análisis

El arte reflexivo contra la razón instrumental

Jordi Puntí

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Hace unas semanas tuve la suerte de conocer a Obrad Savic, profesor de Filosofía Política en la Universidad de Leeds. Savic es un espíritu inquieto, provocador, que se apasiona analizando todo lo que se le pone a tiro. Una tarde, mientras tomábamos un café, le pregunté si le gusta el fútbol. Me dijo que no mucho, pero entonces me habló del Barça-Inter de semifinales de la Champions. Había visto el partido por televisión y había quedado maravillado por la intensidad del juego. Había comprendido que aquello era la lucha de dos mentalidades antagónicas. «La victoria del Inter de Mourinho –me dijo entonces Obrad Savic– fue el triunfo de la razón instrumental sobre el arte reflexivo».

Confieso que en ese momento la filosofada me dejó KO, pero estos días, tras ver los 16 partidos que han completado la primera vuelta del Mundial, he vuelto a pensar en las palabras del profesor. Tal como yo lo descifro, el arte reflexivo responde a la vieja idea del fútbol que Guardiola ha actualizado en las dos últimas temporadas: salir a ganar, pero sobre todo conscientes de querer jugar de una determinada manera, sin alterarse ante el rival. En cambio, la razón instrumental que tan lejos llevó a Mourinho obedece a criterios capitalistas: el único objetivo es ganar y los seres humanos se convierten en objetos manipulables. Por ejemplo: aunque Etoo sea delantero, si hace falta jugará de defensa durante 80 minutos.

En un Mundial sucede todo tan rápido que, para agarrarse al próximo partido, algunos equipos se olvidan del arte del fútbol y juegan de forma práctica. Es decir, no juegan, resisten. Pensemos sobre todo en los países sin una tradición arraigada, con entrenadores mercenarios. Yo estoy convencido, sin embargo, de que la selección que al final gane el campeonato lo hará gracias al fútbol reflexivo. ¿Cuál es el secreto? Pues la mezcla exacta de tradición y talento individual, de un estilo de juego definido y unos jugadores que sepan aplicarlo.

En la mayoría de partidos que hemos visto hasta ahora, ha faltado una cosa o la otra. Solo Alemania, Holanda, Chile y Argentina han demostrado equilibrio entre su tradición y los jugadores decisivos, aunque es cierto que jugaban contra rivales menores. En el caso de Argentina, además, parece que el jeroglífico se resuelve cuando el talento de Messi sirve al estilo argentino y viceversa. Muchos equipos nos han decepcionado porque se olvidan de su tradición o no saben a lo que juegan. Es el problema, en grados diversos, de Inglaterra y Fabio Capello, de Domenech y Francia. Más complejo es el caso de Brasil: Dunga prefiere el músculo al toque, pero es que tampoco va sobrado de talentos individuales que hagan la jugada cuando recuperan el balón.

La primera jornada del Mundial suele ser histérica para todos los equipos. La segunda sirve para calmar esa histeria o para excitarla todavía más. Lo que nos lleva a hablar de España y su habitual fatalismo mundialista. España es la única selección que de momento se ha perdido por exceso y no por defecto. En el encuentro ante Suiza –un equipo que jugó a lo práctico–, Xavi y compañía derrocharon arte reflexivo, tan reflexivo que se olvidaron del talento individual (de Villa, Torres, Silva, Iniesta). Su atención a un estilo de juego con el gen azulgrana de Guardiola –yo lo vivo así– les atenazó demasiado y les volvió ineficaces. Habrá quienes vean el toque como un ejercicio de retórica vacuo y pidan más acción, más Sergio Ramos en plan caballo loco. Ahora todo depende de la confianza en ese estilo porque el talento existe. Los que somos del Barça hemos vivido esta situación cientos de veces. Se llama paciencia. Ahora es el turno de los aficionados españoles. Gracias a la fe en esa tradición de juego que ganó la Eurocopa, por fin sabrán lo que significa ser del Barça.