PUBLICADO EL 12 DE AGOSTO DE 1992

Las cuatro sorpresas de los Juegos Olímpicos

Después de las transformaciones que Barcelona ha sufrido durante la preparación del gran acontecimiento de los JJOO y sus derivados, la ciudad ha de dar prioridad a un amplio sistema cultural.

Una vez concluida con éxito la cita olímpica, la ciudad de Barcelona ha de plantearse el reto cultural del futuro

Inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona

Inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona / periodico

ORIOL BOHIGAS / Barcelona

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Los Juegos Olímpicos de Barcelona han ofrecido cuatro sorpresas sucesivas que han representado cuatro grandes logros, al parecer definitivos en sí mismos, pero, sobre todo, esperanzadores para una continuidad hacia el futuro.

La primera sorpresa, la que se anticipó oportunamente, fue la transformación física de la ciudad: la recuperación del frente marítimo desde la montaña de Montjuïc hasta el río Besòs, los anillos circulatorios, el saneamiento del centro y la monumentalización de la periferia, los grandes equipamientos deportivos, la habilitación de parques y plazas.

La segunda ha sido constatarla perfecta organización de los complicados acontecimientos deportivos que han permitido a todo el mundo situar a la ciudad de Barcelona en unos niveles de eficacia organizativa y tecnológica muy superiores a lo que se podía deducir de nuestras viejas tendencias a la improvisación simpática pero titubeante.

La tercera ha sido la extraordinaria reacción de la ciudadanía: Barcelona entera se ha volcado a los entusiasmos colectivos y su hospitalidad --voceada a veces sin demasiada base real-- se ha ordenado hacia un clamor de identidad social, de responsabilidad con una alegría comunicativa que ha invadido toda sus calles y plazas.

La cuarta ha sido la buena acumulación de medallas conquistadas por los atletas españoles, lo cual demuestra la eficacia de una nueva orientación que se ha dado en la política deportiva, lo que supone un cambio rotundo con respecto a la antigua tendencia de figurar entre los colistas.

El progreso continuado

Estos cuatro elementos han de marcar para el futuro la ciudad que esos Juegos Olímpicos nos han reconstruido. No hay que pensar, no obstante, que cada uno de estos cuatro elementos ha agotado ya sus respectivo campos de actuación. Se ha dado un paso de gigante y nos hemos situado a la altura para poder competir con las ciudades que no habían sufrido nuestras grande sin suficiencias- Pero, una vez se encuentran cubiertos algunos déficits, hay que insistir en el progreso continuado y normalizado para no echar en saco roto las conquistas que se han alcanzado en la nueva situación.

En el campo urbanístico que dan todavía a muchas grandes empresas. Para citar sólo las más evidentes, hay que recordar la continuación del frente marítimo hasta más allá del río Besòs, la prolongación de la avenida Diagonal, la rehabilitación definitiva del barrio antiguo --la Ciutat Vella-- la, incorporación física y social de la periferia que heredamos de los tristes años en que a expansión se llevó a cabo de manera incontrolada.

Y entrando en temas de urgencia social, hay que decir que se encuentra pendiente todavía solucionar el problema de la vivienda económica, que ha llegado a unos mínimos muy en desacuerdo con la satisfacción general que ahora se ha respirado.

La eficacia organizativa y tecnológica debe ahora dar un paso más y extenderse hasta todos los campos productivos y culturales. Todavía no somos una ciudad moderna y no lo seremos si nuestras estructuras no responden con la misma precisión con que han funcionado los Juegos Olímpico que hace unos pocos días acaban de concluir.

La gran participación ciudadana que ha fortalecido la identidad y la responsabilidad colectiva tiene que encauzarse partir de este momento en las situaciones más normales, en la cotidianidad de la convivencia. La urbanidad, como forma de ser y de actuar, la atención sistemática a los grupos que se encuentran marginados, la preocupación por las bolsas de pobreza, la corrección de las bases sociales de la delincuencia y otros errores de no están ni mucho menos garantizados en el futuro inmediato de la ciudad.

