Abreu, 'loco' sin parar

El delantero uruguayo, de 40 años, ficha por un pequeño equipo chileno, el número 25 de su carrera y el 11º país en el que juega

Sebastián Abreu, en un partido con la selección uruguaya del Mundial del 2010.

Sebastián Abreu, en un partido con la selección uruguaya del Mundial del 2010. / periodico

ELOY CARRASCO / BARCELONA

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Hasta ahora Sebastián Abreu, por mal nombre ‘el Loco’, era más o menos conocido por dos prácticas extremas: fallar el gol más fácil y marcar el penalti más difícil. El delantero uruguayo, 40 años cumplidos, vuelve ahora a los diarios por un nuevo hito. Acaba de fichar por el Puerto Mott, un club de la Segunda División chilena, y eso significa que habrá vestido 25 camisetas diferentes en 11 países. Aunque queda lejos de los desaforados 33 escudos que defendió el brasileño Tulio Maravilha, Abreu iguala a otro promiscuo de campeonato, el alemán Lutz Pfannenstiel, que tiene acreditado haber jugado en las seis confederaciones de la FIFA (es el único) a lo largo de, también, 25 escuadras.

Abreu se hizo famoso por un grandioso fallo con el San Lorenzo, coreado por la música de un comentarista que ya cantaba el gol como solo saben cantarlos los comentaristas argentinos. El portero estaba vencido, Abreu tenía la pelota en los pies, "es gol de Abreu, es gol de Abreu", anticipaba el relator, pero de pronto el piernilargo delantero se hizo un lío y la bola acabó fuera. "¡Abreu! ¡Abreu! ¡Abreu!", le increpaba a berridos el atónito locutor, Marcelo Araujo.

Unos años después, los destellos del honor acudieron a eclipsar aquella vieja afrenta. Cuartos de final del Mundial de Sudáfrica 2010, la típica tanda de penaltis agónica, contra Ghana, a la que todo el estadio empuja para que se convierta en el primer semifinalista africano en la historia. "Maestro, déjeme el quinto", le pidió al seleccionador Tabárez. Vale. Si lo mete, la gloria es charrúa. Y allá va, ni corto ni perezoso, con un ‘panenka’. Gol, y Uruguay a semifinales. Muchos comprendieron por qué lo llamaban ‘Loco’, palabra que él mismo lucía en la espalda de sus camisetas por encima del dorsal 13.

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Ese número del mal fario es el que legó en el Nacional de Montevideo a Luis Suárez, el del Barça. Abreu andaba ya por esos mundos de Dios, juntando equipos en su hoja de servicios, y el joven Luis era el nuevo delantero centro de los ‘bolsilludos’. Asumió incluso el 13, no le importó su fama gafe. O eso dijo al principio. "Después de seis meses en que no metía ni un gol, decidí cambiar al 9", contó años después Suárez, que tiene a Abreu por ídolo.

Alto (1,93) y de largos brazos y piernas, Abreu estuvo a punto de ir con la selección juvenil de baloncesto a un torneo sudamericano. Se le daba muy bien la canasta, excentricidad en el país del fútbol por excelencia. Cambió, pues, y tras unos inicios en el Defensor lo fichó el Nacional, el club del que es hincha, y ya empezó la inacabable carrera.

EL DEPOR Y LA REAL

A España lo trajo el Depor de las buenas épocas. Jugó en Riazor con Djalminha, Fran, Mauro Silva o Paco Jémez. Tenía 20 años y, como no marcó muchos goles, Irureta le dio puerta. No se acaba el mundo.

Luego Lillo lo llevó a la Real Sociedad, en Segunda División. Se habían conocido en los Dorados de Sinaloa, en México, donde también coincidió con Pep Guardiola. "Era un tipo muy humilde, le ofrecieron un carro de lujo y él dijo que no, que le dieran el que llevaban todos. Y en el campo era superior, se notaba la categoría que tenía. Cuando aún no había recibido el balón ya sabía qué tres o cuatro cosas podía hacer con él", dijo con admiración del técnico catalán.

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En San Sebastián cumplió más que bien, 11 goles en 18 partidos, pero el equipo no subió y él y su maleta zarparon de nuevo. En todos estos años y destinos ha tenido pasos efímeros (solo nueve partidos en el Aris de Salónica) y estancias en las que surgió algo parecido a unas raíces: en el Botafogo de Río se quedó más de dos temporadas, y lo adoran. Lleva más de 400 goles en su trayecto, cifras mayores, ha jugado 70 partidos con su selección (26 goles) y ha disputado dos Mundiales y tres Copas de América, con un triunfo sonado en la del 2011. Aquel desgalichado chaval que sonó por primera vez porque falló un gol cantado no es un piernas. Y no se cansa. Su viaje ahora a una remota y lluviosa ciudad del sur de Chile es la prueba.

LLEGAR A JUGAR CON EL HIJO

Dice que el afán de batir el récord de clubs no está detrás de esta aventura. "No me mueven esas cosas. Si hubiese querido romper el récord no habría vuelto seis veces al Nacional, dos a River Plate o dos más a San Lorenzo". "Mi compromiso es el de siempre: llegar a disfrutar y adquirir todo lo que el fútbol chileno me pueda aportar, porque uno siempre está abierto a aprender".

En Puerto Mott va a cobrar 10.000 dólares al mes. Firma por seis meses y se dispone a animar el estadio Chinquihue. Suelen ir 2.500 personas a cada partido. El club confía en duplicar la cifra con Abreu. Tiene cuatro hijos y todavía un desafío, aguantar hasta llegar a jugar algún día con uno de ellos, Diego, que ahora tiene 13 años.