Visita a los restos de una leyenda del vicio, Madame Petit

Una vidriera del legendario lupanar, la más casta de la colección municipal, puede ser visitada en el museo dedicado a..., ¡oh!, Jacint Verdaguer

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icoy35729773 madame petit160930161636 / ARCHIVO PACO VILLAR

Carles Cols

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¿Qué tienen en común Jacint Verdaguer, gran poeta catalán, cura y exorcista, Madame Petit, burdel legendario de Barcelona, donde ningún vicio era imposible, y Santiago Salvador, el anarquista de las dos bombas del Liceu, la que estalló y la que se quedó dormida en sobre el vientre de una víctima? Vamos a ello.

El burdel Madame Petit (más o menos 1889-1956, calle Arc del Teatre, 6) es el Guadiana del periodismo local, un lupanar legendario que resurge ocasionalmente porque la llama de su fama, que traspasó fronteras, ardió con tanto brillo que no se apaga tan fácilmente. De aquel establecimiento quedan extraordinarios retratos bibliográficos, como el de Paco Villar en 'Historia y Leyenda del Barrio Chino'. Queda, cómo no, el solar vacío donde durante 67 años tuvo lugar todo aquel trajín sexual.

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Se conservan algunas fotografías, muy castas en realidad para lo que en verdad allí ocurría. También están las monedas acuñadas en el lupanar con las que se pagaban los servicios y que cotizan al alza en el mercado de la numismática. Pero el resto material palpable más excitante y hermoso de la historia de Madame Petit es un conjunto de vidrieras que inesperadamente el Museu d’Història de Barcelona (Muhba) descubrió cuando hace pocos años se demolió el edificio.

EXCURSIÓN A VIL·LA JOANA

Es un tesoro local que, como un arca de la alianza, duerme desde entonces en un almacén de la Zona Franca, pero una de las piezas, en una feliz decisión, por fin se exhibe en público. Tal vez sorprenda el lugar. Ocupa una pared de Vil·la Joana, la finca de Vallvidrera consagrada al recuerdo de Mossèn Cinto Verdaguer y, por extensión, Casa de la Literatura de Barcelona.

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Vil·la Joana es una finca a cinco minutos de la estación de Baixador de Vallvidrera, en mitad de un bosque. Allí murió Verdaguer en 1902. El pasado 10 de junio, aniversario de la muerte del poeta, estaba prevista la inauguración oficial de esta subsede del Muhba, pero la fecha cayó en mitad de una campaña electoral, así que tras una inversión municipal de cinco millones de euros, el estreno pasó de puntillas (no se permiten inauguraciones oficiales en campaña)  y, de paso, apenas nadie se enteró de que ¡Madame Petit ha vuelto!, aunque sea solo en forma de vidriera.

El motivo de su presencia en Vil·la Joana puede parecer forzado, pero en realidad no lo es. Según Josep Bracons, responsable de las colecciones del Muhba, se pretende con solo tres piezas resumir el contexto histórico de aquellos años. La pieza con menos morbo es un capitel de uno de aquellos palacetes que fueron demolidos a principios del siglo XX para abrir la Via Laietana. Verdaguer, entre sesiones de espiritismo y controveridos exorcismos, contribuyó al renacer literario del catalán, y, en cierto modo, la transformación que se planificó posteriormente en el barrio Gòtic era la consecuencia natural de aquella ‘renaixença’ cultural.

Barcelona era también en aquellos años la ciudad de las bombas, y la imagen icónica de esa etapa es sin duda ‘madame Orsini’, la bomba que en¿1893 no hizo explosión en el Liceu, otra pieza hasta ahora material de almacén. Perfectamente podría estar expuesta también en el Museu del Disseny, pues su manufactura tenía su qué. Los artificieros anarquistas resultaron ser maestros del reciclaje. Sustraían de las fincas regias de la burguesía catalana las esferas cromadas del pasamanos de las escaleras y, con paciencia, las reconvertían en bombas.

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LA CABRA

Pero de las tres piezas (perdón, pero cada cual tiene su debilidad), la vidriera de Madame Petit es a la que más debe Barcelona, a poco que se medita un poco sobre ello. La etapa de mayor gloria de aquel prostíbulo cumple ahora 100 años. Fue durante la primera guerra mundial, porque Barcelona se convirtió en refugio de familias adineradas de media europa y, también, de prostitutas que seguían el rastro del dinero. En Madame Petit se podía acceder a cualquier vicio. Las crónicas de la época recuerdan a una madre y su hija, polacas ambas, que satisfacían a los masoquistas. Luego estaban los tríos, las camas redondas, las fantasías necrófilas, la cabra (por la que es mejor pasar de puntillas), las proyecciones de cine pornográfico, el armario de los disfraces, del que parece que gustaban, por encima de los demás, el de monja y el de cura. Todo, eso sí, muy limpio. En Madame Petit se instaló, dicen, el primer bidé de España.

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Las vidrieras, en resumen, fueron testigo de aquella lasciva sinvergonzonería, pero lo que viene al caso es que la fama de Barcelona, la mala, perduró más allá de la guerra y desencadenó una peregrinación de autores en busca de aquella leyenda, como André Pieyre de Mandiargues o Jean Genet. De todo eso hablan, aunque mudas, las vidrieras de Madame Petit.