La 'casa de Up' de L'Hospitalet

La casa de Carl Fredicksen emprende el vuelo en 'Up'.

La casa de Carl Fredicksen emprende el vuelo en 'Up'.

CARLES COLS / L'HOSPITALET

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Aunque fue estrenada hace solo seis años, los siete primeros minutos de la película Up se consideran ya de forma unánime un clásico de la historia del cine. Resumen de un modo conmovedor la vida del protagonista, de niño a anciano, del amor de juventud a la pérdida de la pareja por culpa de la enfermedad, y todo ello solo como preludio de un caso de libro de gentrificación, ese trastorno urbanístico en el que un barrio humilde, con sus gentes, desaparece engullido por la modernidad. En Up, la casa de Carl Fredicksen se resiste simbólicamente a caer. Un poco de todo eso, aunque sea con matices, es lo que representa Teresa Casals y otros cuatro vecinos en el antiguo Camí de la Fonteta de L'Hospitalet. Cal Siscu (porque la edificación tiene nombre, como era norma antaño) fue construida por los abuelos de Casals en 1918 y, ahora, cuando terminen las obras, estará literalmente en mitad del parque de Can Boixeres. Cal Siscu y dos más. Es un caso insólito que reabre, una vez más, el debate de hasta qué punto las transformaciones urbanísticas conllevan siempre un poco de pérdida de identidad.

El Camí de la Fonteta fue la materialización en L'Hospitalet del anhelo catalán de la caseta i l'hortet. Entre 1910 y 1930 se levantaron ahí una veintena de casas, cada una con su propio huerto y con su propio pozo. El lugar era bucólico. Desde la ventana se divisaban viñedos y una bòbila. Eran, primero, viviendas de fin se semana, hasta que estalló la guerra civil. Entonces, de forma inesperada, sus dueños redescubrieron ahí una seguridad que no ofrecía la vida en Barcelona, y más durante la posguerra, cuando un huerto junto a la puerta era una despensa llena.

La historia comenzó a torcerse, al menos sobre el papel, en 1976, con la redacción del Plan General Metropolitano (PGM). Se decidió entonces que aquel núcleo residencial tenía que desaparecer para que pudiera crecer, como zona verde, la finca de Can Boixeres que el municipio adquirió en los años 60. L'Hospitalet ya llevaba colgado entonces el sambenito de ser la Calcuta catalana, por su densidad de población, así que aquello se aceptó sin más.

Aquella página del PGM permaneció en letargo hasta el 2008, el año primero de la crisis, en que el Ayuntamiento de L'Hospitalet decidió iniciar la reforma profunda de aquella esquina de la ciudad, casi fronteriza con Cornellà.

Conviene aquí hacer un inciso, porque L'Hospitalet ha sido una cierta rara avis durante los años de la crisis, al menos en su faceta inmobiliaria. Aquí el movimiento de las grúas y de los trabajadores de la construcción no se ha congelado hasta el cero absoluto. Se han construido bloques de notables proporciones en el área de La Remunta y en Santa Eulàlia, por ejemplo, en parte promociones privadas y en parte vivienda de protección oficial. Francesc Josep Belver, concejal del equipo de gobierno, se sabe al dedillo el número de pisos de protección que se adjudicaron en el anterior mandato. «Entre el 2011 y el 2015 fueron 888 viviendas», explica.

Bien común

El propio Belver se encarga, ya de paso, de explicar la insólita solución que se la ha dado a los numantinos vecinos del Camí de la Fonteta. La mayoría, recuerda, aceptó cambiar su casa por un piso en la misma zona. A los que no querían irse podía habérseles impuesto una expropiación en nombre del bien común. Ese ha sido el traumático procedimiento en centenares de casos en el área metropolitana estos últimos años. El remedio final, sin embargo, ha sido otro, que aunque atípico, parece más respetuoso. Casals y los dueños de otras dos casas, José Gaspar, Ángela Gallego, Josep Marcet y Elena Mateu, podrán residir en sus casas mientras vivan. Se puede decir también al revés. Las casas estarán en pie mientras haya vida cotidiana dentro de ellas. Esto, vista la enérgica vitalidad de Teresa Casals, invita a concluir que Cal Siscu estará en mitad del parque de Can Boixeres hasta más allá de que acaben las obras de la Sagrada Família. Entonces, admite Belver, quién sabe si por nostalgia o por lo que sea se decidirá conservar en pie la casa, más o menos como testimonio de lo que aquello fue durante la primera mitad del siglo XX. En cualquier caso, será una decisión que tomará un alcalde que probablemente hoy aún va al cole.

Lo que cuenta ahora es que las obras de ampliación del parque entran ya en la recta final. Aunque con algún que otro roce por alguna planta del jardín dañada por las máquinas excavadoras, Teresa Casals mantiene una relación bastante cordial con el jefe de obras y sus empleados. Otra curiosidad es que los solares de las casas que ya cayeron han sido reconvertidos en terrazas que se usarán como futuros huertos urbanos. Teresa les ha puesto nombres. Bueno, de hecho, no le ha cambiado el que tenían. «Este es Casa Manolo, este es el Franciscu, este el Cristalero...».

Hace tres años perdió a su marido, víctima de una fulminante enfermedad. Hasta en eso es posible ver alguna similitud con el guion de Up. En lo que no la habrá es en sacar la casa al vuelo, con cientos de globos. «Queremos dejar muy claro los cinco que hemos decidido no irnos, que estamos muy felices de seguir aquí». Pues queda dicho.