CRÓNICA DESDE ATENAS

La dicotomía griega y Europa

Manifestación antieuropeísta.

Manifestación antieuropeísta.

ANDRÉS MOURENZA / Atenas

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Pintado en una tipografía pasada de moda, sobre el muro de una pequeña oficina de viajes ateniense, se leía hasta no hace muchos meses: Billetes de avión a Europa. Sorprende al extranjero esta frase, que podría dar a entender que Grecia no pertenece a ese continente-identidad que los propios habitantes de estas tierras comenzaron a forjar hace varios milenios.

Pero la realidad es que en Grecia conviven identidades y sentimientos contrapuestos, esquizofrénicos en ocasiones. Por un lado ese orgullo desmedido de ser los creadores de la idea -o al menos del nombre-de Europa, en algunos casos llevados al extremo como cuando el ministro de Justicia, Jaralambos Athanassíu vino a decir que el sistema judicial era una creación griega, saltando por encima de la Revolución Francesa y siglos de contribuciones universales. Por otro lado, es fácil encontrar ese sentido de inferioridad respecto a los países más desarrollados de la Unión.

Helenos y romiós

Estas identidades contrapuestas las resumía en dos el incansable viajero, escritor y buen conocedor de Grecia Patrick Leigh Fermor: la helena -heredera del pasado clásico- y la romiós, palabra que en origen significaba romano y que deriva del momento en que el Imperio Romano de Oriente quedó como único heredero de los césares. Los turcos y otros pueblos musulmanes continúan llamando a los griegos que viven entre ellos rum, es decir, romanos. El griego heleno, explica Fermor, rechaza la cultura desarrollada durante el bizantinismo y la dominación turca, se siente hijo de Platón y Aristóteles y un igual entre los europeos, a los que pertenece. En oposición, el griego romiós se fía de su instinto y de la improvisación, no le importa utilizar trucos para lograr sus fines, para él los lazos de amistad son indestructibles y la hospitalidad una ley; turcos, albaneses, balcánicos en general, son enemigos pero gentes cercanas, y Europa es algo lejano y extraño. No es que existan griegos de uno y otro bando, sino que ambas identidades conviven o luchan dentro de cada griego.

Estas divisiones identitarias, por mucho que puedan parecer «historicistas», tienen sus consecuencias prácticas. Los líderes de la Grecia independiente crearon un nuevo idioma, el katharevusa (limpio de las perniciosas influencias turcas y balcánicas y supuestamente más parecido al griego clásico), que fue impuesto como lengua oficial y de escolarización. Durante siglo y medio convivió con el griego que se hablaba en la calle, el dimotikí,  hasta que en la década de 1980 se unificó y simplificó el sistema lingüístico. Como recordaba el ensayista George Zarkadakis, varias generaciones fueron obligadas en Grecia a aprender tres griegos diferentes: el katharevusa, el dimotikí y el clásico: «La mayoría logramos no aprender ninguno de ellos y terminamos mezclándolos en una jerga gramaticalmente anárquica».

Hoy la dicotomía identitaria se vuelve contra Europa. El sentimiento de haber sido vapuleado por Bruselas y una troika insensible hacia el dolor ajeno, se mezcla con el hecho de que pocos griegos desean verse expulsados del euro o de la UE, esa marca de modernidad por excelencia. Con todo, cada vez menos griegos tienen una visión «favorable» de la Unión Europa: según el último estudio de PEW son solo el 33 %.