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Tarzán vivió en la calle Hospital

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Carles Cols

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Tarzán vivió en la calle Hospital de Barcelona. Tal cual como lo leen. Eso fue hace 80 años. Luego volvemos para saber qué fue de él, nada bueno, ya les avanzo, porque antes hay que explicar a qué viene ahora este recuerdo tan añejo. La cosa es que la Taula de la Memòria Histórica de l’Eixample acaba de poner en marcha una ruta por lo que fue la vida cotidiana en Barcelona durante la guerra civil. