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La copa del mundo es nuestra

Cinco razones para celebrar a la pentacampeona Brasil en Barcelona

Ambiente en una cantina de Barcelona durante el Brasil - Costa Rica.

Ambiente en una cantina de Barcelona durante el Brasil - Costa Rica. / DANNY CAMINAL

Miqui Otero

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Por mucho que diga la canción, el resultado no nos da igual. Y aun así, lo mejor de ver un partido de Brasil es que, al margen del resultado, en el primer tramo ya se comenta en el bar que a las siete y media hay batucada en el Fossar de les Moreres.

Que la fanfarria organizada por los brasileños barceloneses se vaya a celebrar en esa cuna de los actos del tricentenari independentista no deja de ser gracioso: si en este local entrara un fiscal general del estado, perdería pie y le faltarían tarjetas rojas por la cantidad de camisetas amarillas que lo pueblan. “Será una especie de Carnaval. Bailes, biquinis y sonrisas”, explica Roberta, antifaz de pecas color pimienta, una chica de Sao Paulo emparejada con un catalán que lleva 11 años en Barcelona.

Conoció a su amiga Gislaine, con su bandera de Brasil tatuada en la espalda, en un voluntariado en el Raval, surtiendo de comida a la gente del barrio. “¡Haja coraçao!”, grita, cuando Neymar enfila puerta.

Otra cosa buena de vivir un partido de Brasil es que ni siquiera hay que esperar a que acabe para desfilar en la batucada. No solo cada ocasión, sino también cada selfie colectivo y cada vídeo que se graba para enviarlo en directo a sus compatriotas, se celebra con abrazos de golazo por la escuadra y pandereta de Tropicalia y cánticos cero agresivos.

Lugar emblemático

El partido se vive al máximo, pero no como en otras selecciones. Si hoy perdiera Brasil, no habría amenazas para sus jugadores. “No vuelva nunca más. Si piensa en volver, venga a entregarse nada más llegar, para ahorrarnos el trabajo”, le dijeron a Caetano Veloso cuando lo enviaron al exilio en Europa. Lo cuenta en sus memorias 'Verdad tropical' y, por mal que hoy fuera, no pinta que Neymar tuviera que escuchar algo así.

La tercera buena cosa de vivir un partido con Brasil es vivirlo en un lugar tan emblemático como el Cantinho Brasileiro de la calle Ample, olor a pao de queijo y euforia permanente. Uno puede fiscalizar el pasado de los brasileños culés mirando sus otografías con Angela, la dueña. Neymar y Ronaldinho presencian desde retratos colgados en la pared las coxinhas y las caipirinhas que se despachan en la barra. “El último fue el padre de Coutinho, que vino a buscar feijoada”, explica Angela.

El precio de la bandera

La cuarta cosa rica de vivir un partido de Brasil es, precisamente, que incluso lo trágico podría ser divertido: “¡Vamos galera!”. Ir al VAR, a la cámara del arbitraje, es aquí tan divertido como ir al bar. Es decir, los comentarios mientras se analiza ese penalti a Neymar darían para escribir otro libro. El precio de la bandera, esa bola cruzada por el orden y el progreso, suben. Luis, de Belafonte, las vende a 15 euros al empezar, pero el precio se dispara como un índice de Wall Street hacia el final.

La quinta cosa buena es que Brasil ha ganado cinco Mundiales. De algún modo, los otros que ganan Mundiales casi los cogen prestados. En el caso de Brasil, es suya. El entrenador de Oliver y Benji sabía todo lo que sabía de Brasil y todos quisimos ser brasileños en el patio del colegio, arrastrando colas de vaca y marcándonos chilenas de Rivaldo.

Por eso parece lógico que Coutinho marque en el último minuto. Y aún más que vuele una chancla havaiana y la afición se invente un cántico sobre las hawaianas (algo así como La rumba del hawaiano de Peret, pero en tropical). Y no solo eso, que cuando aún siguen las panderetas de la primera celebración, enchufe otro gol Neymar en el tiempo de descuento. Al fin y al cabo, Brasil tiene como una de sus canciones más conocidas 'A copa do mundo e nossa'. Y Neymar llegó a Barcelona con unas botas en las que ponía 'Alegría e Osadía'.