Los Juegos, el oro y la plata

ANTONIO BIGATÁ

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Cada cuatro años nos llega el multicolor circo de los Juegos Olímpicos, cargados de emociones, historias, pequeñas y grandes gestas así como de una mezcla explosiva de alegrías y tristezas. Durante unos cuantos días nos aproximan ruidosamente a ese mundo del silencio que son los deportes considerados popular y mediáticamente menores, cuyos practicantes se levantan cada día a las cuatro o las cinco de la madrugada para intentar hacer compatible una vida más o menos ordinaria con largas tacadas de entrenamiento, muchas veces en solitario, en busca de la perfección, con culto al esfuerzo y en la esperanza de un reconocimiento improbable.

Los Juegos son la prueba del nueve de la descompensación culpable de nuestros medios informativos, prisioneros monográficos del deporte/espectáculo/negocio salvo estos días. En ellos aparecen, con ribetes de importantes y trascendentes, nombres que luego pasarán al olvido (ya vienen de eso, luego desaparecerán. ¿Sabían ustedes que existía Maialen Chourraut, que ahora parece un gran orgullo nacional?) o en el mejor de los casos entrarán en un eclipse de cuatro años. Muy pocos sobrevivirán y nos seguirán sonando a próximos e importantes, como el etíope Bikila, que corría descalzo, o Mark Spitz, el nadador antecesor de Michael Phelps. La memoria nacional nos deparará golpes de efecto como no haber olvidado a aquel soriano seco e incansable, Fermín Cacho, que corría como un poseso, a quien admirábamos tanto y de quien nos acordamos aunque no lo  reconoceríamos si coincidiésemos con él en un ascensor.

'PRIME TIME' PERMANENTE

La narración mediática televisada de estas competiciones equivale en cierto sentido al capítulo preliminar de algunas series de éxito. Por ejemplo, la competencia feroz -impregnada de sonrisas, revestida de lentejuelas- en gimnasia femenina entre las chicas rusas (alguna incluso con nombre de espía, como la Mustafina), las menudas casi muñecas chinitas, esa gigante norteamericana pluscuamperfecta de metro cuarenta y cinco llamada Simone Biles, y las japonesas repetidas en la imagen y las tareas, podría proporcionarnos todo un año de 'prime time' si una productora recogiese con veracidad lo que pueden ser una infancia y adolescencia truncadas por la necesidad de entrenar continuamente y de superar marcas de forma inexorable. Fama, futuro, dinero o anonimato.

La temática sería muy amplia. No desdeñen las dudas que genera pensar si, una vez seleccionadas por algún dedo como muy bien dotadas, ese tipo de niñas o niños tienen en su horizonte vital personal verdadera alternativa libre para escoger entre seguir el camino que les marcan o dedicarse a otras cosas. O imaginen las intrahistorias reales de cómo viven las caídas (físicas, de las barras, del potro, en el tapiz...) y los éxitos de sus competidoras directas. También deberían estar presentes otras cosas, algunas de las que se habla mucho, como el dopaje o los intereses de Estado, y otras de las que no, como los comportamientos de los árbitros y calificadores.

VOLVER A LO CONVENCIONAL

En Brasil ha parecido patente la 'gurucetada' sufrida en gimnasia masculina por un chico de un país menor, el ucraniano Oleg Verniaiev, a quien en el último momento de la última prueba se le adjudicó inexplicablemente una décima menos (sobre 92 puntos) con lo que quedó a salvo la hegemonía del campeonísimo japonés Uchimura.

Dentro de pocos días los Juegos desaparecerán y todo lo deportivo volverá, mediáticamente hablando, a su escenario convencional. Es de suponer, además, que la justicia independiente reanudará las investigaciones sobre la corrupción en las altas estructuras internacionales que controlan las diferentes especialidades y que saldrán a la luz otras piezas redondas de oro y plata, las que no se distribuyen junto a las piscinas o al lado de las pistas de atletismo. Y es de suponer asimismo que muchos deportistas, los verdaderos, a las cuatro o las cinco de la madrugada, volverán a iniciar sus largos viajes solitarios de preparación para ver lo que puedan llegar a hacer de cara a dentro de cuatro años.