La buena formación y actuación de nuestros atletas de elite deberá sugerir una extensión del buen soporte al ocio y al deporte para la totalidad de la población, pasando del espectáculo y la competitividad a la instrumentación de unas nuevas oportunidades para conseguir el bienestar social. Y, naturalmente, esperamos también que se traspasen esas experiencias formativas a toda la enseñanza en general, desde el nivel más bajo, el de los párvulos, hasta el más alto, el de la universidad.

No tengo ninguna duda de que esas cuatro experiencias lograrán sus respectivas derivaciones. Pero no hay que olvidar que la ciudad de Barcelona tiene todavía otras líneas deficitarias, que no hace falta enumerar en este momento porque parecen ser ya bastante evidentes, aunque se presenten con prioridades discutibles. Una línea de prioridad corresponde, sin duda, a la cultura.

A lo largo de los 10 años preparatorios para la celebración de los Juegos, se han planteado diversos programas para activar una profunda política cultural, asimilándose a la global transformación de la ciudad.

Muchos de estos programas se iniciaron con una gran ambición y con una planificación muy acertada. Pero muy pocos de ellos han podido ser definitivamente terminados, seguramente porque no han podido ser totalmente incluidos en los esfuerzos de lo que era fundamentalmente necesario para la buena celebración de los Juegos Olímpicos-

Una lista sorprendente

La lista de grandes estructuras institucionales iniciadas es de una densidad sorprendente: el Museo Nacional de Arte de Catalunya, el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, el auditorio, la reforma y ampliación del Instituto Municipal de Historia y su hemeroteca, el Centro de Cultura Contemporánea, el Teatro Nacional de Catalunya, las reformas de la Biblioteca de Catalunya, la ampliación del Liceu, el nuevo Archivo de la Corona de Aragón, etcétera.

Fue una suerte que en su momento se pusieran en marcha tantas iniciativas porque, por lo menos, con ella se ha empezado a concretar el modelo de nuestra institucionalización cultural. Éste ha sido uno de los aciertos que hay que agradecer al empuje nacido en la ciudad a través del empuje del motor de los Juegos Olímpicos.

Pero, todavía hay que ampliar esta lista con una buena cantidad de instituciones que son de la misma urgencia pero que ni siquiera han sido iniciadas aún en estos momentos. Este es el caso, por ejemplo, de la reforma y reinstalación de todos los museos municipales o la construcción de la Biblioteca Pública Provincial y la red de bibliotecas de barrio y distrito.

La terminación --o en muchos casos la iniciación-- de todas estas estructuras institucionales es fundamental si queremos que esta ciudad urbanísticamente reestructurada --receptáculo bien dispuesto-- llene de un contenido social, se justifique con una actividad de alto nivel espiritual. No es este el momento de insistir en la importancia que tiene la cultura como un bien colectivo, un tema que nadie puede discutir. Una política cultural es, en realidad, parte de una política de bienestar social. Es cierto que no se resuelve todo con la cultura, ni mucho menos, pero también es cierto que sin una auténtica presión cultural ninguno de los problemas sociales puede alcanzar una solución definitiva.

La cultura como actividad y como institución presenta en la ciudad de Barcelona gravísimos déficit, seguramente porque fue lo más mutilado durante los años de la represión. Tan mutilado que la ciudadanía ha perdido incluso la voluntad de exigir de la Administración el alto nivel de los servicios culturales, como si correspondieran solamente a un escaso grupo de especialistas. La ciudad de Barcelona, después de las transformaciones que ha sufrido durante la preparación de los Juegos Olímpicos y sus derivados, ha de dar prioridad a un amplio sistema cultural.

Primero ha de crear conciencia de esta necesidad para que se convierta en una exigencia colectiva e inmediatamente debe invertir en la formación, la estructura institucional y la actividad creativa.

Un gran sistema cultural puede ser la nueva bandera barcelonesa que sustituya los aros olímpicos. Los aros y los éxitos que los han acompañado, han situado a Barcelona en un diálogo equilibrado con las grandes ciudades.

