'The amazing Pepe Encinas'

Autor de fotos dignas de Peter Parker, este fotógrafo entrañable regresa ahora con una mirada simpática y perturbadora de Barcelona

Pepe Encinas nos muestran la comunicación oculta entre la ciudad y sus habitantes

Las nuevas fotografías de Pepe Encinas nos muestran la comunicación oculta entre la ciudad y sus habitantes / VIDEO LAB

Carles Cols

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Pepe Encinas hizo en 1981 una foto digna de Peter Parker. El 6 de junio de aquel año, en la esquina más cotizada de la plaza Universitat, ardieron los almacenes El Águila y allí estaba él, con su sentido arácnido alerta, que le dijo que la foto de aquella catástrofe no tenía que ser lo común en la prensa de la época, el plano general, un simple bodegón de bomberos y camiones, sino que todo se resumía simbólicamente con la icónica escultura que coronoba el edificio, el águila enmarcada entre nubarrones blancos y negros. En cualquier exigente selección de 100 fotografías que resuman la historia de Barcelona, aquella imagen no debería faltar, por estética, por supuesto, y también por lo de fin de una época que aquel incendio representaba. Eran los segundos grandes almacenes que sospechosamente se le quemaban al siempre arribista Julio Muñoz Ramonet. Aquello tenía algo de pira ceremonial.

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En sus 30 años de trayectoria profesional en EL PERIÓDICO, Encinas coronó otros ochomiles fotográficos, como el desconcertante primerísimo plano que le hizo a la estatua de Colón, pero lo que viene aquí al caso no es contar batallitas de sus aventuras en este diario, su 'Daily Bugle' particular, que dejó contra su voluntad en el 2009, sino destacar uno de los proyectos en los que anda metido desde entonces, porque como Spider-Man tras cada aventura, el asombroso Pepe Encinas ha vuelto.

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AUTOMEDICACIÓN

Poco después de poner fin a su trayectoria como fotoperiodista, como para curar la nostalgia, Pepe se autorrecetó Instagram. El formato cuadrado que exigía aquella red social le retrotraía a los años de las Hassleblad, a los negativos de seis por seis. Era un punto de partida. Pero eso es solo un formato, unas proporciones, un continente. Lo que faltaba era un hilo conductor. Y a fe que encontró varios, entre ellos, el de observar atentamente a esa población no censada de la ciudad, los maniquís y las imágenes publicitarias de gran formato, también los graffiti, que por una parte, es cierto, convierten Barcelonaland en una fotocopia de Londonland o Pragaland, en aquello que el escritor de viajes Lawrence Osborne define despectivamente como “cualquier lugar”, ciudades miméticas, ‘mcdonaldlizadas’, pero que dan un juego estupendo a poco que se tenga la paciencia de esperar ese delicioso instante en que el mundo real se funde con el de la ficción.

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Es un trabajo voluntario y no gratificado de horas de espera, como de fotógrafo de fauna salvaje o, mejor aún, de Auggie Wren, el coprotagonista de ‘El cuento de Navidad’ de Paul Auster, que cada día del año, a las siete la mañana, tomaba una fotografía aparentemente idéntica a la anterior desde una esquina de Brooklyn, avenida Atlantic con Clinton, en un intrigante ejercicio de retratar el tiempo. El marco era siempre el mismo, pero la atmósfera, no. Cosas de Auster.

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Total, que como AuggiePepe se acomoda en algún discreto portal de la entrepierna de Barcelona, esa porción de la ciudad tan deseada por las marcas comerciales y, simplemente, allí aguarda el momento. El resultado es una obra mayúscula. A él le gusta el contraste, ese instante en que a veces un maniquí parece que escucha la conversación de una pareja, o en que una modelo de gigantescas proporciones parece excitarse al paso de un anciano, o el gato pintado en una pared que le echa una mirada curiosa al perro que justo pasa por delante al paso de su dueño. Podría ser Lyon. Podría ser Singapur. Málaga. Lima. Es Barcelona. Pues eso.

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ODA COMERCIAL

Hace 31 años, Pepe Encinas fotografió el declive del imperio de Muñoz Ramonet. Ahora, ya más entrado en años y con más kilos de los que aguantaría su pijama de superhéroe, ha radiografiado la ciudad-escaparate y a sus transeúntes, ‘la millor botiga del món’, tal y como desde 1997 se ha promocionado esta urbe desde los despachos municipales, una mirada distinta a esa oda a las compras en que se han convertido las calles del centro.

Pepe, por cierto, tiene más proyectos en mente. Hay uno que le ronda desde hace años. Es brillante. Agradecería ayuda. Queda dicho. Querría biografiar la vida completa de un maniquí. Los de buena calidad viven (si así se puede decir) unos 10 años. Es, pues, un trabajo de campo que requeriría tiempo. Querría fotografiar su fabricación, embalaje, venta y su posterior exhibición cara al público, con bañador y toalla, elegante, abrigado, deportista…, también ese instante en que impúdicamente alguien le desviste y le elige ropa interior, y todo ello mientras el tiempo pasa en la calle, quién sabe, a la espera de que lleguen los morlocks.