El Uber de las Samsonite aterriza en Sant Antoni
Tras la desopilante vista de Airbnb de hace un mes, la librería Calders recibe otra obscena propuesta turística: guardar el equipaje de los turistas
Carles Cols
Periodista
CARLES COLS / BARCELONA
El barrio de Sant Antoni es una placa de Petri que conviene poner periódicamente bajo el microscopio, porque como cultivo del bacilo turístico es una fuente de inagotables descubrimientos. Ahí va el último, un material de primera mano contado por Isabel Sucunza, junto a Abel Cutillas, alma de la librería Calders, de la calle Parlament, una travesía donde, dicen, comenzó la parquetematización del barrio.
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Antes de contar lo ocurrido, un par de necesarias pinceladas sobre Sucunza y la Calders. La primera es reciente. La pintura aún está fresca. Fue hace un mes, cuando Airbnb, para el caso, el Cthulhu de la gentificación, le mandó una carta a esta librera. El tono era de un impostado colegueo. El portal de pisos turísticos de alquiler le pedia fotos de la tienda (realmente es muy bonita) para incluirlas en una guía sobre la ciudad. Sucunza, testigo cotidiano de lo que sucede en Sant Antoni, les respondió con un inequívoco “ni de coña”. Podía haber contestado con un más literario “preferiría no hacerlo", pero Bartleby solo hay uno.
FALSOS LECTORES
Desde aquel episodio de hace un mes, la vida en la Calders ha seguido su curso, que no deja de ser atípico. Entran, por supuesto, los lectores en busca de libros, pero también agentes inmobiliarios de incógnito, que no es que vistan distinto, pero se les ve a la legua, porque miran como a través de los estantes, tal vez para calcular de memoria los metros cuadrados de la tienda. De vez en cuando alguno se lanza y pregunta si el establecimiento es de propiedad o está en régimen de alquiler, como si aquello fuera el planeta Tierra de la ‘Guía del autoestopista galáctico’, de Douglas Adams, que tiene que ser literalmente eliminada del sistema solar porque por allí mismo tiene que pasar una vía de circunvalación interestelar, que en el caso de Sant Antoni podría ser, por ejemplo, un nuevo gastrobar (el nombre se las trae) o una tienda de alquiler de patinetes.
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Total, que no hace ni una semana ocurrió algo nuevo. Se presentó ante el mostrador un joven con una propuesta singular. Dijo que tiene casi a punto una ‘app’ in-dis-pen-sa-ble, pensaba él, una solución para que los turistas de apartamentos tengan donde guardar cómodamente las maletas mientras apuran sus últimas horas en la ciudad antes del vuelo. En el centro de la ciudad hay un par o tres establecimientos ‘aparcaequipajes’, sí, pero aquel joven se presentó en la librería convencido de que eso es muy analógico, pues hay que carretearlas hasta allí, así que en un momento de lucidez concibió el Uber de las Samsonite. Su propósito es que los establecimientos de Sant Antoni, la Calders, por ejemplo, cedan a cambio de una pequeña compensación económica su trastienda para guardar las maletas de los turistas que se han alojado en la misma finca o en una muy cercana. Cthulhu en casa, qué bien. De nuevo, Sucunza concluyó que preferería no hacerlo. Le enseñó la puerta, pero alguien morderá el anzuelo, fijo. Si algún día se celebraran los juicios de Nuremberg sobre la turistificación de Barcelona, algo que previsible y lamentablemente no ocurrirá, por el banquillo podrían pasar tipos muy singulares y que, además, no podrían alegar aquello de que solo cumplían órdenes.
FEM SANT ANTONI
La cuestión es que Sucunza dijo que no porque, lo dicho, tiene una butaca de primera fila en la calle Parlament, donde según los vecinos de Fem Sant Antoni, una plataforma cada vez más en forma, ocurren cosas que no se creería ni el Monje Eléctrico, aquel robot de otra novela de Douglas Adams que de tan crédulo que era “empezaba a creerse cosas que resultaban difícilmente creíbles incluso en Salt Lake City”, por aquello de que es la patria de los mormones y de su cantamañanas Joseph Smith.
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Esta semana, sin ir más lejos, han cazado un anuncio inmobiliario que quita el hipo. Se vende un entresuelo del número 55 de Parlament, de 58 metros cuadrados, por 150.000 euros. Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol de Barcelona. Lo interesante viene después, en el comentario que añade el anunciante: “El piso no se puede visitar, está ocupado por terceros sin título. No realizaremos los trámites de desalojo, serán a cargo del comprador. La ocupación ilegal se puede gestionar mediante negociación con los ocupantes ofreciéndoles una compensación económica o con demanda judicial con un coste aproximado de 1.000 euros y en el plazo de unos seis meses la vivienda queda desalojada”.
En 58 metros cuadros caben muchas maletas.
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