BARCELONEANDO

El pez vuelve al agua

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Olga Merino

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A Manolo, también conocido como Manuel Vázquez Montalbán, le encantaban los boleros porque en el fondo era un chico de barrio y porque sus letras sencillas, un ejemplo de economía expresiva, vienen a zanjar en un plis plas altísimos misterios del oficio de vivir, como aquellos versos que decían: "Se vive solamente una vez / hay que aprender a querer y a vivir / no quiero arrepentirme después / de lo que pudo haber sido y no fue". Tal vez por eso, porque le gustaban tanto, este sábado se han oído unos cuantos en el bautizo de la reedición ilustrada de 'Barcelonas', un clásico del añorado susodicho, boleros que han sonado estupendos en la voz de Carme Canela y las sabias manos de Marco Mezquida, a quien le han puesto un piano de cola bajo el sol.  

Así, dicho en seco y sin más aditamentos, ha sido un homenaje bello. A Manolo le habría gustado; estábamos en su barrio, en el Raval, en el agua de su pecera. Lucía el sol, el cielo reventaba de azul y, de vez en cuando, el aire traía ráfagas de azahar de los naranjos que jalonan el patio de la Escuela Labouré, un espacio perteneciente al conjunto de edificios conventuales de la Casa de la Misericordia, expropiado hace algo más de una década y recién abierto al público. Un remanso de paz por descubrir al que la gente, por simplificar, ha bautizado como la placita del Cidob; la gente suele ser sabia, como los boleros.

A la presentación de 'Barcelonas', reeditado por el Ayuntamiento y Empúries, han acudido la alcaldesa Ada Colau; su número dos, Gerardo Pisarello; y la concejal de Ciutat Vella, Gala Pin, ataviada con una camiseta roja que decía: 'Barrio chino 100%'. También ha llegado un pelín pillado Jaume Collboni, candidato socialista al consistorio y hasta hace unos meses segundo teniente de alcalde. Ni él ni ella se han cruzado la mirada durante el acto, ni siquiera cuando ha sonado el bolero aquel "cómo fue, no sé decirte cómo fue, no sé explicarme qué paso". Ay, Señor, este ha sido un año muy duro, sí.

No levantamos cabeza

En realidad, no levantamos cabeza desde los atentados de agosto, y no hay día que uno deje de preguntarse qué habría pensado Manolo de cuanto viene sucediendo. Puede que los más jóvenes no sepan que hubo un tiempo en que los lunes por la mañana, nada más levantarse, el personal se lanzaba en picado a su columna semanal como quien se abraza a un salvavidas, porque nadie como él sabía recolocar las cosas en un sitio. ¿Ingredientes? La retranca gallega, heredada del padre, y bastante escepticismo crítico, unas gafas de montura ligera que a ciertas edades sientan muy bien.

Al acabar el acto, la concurrencia ha podido degustar un vermut de grifo, con su aceituna pinchada y patatas de churrería, y ha sido durante el simpático aperitivo, a la sombra de los naranjos, cuando un joven, vinculado al gremio editorial, ha subrayado en un corrillo su extrañeza por sentir nostalgia de alguien a quien no llegó a conocer, añoranza a través de la simple lectura de sus textos. Parece mentira que el próximo octubre vayan a cumplirse 15 años de su muerte.

Pero ni apetece ni es el momento de recordar ahora aquel episodio triste en el aeropuerto de Bangkok, sobre todo cuando nos hemos saltado el capítulo más interesante de esta crónica, esto es, las alocuciones de los padrinos de ceremonias, los periodistas y escritores Quim Aranda y Xavier Theros, más político el primero, más polipoético el segundo, pero ambos igual de certeros.

Aranda, autor del prefacio de la reedición -a él le he robado el título para este artículo-, ha recordado algunos fragmentos de esa gran crónica historiográfica que es 'Barcelonas' en que Vázquez Montalbán transitó por otras etapas aciagas de la ciudad, como la Setmana Tràgica, mientras que Theros ha recordado la clarividencia del autor. Ya en noviembre de 1987, cuando el libro se editó por primera vez, él ya vio venir los lodos que se nos echarían encima: "…durante un fugaz pero intenso momento, las ramas verdes olían a primavera y nadie sabía que después del destape, la próxima palabra de moda sería desencanto". En verdad, Vázquez Montalbán dejó tras de sí una estela de orfandad colectiva.