BARCELONEANDO

Albert, su cartera y el bueno de César

Hay mucha gente buena en Barcelona, como el venezolano que encontró el billetero de un padre despistado e hizo lo posible por devolvérsela

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zentauroepp45131259 barcelona 20 09 2018 barceloneando albert martin esquerr180921165523 / ROBERT RAMOS

Carlos Márquez Daniel

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Tuvieron que pasar muchas cosas para que Albert y César se conocieran. La huida de un país en descomposición, una tarde de piscina con el niño, una lluvia torrencial, un autobús vacío, una baja paternal, una visita al médico. Y una cartera olvidada. En la Barcelona mangui, en la ciudad de los descuideros, subyace esta historia de compromiso, empatía y saber estar. De cómo un despiste puede arruinarte la existencia y de cómo un buen gesto te puede reconciliar con la especie humana. Pero vayamos al principio de la historia.

Albert Martín es un tipo que odia las piscinas. Pero como la mayoría de padres, si al peque le gusta chapotear, él se calza el bañador y ese casquito tan estético y traga el cloro que sea necesario. El miércoles 12 de septiembre tocaba subir al gimnasio para jugar un rato con el agua. Van una vez por semana. Viven por debajo de Lesseps, así que para escalar el puerto del Putxet (135 metros de altitud) suelen coger el 131, uno de esos autobusitos de barrio que serpentean por los vecindarios de Barcelona y que tienen en las personas mayores se público más fiel. Iba vacío. Llevaba la bolsa, la merienda, seguro que algún libro. Albert iba cargado hasta arriba, como suelen ir los padres y las madres para que el niño tenga las manos libres y pueda corretear.

Se bajaron y, como hacen siempre, porque al pequeño Leo le pirran todos los medios de transporte, despidieron al bus con la mano y un ‘adiós’ de esos en los que alargas la ‘o’. Cuando el vehículo giró la esquina, papá torció el gesto: "Mierda, la cartera". A pesar de ser un tipo atlético, perseguir el bus no era una opción porque en ningún caso iba a dejar solo a su hijo. Se metió en la piscina "horrendamente intranquilo" mientras en su cabeza hacía inventario de lo perdido. Más allá de documentos y tarjetas sanitarias y carnets del súper o del Barça y 40 euros, también llevaba fotos. Solo eso ya merece otro Barceloneando, porque se está perdiendo la costumbre de llevar encima a la familia en versión de bolsillo. Fotos de sus dos hijos, de su mujer Carla, de su madre cuando era una chiquilla, de su hermano… Media vida. Y un disgusto bíblico. Ya nada podía hacer, más allá de poner la denuncia y llamar a objetos perdidos de TMB

En pantalones ajenos

César acompañó a su esposa a la Quirón. Al salir, les sorprendió una tormenta de esas que deja Barcelona sin semáforos. No viven lejos, pero como iban con la pequeña Helena, de 4 años, decidieron coger el bus. El mismo que pocos minutos antes había dejado a Leo y Albert en la cumbre del Putxet. Se subieron, pagaron y se fueron al fondo, donde más le gusta estar a la pequeña. César González vio la cartera y no dudó ni un segundo. “Me puse en los pantalones de Albert. Me imaginé lo afectado que debía estar”. Patricia, su esposa, le dijo que se la diera al conductor. Pero no lo vio claro. Tampoco quiso dársela a la policía. “Soy muy desconfiado”. ¿Pero por qué? Ese celo impone contar algo más sobre su vida.

César es venezolano y llegó a Barcelona hace cuatro años junto a su mujer. Es diseñador gráfico pero trabaja como cocinero en el Hotel Alma. Ella es arquitecta y se dedica a crear tipografías. Se marcharon de Caracas en mayo del 2014, un año después de la muerte de Hugo Chávez. Por decirlo suavemente, Nicolás Maduro no es alguien a quien invitarían  a casa para ver una peli con palomitas, así que, con Patricia embarazada, emprendieron la aventura. No lo han tenido fácil. En cierta ocasión tuvieron que empeñar el anillo de pedida para salvar un mal momento. Ahora van tirando, bien, tranquilos y esperanzados. 

Volvamos a los hechos. César llegó a casa y empezó a hurgar entre los documentos para intentar dar con el hombre que había perdido la cartera. Quería resolverlo él, ser la persona que la devolviera intacta. "Reconozco que lo tomé como algo personal". Buscaba un teléfono, y el único que encontró fue el del diario Ara, donde Albert trabaja como periodista, y de los buenos, por cierto. Llamó, pero ya era tarde y no le atendieron. No pudo volver a intentarlo hasta el mediodía del jueves, al salir de trabajar. Cinco minutos después de hablar con la recepcionista y de facilitarle su número, sonó su teléfono. "¿Albert?". Tenía muy claro que era él. Quedaron en la parada de metro de Vallcarca y ahí se vieron las caras y se intercambiaron la cartera por un agradecimiento eterno. Es cierto que en Barcelona te pueden robar el monedero. Pero también te pueden robar el corazón.