Para no perder esta situación, Barcelona debe ofrecer una nueva aportación creativa: una ciudad de sólida estructura cultural.

Estoy convencido que la ciudad postolímpica encontrará muchos caminos de continuidad y de superación y que no hay que temer más sinusoides que aquellas a las que obligue una situación más general.

Pero estoy también convencido de que el camino de mayor rendimiento y el que apoyará la base de muchos otros progresos es precisamente el de la cultura. Y éste se tiene que apoyar en una política radical de fomento y reconsideración de la enseñanza y en la construcción y el funcionamiento de las instituciones básicas.

El primer parámetro es obvio. No hay capacidad creativa ni posibilidad de participación en la cultura si no hay los instrumentos básicos de la enseñanza y el aprendizaje. Tiene escaso rendimiento organizar grandes y carísimos ciclos de conciertos si no hay una buena educación musical que permita su penetración cultural. No tiene sentido preocuparse por la institución de una buena orquesta si no hay un buen conservatorio que construya buenos músicos.

Los problemas de formación artística y científica --enseñanza, experimentación, facilidad de ensayo, instrumentos de trabajo, etc.-- están muy lejos de ser resueltos y siquiera enfocados. La ciudad postolímpica ha de atender estos temas de instrucción pública si quiere situarse en su nueva dimensión cultural.

El segundo parámetro, el de la construcción y funcionamiento de las instituciones, las infraestructuras básicas, es indispensable para encauzar las posibilidades abiertas por la instrucción pública. No hay concierto sin auditorio, no hay arte escénico sin teatro, no hay criterio ni placer artístico sin museo. Un sistema cultural no puede funcionar sin estas infraestructuras, entendidas no solamente como edificios neutros contenedores, sino como reales instituciones, como lugares de trabajo e irradiación, como talleres de cultura. Muchas de estas infraestructuras, como he dicho, están ya iniciadas en Barcelona. Hay que terminarlas y llenarlas de contenido operativo. Sólo este esfuerzo requiere una inversión del orden de los 80.000 millones de pesetas a cargo de las administraciones públicas, a lo que es preciso añadir los grandes gastos permanentes para su funcionamiento.

La cultura hay que pagarla desde la Administración. La cultura es muy cara, pero menos que las autopistas o la televisión. Hay que exigir un trasvase de inversiones si queremos seguir con la bandera de Barcelona izada en algún ámbito internacional civilizado. Es decir, si queremos vivir civilizadamente en Barcelona.

Si Barcelona acepta el reto de la cultura, habrá que hacer un cambio radical en la estructura de sus presupuestos. En Francia, las ciudades de más de 150.000 habitantes (sin contar París), han aplicado, como promedio, el 14% de sus presupuestos a la cultura, lo cual equivale a 23.500 pesetas por habitante. A cada barcelonés nos han correspondido este año solamente 4.000 pesetas. Si añadimos los servicios de enseñanza especial y los actos autónomos de los distritos, no alcanzamos siquiera las 4.500 pesetas. Ya sé que puede ser inexacto comparar directamente estas cifras porque habría que analizar el volumen de los presupuestos totales y la participación de las otras administraciones. Pero la diferencia es demasiado exagerada para suponer que en Barcelona --y paralelamente, en Catalunya y en España-- se pueda subvencionar la cultura con esas miserias y peor aún si añadimos en nuestro caso los déficit acumulados que debemos superar.

Lo malo es que muy poca gente --muy pocos votantes-- se quejan de esa escandalosa insuficiencia. Espero que después de la euforia que ha acompañado al desarrollo de los Juegos Olímpicos, podremos concienciar al ciudadano y hacerle entender que sus grandes demandas tienen que ir hacia las enseñanzas, la actividad y las instituciones culturales. La esperanza es que esa nueva conciencia provoque una situación nueva: que los partidos que ganen elecciones no sean los que prometen autopistas, guardias o aparcamientos, sino los que centren sus campañas en el compromiso de dedicar a la cultura el 14% del presupuesto.