EL TOQUE INGLÉS

El cementerio del fútbol

La tumba de Ebenezer Cobb Morley, el hombre que inventó el futbol, se oculta en una jungla de cruces, arbustos, lápidas y árboles descuidados en el barrio de Richmond, en Londres

La tumba del abogado Ebenezer Cobb Morley en Londres.

La tumba del abogado Ebenezer Cobb Morley en Londres. / periodico

Josep Martí Blanch

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Con la Premier en barbecho por culpa del parón de selecciones he dedicado tiempo y paseos a la mística futbolística. Pensarán, mucho tiempo y poca cabeza. Puede que tengan razón, pero entiendan que toda religión impone obligaciones a sus feligreses y que hay que cumplirlas con devoción.

Así que he aprovechado la ausencia de partidos, las selecciones no cuentan, para ir a presentar mis respetos a los inventores de esta cosa llamada futbol. Como quien visita Belén, me fui en busca de la Freemasons’ Tavern, el lugar donde en octubre de 1863 los pijos de la época se pelearon entre ellos para fijar las reglas del juego. Unos querían jugar con las manos, otros con los pies. Finalmente se impuso el trágala del 'sportman' y abogado, Ebenezer Cobb Morley, que venía con el reglamento trabajado desde casa. Le costó seis reuniones. A los que no les pareció bien se les invitó a buscar otro acomodo. Ocho años después los escindidos crearon las reglas del rugbi.

¡Qué decepción! El lugar sagrado de la Freemasons’ Tavern, en el barrio de Holborn, lo ocupa un elegantísimo y glamuroso hotel y solo una placa circular en la fachada recuerda que en ese lugar a la religión del futbol se le revelaron sus diez mandamientos. A unos centenares de metros, ya en Covent Garden, un pub intenta consolar o directamente engatusar a los fanáticos del fútbol haciendo creer que ese es el verdadero pesebre donde el futbol vio la luz. Se aprovechan de la similitud del nombre, Freemasons' Arm, y de su proximidad al lugar original. Pero no hay que adorar falsos ídolos ni dejarse engatusar por los falsos profetas. Aceptemos que la iglesia de la natividad del balón no existe.

Camposanto en desuso

Aun así, el verdadero creyente no se resigna ante el primer tropezón de un peregrinaje. Había que cruzar el Támesis, rumbo al suroeste, llegar al barrio de Richmond y encontrar el cementerio de Barnes. Un camposanto en desuso, con estatuas decapitadas por los vándalos que no respetan nada. Una jungla de cruces, arbustos, lápidas y árboles descuidados. Y ahí estaba la tumba del bueno de Ebenezer Cobb Morley, el hombre que inventó el futbol que conocemos. Le di primero las gracias en catalán, pero luego me aseguré de que me entendiera repitiendo mi agradecimiento en inglés. No fuera a suceder que la excursión no sirviese de nada por un problema de idioma. Quiero pensar que si tenía algún pecado futbolístico fui absuelto en ese momento.

Y con el marcador de la culpa a cero es más ligero volver a las andadas del pecado. Así que he sido mala persona y he deseado todo el mal del mundo a Mourinho y a Guardiola en esta quinta jornada. Al primero porque se lo merece y así se acercaría a la vergüenza de la destitución. Además, si se confirmara que su sustituto será un día Zidane quizás perderíamos en titulares, pero ganaríamos en futbol, que es al final lo que cuenta. Y al segundo, bueno, al segundo, siendo un ferviente seguidor de la secta guardiolista, solo le he querido mal por esta vez, y medio avergonzado, porque jugó contra el Fulham que es, como les avisé, el equipo del que he comprado la camiseta para disfrazarme de londinense. Quizá ya saben que no me he salido con la mía, pues ambos ganaron. Qué se le va a hacer. 

La premier volverá a parar en cuatro semanas. Aquí tampoco escapan a la tortura de los paréntesis que convierten el campeonato en un permanente gatillazo. Con el próximo frenazo volveremos a la mística para hablarles de mujeres. Quédense con esto de momento: en 1921 se les prohibió jugar en los campos federados porque el futbol dañaba sus femeninos cuerpos.