BAR MUNDIAL

México se zampa una quesadilla alemana

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Miqui Otero

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Uno puede ser ateo, incluso no especialmente supersticioso, pero cuando llega el Mundial tener la prudencia de colocar en su barra un tequila Herradura, una botella de mezcal Creyente y una virgencita de Guadalupe.

El altar en cuestión preside la cocina americana de Juan Pablo Villalobos, culé mexicano y novelista universal, que abre las puertas de la morada donde ponerse morado de quesadillas para el encuentro con Alemania. Hace unas horas me filtró la alineación de su selección: en la puerta, Padre; en la línea defensiva: Nuestro, Que, Estás, En El y Cielo. Y así hasta completar la oración de once. En este chiste que circula por miles de grupos de whatsapp mexicanos palpita el ánimo hipocondriaco con el que se enfrentan (con el que cualquiera se enfrenta, en realidad) a Alemania.

“El futbolero mexicano es pesimista, pero siempre con humor”, explica. Uno querría apelar a su poética. Decirle que se cumplen 50 años del mayo del 68. Que hay que pedir lo imposible. Que él mismo escribió una novela en la que el hijo de un narco pedía un hipopótamo enano de Liberia. Donde el narrador afirmaba: “Los realistas son personas que piensan que la realidad no es así, como tú piensas. Hay que ser realista es la frase favorita de los realistas”. Que no hay por qué ser tan realistas.

Aquel Mundial del 86

Pero el caso es que Alemania los expulsó en el Mundial que acogieron en 1986 y eso no es fácil de superar. De hecho, en aquel campeonato yo esperaba más de los suyos. Me había acostumbrado a padecer los goles y las volteretas acrobáticas de Hugo Sánchez en el Madrid, de lo que deduje, en buena lógica, que México era un circo. Que el resto de sus compatriotas, que yo desconocía, celebrarían los goles tragando sables, escupiendo fuego, haciendo malabares con los balones Azteca, descolgándose de trapecios. Sánchez metió un solo gol, pero uno siempre guarda cariño a la primera chica que le gusta y también a la selección del primer Mundial que vivió, a los seis años.

Mateo, hijo de Juan Pablo, que hoy viste una camiseta de México firmada por Francisco Palencia, es un analista de una empatía lúcida libre de presunción. De André Gomes dice que todos se ríen, pero que es el único que juega con Messi y con Cristiano. “Lo que quiero o lo que creo”, dice, cuando se le pregunta por el resultado del encuentro con las torres teutonas. 

Y, sin embargo, aunque podría esperarse que levantaran un muro defensivo, y no precisamente obedeciendo a Donald Trump, los mexicanos pican como quesadillas especiadas desde el primer momento. Hasta que Chucky Lozano marca un golazo en el minuto 35. “Gooool, pinches alemanes hijos de la chingada!!!”, tuitea, muy templadamente, Villalobos. Esto sucede a diez del descanso. Un parón que Villalobos y su amigo Jorge aprovechan para celebrar con mezcal y tequila. “Mejor ahora”, dice Jorge, “por lo que pueda suceder”. Cuando se enfrascaba en sus solos más eufóricos, el pianista de jazz Fats Waller solía gritar: “¡Disparadme ahora! ¡Disparadme mientras soy feliz!”. Algo así sucede en estos momentos. Villalobos recibe mensajes donde sus compatriotas piden que el Mundial acabe aquí y ahora. También uno de su hermano germanófilo, enfundado en una camiseta alemana y con sus hijos vistiendo la verde de la Tri.

Entre reír y llorar

Ni siquiera es histriónicamente agónica toda la segunda parte, con los alemanes deambulando como pánzeres melancólicos y amenazando solo un poco. El altar contempla el milagro cuando pitan el final y Andreia, la mujer de Villalobos, brasileña, choca manos con los presentes. En un rato, Mateo se pondrá la camiseta de Brasil y todo empezará de nuevo. Lineker, por una vez no tenías razón: el fútbol no es un juego de 11 contra 11 donde gana Alemania. Viva México, bastards.

Decía Vonnegut que, ante el miedo, entre reír y llorar, prefería lo primero porque así no hay que pasar la fregona luego para limpiar las lágrimas. Villalobos la pasa ahora para limpiar las cervezas derramadas por la euforia.