las consecuencias del 'maracanazo'

España debe reconstruirse desde la peor derrota

Sergio Ramos, delante de Busquets, se tapa la cara tras la derrota.

Sergio Ramos, delante de Busquets, se tapa la cara tras la derrota.

MARCOS
LÓPEZ

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«Hemos estado en los más alto y ahora estamos en lo más bajo». La frase lleva la firma de Andrés Iniesta, el jugador que se hizo eterno en Johannesburgo hace cuatro años con el gol que dio un Mundial. El mismo que abandonó Maracaná mordiéndose la camiseta roja, con el alma desgarrada, mientras Casillas se quitaba los guantes con una tristeza infinita, asumiendo que su adiós, y el de España, obliga a emprender una dura, larga, costosa y, además,  muy precisa y necesaria renovación.

El campeón que perdió el trono más rápido que nadie (en seis días de Mundial encajó dos derrotas y siete goles, y solo marcó uno de penalti que no era) se ha quedado, además, sin su gran tesoro: su idea futbolística. En España todo cambia ahora a una velocidad de vértigo. Nada es lo que era hace solo una semana. Ni siquiera la selección, enviada al abismo por una suma de factores que se tornaron irresolubles. La imagen de Xavi, el alma ideológica del equipo, sentado en el banquillo ante Chile como si fuera una reliquia, retrata el dramatismo de la caída.

EQUIPO AGOTADO / Los jugadores del Barça, la esencia de la España campeona, llegaron muertos tras dos años de decadencia sin fin desde que Guardiola se marchó. Los del Madrid llenos de gloria, con el estómago lleno, tras conquistar la décima. «Es más importante ganar la décima que el Mundial», llegó a decir Casillas antes de volar hacia Brasil. Y los del Atlético, destrozados físicamente, exprimidos en una durísima temporada por Simeone, con Diego Costa, convertido en un nueve inoperante: dos partidos jugados de titular, dos sustituido, cero goles.

El éxito desgasta. Seis años de éxito, todavía más. Ayer, mientras llovía a mares en Río, España se subía al avión camino de Curitiba para agotar cinco inútiles días más en Brasil. Hechos una piltrafa. Consumidos por el calendario (una Liga de locos, con más equipos que en ningún otro lugar), devorado el juego por la industria -la federación convirtió la estrella de campeona en un negocio, llevando a la selección a una preparación más comercial que deportiva (Catar, Guinea, Sudáfrica, Estados Unidos) sumamente rentable-, convertidos así los jugadores (720.000 euros tenían de prima por ganar el Mundial, el doble que cualquier otro país) en los principales privilegiados. Y el balón dejó de ser lo más importante para la federación.

EROSIÓN EN EL GRUPO / El grupo, además, dio claros síntomas de erosión. La derrota hace un año ante Brasil en la final de la Copa Confederaciones (3-0) no se descodificó correctamente. Un accidente, se dijo entonces. Era, en realidad, el síntoma de lo que estaba por llegar. Hasta en eso se parece al Barça, que no leyó con precisión el mensaje del 7-0 del Bayern Múnich. Ni en su momento, retrocediendo dos décadas en el tiempo, aquel 4-0 del Milan de Capello al dream team de Cruyff.  «No hemos sabido mantener ese hambre, esa ambición. La cuota de éxito estaba agotada», denunció con crudeza Xabi Alonso. Iniesta le replicó con contundencia. «¿Sin hambre? Esa es su opinión, el problema no ha sido  ese». España se derritió en el campo, sin hallar respuestas, asombrada consigo misma por la caída.

Xavi y Casillas, los pilares del éxito, serán también símbolos de la derrota más dura. Uno lo vio desde el banquillo; el otro, sufriendo, regalando goles, abandonado por aquel ángel que tuvo. La renovación, no se sabe liderada por quien aún -Del Bosque duda en seguir y no se sabe si le quedan todavía fuerzas para ejecutarla-, será muy compleja. Hay excelentes jóvenes por detrás, pero el peso del bello recuerdo de la España de Viena, Johannesburgo y Kiev, será tremendo. Será ahora, con España tumbada y aturdida en el suelo, cuando se compruebe la verdadera fortaleza de la idea futbolística.