El 'luchismo' da la felicidad
Luis Enrique mantiene al Barça instalado en el éxito tras conquistar seis títulos de ocho
Joan Domènech
Periodista
Periodista. Título de Entrenador de fútbol nivel A. Deportista vocacional. Tras retirarme como futbolista, empecé a trabajar en Mundo Deportivo (12 años, 1988-2000). He asistido a cuatro Mundiales y cuatro Eurocopas. Coautor de varios libros. Miembro del colectivo ‘Periodistes Solidaris’ y 'Amics de Johan'.
JOAN DOMÈNECH / BARCELONA
Un Barça que hace vibrar, un equipo del que sentirse orgulloso por su deportividad, seis títulos de ocho disputados y un discurso populista, sinceramente culé y refractarario con los enemigos, son los pilares del luchismo,luchismo por ponerle nombre, aunque a él no le guste, a la corriente triunfadora en la Liga y en oposicion al cholismo, del que le separan bastantes valores. La nobleza por decir algo.
El nombre de Luis Enrique se corea desde el primer día en el Barça, señal del buen recuerdo que había dejado como futbolista y prueba fehaciente de que su labor entusiasma, recién ingresado en el selecto club de los entrenadores que conquistaron dos Ligas en el Camp Nou. El éxito de su obra es tan indiscutible que los reproches para rebatirlo no se sustentan.
{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"El t\u00e9cnico dice lo que\u00a0","text":"quieren o\u00edr los cul\u00e9s \u00a0y hace lo que esperan que haga: ganar"}}<strong>Tres títulos en la primera campaña</strong> y tres en la segunda (pueden ser cuatro) igualan el nivel del considerado mejor entrenador de todos los tiempos del Barça. El equipo ha sido capaz de repetir una excelente campaña como la anterior, sin que los números, ligeramente peores, puedan desmentirlo.
DEL ZAMORA AL PICHICHI
Lo comido por lo servido: Bravo no ganará el trofeo Zamora al portero menos goleado pero Suárez se llevará el Pichichi al mejor goleador cerrando las dos temporadas de gloria de Cristiano Ronaldo, obligado a conformarse con el consuelo individual. Solo ha ganado una Liga en las siete temporadas que acumula abanderando al Madrid. Messi las cuenta con los dedos de una mano. Bale no ha podido sacársela del bolsillo en tres años.
Del mismo modo que el año pasado alguien tuvo que asesorarle para gestionar la crisis de Anoeta y evitar una ruptura con Messi, en este no consta que nadie le haya echado una mano para ayudarle a levantar al equipo en el delicado mes de abril, cuando la mala racha de resultados amenazaba con arrastrar el trabajo por el sumidero.
FRENO A LA EUFORIA
Sin haber sido discípulo suyo, en el año Cruyff por la desaparición de quien transformó el Barça, siguió la línea de aquel. Especialmente en el discurso: frenó la euforia con frialdad -«ningún equipo gana las Ligas en noviembre», «pensar que está todo hecho es un error», «a mí me interesa ser líder en la última jornada »...- y tiró de <strong>apasionado optimismo</strong> en la derrota -«estos jugadores no se cansan de ganar»- cuando el madridismo (el futbolístico y el periodístico) atacó la yugular de los culés.
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Dulcificó el discurso sin negar que se reprimía en la gresca -«me va el ritmo y la adversidad, soy así de gilipollas»-, evitando las críticas y las excusas. Entonces redobló su fe en los jugadores al tiempo que emplazaba a la hinchada a participar en la cruzada. «Si conquistas la Liga, la temporada nunca puede ser mala», recordó ante la tendencia visible de priorizar inmediatamente la final madrileña de la Champions.
MENSAJE AUSTERO
Luis Enrique ha hecho lo que esperaban los culés, que es ganar, y ha dicho lo que querían escuchar porque es uno de ellos. Austero en el verbo y en el festejo, solo conmovible con el Sporting («Que gran jornada! Sporting de Gijón! Enhorabuena Pitu», escribió en Twitter posando con la camiseta gijonesa al confirmarse la salvación), el mensaje futbolístico ha sido tan poco florido como el juego del equipo; en cualquier caso, el que se exige en el Barça.
Muchas veces habló más con sus decisiones que con las palabras cuando elaboraba las convocatorias y pensaba las alineaciones. Redujo las rotaciones por el miedo al resultado, expresó su descontento con el rendimiento de algunos y repartió más castigos que premios por mucho que argumentara razones técnicas. Confió en una formación, en un esquema táctico y en la calidad del tridente. El luchismo se coronó por segunda vez y el Barça sigue instalado en la felicidad.
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