Una genialidad de Hernán Pérez da vida al Espanyol
El equipo de Galca sufrió para superar al Rayo de Jémez, que abandonó Cornellà dudando de sí mismo
Albert Guasch
Periodista
ALBERT GUASCH
Este Espanyol parece un equipo abonado al sufrimiento. Si ni en un partido como ante el Rayo se puede permitir una victoria holgada y sin palpitaciones, más vale entonces que vayan llenando el estadio de Cornellà de desfibriladores. Mereció de sobras ganar. Y el Rayo mereció de sobras perder. El cuadro de Galca golpeó con estruendo la puerta rayista. El equipo de Jémez apenas hizo unos rasguños en la blanquiazul. Y aun así, hasta que Hernán Pérez no conectó un chut de esos que al futbolista le producen un gustazo tremendo y logró el 2-1 definitivo, el Espanyol tuvo que sufrir mucho.
Galca, como un científico, volvió a lo que empíricamente le había funcionado y descartó ensayos fallidos. Y entre lo que había arrojado resultados felices, probó con algún retoque atrevido. ¿Cómo se le ocurrió sentar por primera vez a Caicedo? ¿No se supone que es el jugador franquicia? Pero lo primordial es que reordenó sus ideas, corrigió sus ataques de originalidad y asentó al equipo, que coge un colchón para lograr la salvación. Menudos tortazos habrá abajo de aquí al final.
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Gerard Moreno, que jugó en el sitio de Caicedo, dio la impresión de moverse con comodidad en espacios amplios. Porque a eso se propuso jugar el Espanyol. Sentarse atrás, confiar en la escasa pericia del Rayo Vallecano en el ataque estático y correr adelante para abrir heridas. Vivió toda la primera parte de la velocidad de Asensio y el centro al primer palo a Abraham, que la metió por debajo del cuerpo del portero rayista, torpe en esta acción que supuso el 1-0.
JÉMEZ, BAJO SOSPECHA
Fue una suerte ese gol rápido y que el equipo de Paco Jémez se mostrase como un equipo que juega por encima de sus posibilidades. Claro, resulta encomiable tratar de llevar la voz cantante, pero su fútbol fue callado, un hilito de voz, como el cantante de orquesta que pretende interpretar una aria. Siendo como es junto al Espanyol el equipo más goleado de Primera, quizá Jémez debería replantearse sus principios, al menos hasta que disponga de mejores fundamentos. Es una idea que, por supuesto, el estupendo entrenador rayista ha oído antes y no atenderá. Prefiere antes echarse a un lado, como dijo tras el encuentro.
VÉRTIGO
El Rayo sobrevivió como pudo durante un buen rato, cuando el Espanyol convirtió el partido en una aventura en búsqueda del segundo gol. Fue una búsqueda vertiginosa, a campo abierto, como si se acabara el mundo, al inicio de la segunda parte, ante la oportunidad brindada por Jémez de jugársela con una línea defensiva de solo tres hombres. Como si fuera el Bayern de Guardiola. Pero sin Lahm, Alaba o Thiago.
El equipo de Galca disfrutó de unas ocasiones inmejorables. De las que llevan las manos a la cabeza a los seguidores. Asombroso resultó contemplar tanta falta de precisión. Burgui se plantó solo en un contragolpe feroz. Marco Asensio hizo una virguería en el área pequeña que se la quitaron de la línea de gol. Gerard desperdició otra ocasión insólita.
Y entonces llegó el empate del Rayo. Golazo de Bebé. Y Cornellà se sintió como al que le roban la cartera habiendo sido avisado que el vagón está lleno de carteristas. ¿Cómo ha podido pasar? Frustración. Asombro. Ya estamos otra vez, se dijo el españolismo desesperado. Hasta que llegó el gol más difícil. Bien lejos del área pequeña. Fue un trallazo de Hernán Pérez, una volea tan maravillosa como inesperada, que se coló de forma imponente. Se sintió como un momento de gran liberación. También un momento de justicia. Pero ante todo liberación. «Esto es fútbol. Pero esta es nuestra casa y aquí mandamos nosotros», proclamó desafiante tras el partido el goleador.
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