronjí realizó la primera llamada de ayuda. Con el móvil, porque ni el VHS ni el teléfono satelital funcionaban. Llamó a Madrid dando su posición. La comunicación fue recibida por Salvamento Marítimo. Llegó a hablar tres veces con los servicios de rescate de Túnez, pero la respuesta que le dieron le convenció de que estaba solo ante el peligro: "Mandaremos una embarcación cuando se calme el tiempo", le dijeron los tunecinos. La previsión indicaba varios días de fuerte oleaje y la imposibilidad de rescate.

Rotura de los patines

"Primero partí una de las rótulas, la que une el patín al casco. Después, una ola de más de seis metros me cogió de través y dio la vuelta al Kayak. Recuerdo cómo el mástil se puso horizontal en la pared de una ola gigante antes de hundirse". Lo que en una embarcación de vela ligera tiende a ser habitual (llegar a poner la quilla mirándo al aire), en un multicasco es una situación complicada, por su escasa capacidad de adrizamiento. "Fue una imagen fantasmagórica, ver las luces de la canoa bajo el agua, en la oscuridad de la noche". Quico se vió en la obligación de dar la vuelta a la embarcación, pero con la maniobra el kayac quedó con ambos patines inutilizados.

Lucha contra el miedo

"Tuve que soltar todo el lastre y cortar cabos bajo el agua. Me quedé enganchado por un pie a un pedal, con la cabeza fuera del agua solo a ratos, no era momento de tener miedo y tuve que romper el traje seco para liberar el pie, afrontar la hipotermia o morir". Al final sobre un kayak casi inutilizado, a fuerza de pedales y vapuleado por las olas, fue acércándose a la costa, empapado, aterido de frio. "La clave de haber sobrevivido es que no dejé que mi cuerpo sintiera miedo, el miedo te lleva al pánico y al desastre. Lo principal en una situación de riesgo es tener la mente activa y solucionar los problemas cuando se presentan", dice recordando esos momentos de angustia.

Enterrado en la arena

La aproximación a la costa iba también a resultar complicada. "Pese a la total oscuridad se veía una línea de costa en la que se intuía una playa. Había olas cada vez mayores por la menor profundidad, pero sin ruido de oleaje contra las rocas". Sin capacidad de maniobra, cualquier kayak a pedales, sin pagaya, está a merced de la corriente y tener la mala suerte de llegar a una costa rocosa es la muerte segura. "Cogí una ola gigantesca empecé a surfear a gran velocidad hasta que el agua me separó del kayak. Gracias al chaleco salvavidas pude seguir con la cabeza fuera del agua, respirando hasta llegar a la orilla", explica. Después, ya en una playa de arena, bajo la lluvia y helado, Taronjí decidió enterrarse en la arena entre los matojos de la orilla. Eran las 12 de la noche poco más o menos. Estaba a salvo.

Aislado y ¡desvalijado!

La última sorpresa llegó casi al amanecer. A eso de las seis de la mañana, la luz de unas linternas le despertó. Alguien estaba junto a los restos del catamarán. Taronjí se acercó a la orilla a pedir ayuda. Dos hombres estaban desvaliljando la embarcación. Habían abierto los tambuchos y se apoderaban de su contenido, el ordenador con las últimas fotos, 350 euros y el pasaporte. El remate inesperado. Taronjí ha decidido volver a casa. Ha pasado las semanas más increíbles de su vida y puede vivir para contarlo. Piensa escribir un libro. Material no le falta.