La ronda ciclista francesa
Pero, ¿qué pasa en Londres?
La capital británica cerró sus calles, con miles y miles de londinenses entregados al Tour
Sergi López-Egea
Periodista
Periodista especializado en ciclismo desde 1990. Ha seguido regularmente el Tour como enviado especial desde 1991 al igual que la Vuelta, varias ediciones del Giro, la Volta y Mundiales de la especialidad. Autor de los libros 'Locos por el Tour' (con Carlos Arribas y Gabriel Pernau, RBA), 'Cumbres de leyenda' (con Carlos Arribas, RBA y reedición en Cultura Ciclista), 'Cuentos del Tour', 'Cuentos del pelotón', 'Cuentos del equipo Cofidis' y 'El Tourmalet', todos ellos de Cultura Ciclista.
SERGI
LÓPEZ-EGEA
Pero, ¿qué pasa en Londres? ¿Es qué se han vuelto todos locos? ¿O qué esta ocurriendo? Era imposible, ayer en la capital británica, ser turista y no enterarse de que llegaba el Tour, puesto que los carteles publicitarios así lo anunciaban desde hace semanas. Los visitantes, y lógicamente los londinenses, sabían dónde se instalaría la llegada donde ganó Marcel Kittel (en The Mall), que la pancarta con el triángulo rojo del último kilómetro se colocaría a las puertas del palacio de Buckingham y que para encontrar una plaza bajo el glorioso reloj del Big Ben era necesario madrugar y pasar horas y horas a la espera de los corredores.
¿Se imaginan todo el centro de Londres cerrado horas y horas al tráfico un lunes de julio? Miles de voluntarios, lógicamente con chalecos amarillos, el color del Tour, ordenando el tráfico, para que la gente pudiera cambiar de acera mientras no circulara ningún coche acreditado de la prueba, los únicos que tuvieron permiso para rodar por el centro de Londres y sin pagar el obligado peaje municipal.
La pasión inglesa
Londres no fue otra cosa que el reflejo de una Inglaterra enloquecida con la ronda francesa, un Reino Unido que ha batido récords y récords de asistencia en las tres etapas disputadas en su territorio, el sábado y el domingo, por carreteras del condado de Yorkshire y ayer en la ruta entre Cambridge y la capital británica. Los espectadores se han contado a millones. Y no es una exageración. El sábado se calculó la asistencia en dos millones de personas y el domingo se superó la cifra. Ayer, tal vez porque ya era día laborable, el público en la carretera, hasta las afueras de Londres, era el habitual a una jornada de Tour por Francia, el habitual territorio de la carrera, el que hoy recuperará la prueba, con otra etapa predestinada al esprint, por lo tanto a la tercera victoria del alemán Kittel, antes de que mañana sea necesario apretarse el cinturón de seguridad para no levantarse del sofá, porque llega la etapa de los adoquines, del pavés, del Infierno del norte, una jornada que puede resultar tan decisiva como los futuros encuentros en los Vosgos, los Alpes y los Pirineos.
En la más tranquila de las tres jornadas británicas, donde los principales favoritos se contentaron con cumplir y superar el día, léase Alberto Contador, Chris Froome, Alejandro Valverde y el líder de la carrera Vincenzo Nibali, la capital del imperio británico se detuvo seducida por un Tour floreciente que ha vuelto a demostrar la salud, la fortaleza, la pasión, la entrega del público, una magia que muy pocos acontecimientos deportivos consiguen, y más si la cita es anual.
El Tour se despidió ayer por cuarta vez de Inglaterra, unas visitas que comenzaron en 1974, en la quinta y última victoria de Eddy Merckx y que continuaron en 1994 (cuarto triunfo de Miguel Induráin) y el 2007 (la primera vez que Alberto Contador llegó de amarillo a París). Por lo tanto, las dos últimas veces que el Tour ha pasado por Inglaterra el vencedor final de la carrera ha sido un corredor español. Por ahora, Contador se descubre totalmente concentrado. Ayer, su equipo, en algunas fases, hasta tiró del carro del pelotón. Inglaterra ya es historia, pero costará olvidar la entrega de sus gentes.
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