La ronda ciclista francesa
Nibali vence en Hautacam como los grandes campeones del Tour
El jersey amarillo triunfa en solitario y se apunta sin oposición la cuarta victoria en la carrera
Sergi López-Egea
Periodista
Periodista especializado en ciclismo desde 1990. Ha seguido regularmente el Tour como enviado especial desde 1991 al igual que la Vuelta, varias ediciones del Giro, la Volta y Mundiales de la especialidad. Autor de los libros 'Locos por el Tour' (con Carlos Arribas y Gabriel Pernau, RBA), 'Cumbres de leyenda' (con Carlos Arribas, RBA y reedición en Cultura Ciclista), 'Cuentos del Tour', 'Cuentos del pelotón', 'Cuentos del equipo Cofidis' y 'El Tourmalet', todos ellos de Cultura Ciclista.
SERGI
LÓPEZ-EGEA
Vincenzo Nibali tiene una espina clavada en el cuerpo. Es en lo que ha pensado para no pifiarla en este Tour en el último instante. «¿Cómo pude perder el año pasado la Vuelta?». «¿Qué hice mal?». «¿Por qué tuve que responder a cada ataque de Purito y Valverde?». Y le ganó un ciclista de casi 42 años, Chris Horner. Por eso, ayer, a más de 10 kilómetros de la cumbre de Hautacam, cuando vio demarrar al veterano corredor estadounidense, no se lo pensó dos veces. «Tenía una herida con él». Fue la señal para dinamitar el Tour por última vez. Para demostrar que ha sido, que es el mejor, con o sin los favoritos en acción. Y como los grandes campeones, los históricos, los de leyenda, los mitos, Nibali ganó en una gran cima de los Pirineos, en solitario y de amarillo.
Nibali, pese a que pueda parecer lo contrario, no ha sido el corredor de las grandes exhibiciones. Ayer mismo, en Hautacam, su escalada solo fue la 26ª mejor en la historia de una cima que debutó en 1994, a 2.40 minutos del récord de Bjarne Riis, en 1996. Eran otros tiempos. Ahora no se va tan rápido, pero no por ello se ha perdido la magia pirenaica. Un par de segundos sacó en Sheffield, en su primera victoria; 15, en La Planche des Filles; 10, en el triunfo de Chamrousse, y ayer, la mayor diferencia, aunque no estratosférica: 1.10 minutos sobre el francés Thibaut Pinot, ahora segundo de la general, en detrimento de Alejandro Valverde, que bajó a la cuarta plaza (Jean-Christophe Péraud también lo superó), aunque con todas las opciones intactas para subir el domingo al podio de los Campos Elíseos.
El Tiburón o el Squalo, como se prefiera, quería un triunfo en los Pirineos. Y qué mejor que escoger para ello la etapa con mayor glamour, con el Tourmalet, donde se reservó, como el resto de corredores. Si otros días desapareció, o casi, su equipo, ayer el Astana dominó y controló la carrera hasta el ataque de Nibali. «Quería ganar en los Pirineos, aunque quizás ataqué demasiado pronto. Pero no me pude reprimir cuando vi demarrar a Horner». La herida de la Vuelta de la que tanto habla.
A él, lo que ocurriera por detrás, la interesante pelea por el podio, le daba igual. Solo se concentró en capturar a Mikel Nieve, el último fugado, al que pasó quitándole la respiración. Luego, a disfrutar, a comenzar a soñar en cómo será la fiesta de París, en quién cantará el himno italiano. Con el colchón de siete minutos, la contrarreloj de mañana (54 kilómetros) solo será un trámite para él, al margen de cómo termine la batalla abierta por las otras dos plazas del podio.
Nibali también quiso ganar ayer porque está cansado de que cada día le pregunten lo mismo, que si sería el jersey amarillo con Chris Froome y Alberto Contador en acción. Ayer, ya no pudo más, feliz por una victoria incuestionable, por un Tour disputado sin un error, por saber leer y controlar la carrera, por arriesgar en los adoquines y por sacar dos segundos, un suspiro, pero por verse superior a Froome y a Contador en las colinas de Yorkshire, en la segunda jornada de carrera. «A Contador le saqué más de dos minutos en los adoquines y si Froome no llega a abandonar le habría quitado aún más tiempo ese día».
LOS ADOQUINES / Las piedras del Infierno del Norte fueron tan o más decisivas que las montañas, donde Nibali hasta ha salido reforzado de la pelea por la segunda y la tercera plaza. Que se den de tortas por detrás, porque así él, como ayer, atacaba y los rivales, acomplejados por su superioridad pero vigilándose entre ellos, ni se atrevían ni tomaban en consideración seguirlo hacia la victoria.
«El secreto ha sido durante todo el Tour, como en esta etapa, saber manejar la carrera. El año pasado perdí la Vuelta porque me cebé con los ataques de Valverde y Purito, y a todos nos ganó Horner. Aquí no podía cometer el mismo error». Y no lo cometió, entre otras cosas, porque a excepción de Pinot, el resto de ataques y ofensivas subiendo a través de los Vosgos, los Alpes o los Pirineos han sido los suyos.
En Hautacam venció a lo grande, la victoria de Nibali que más se recordará cuando se hable en pasado de este Tour, su ronda francesa, la de un siciliano tan simpático como cruel sobre la bici.
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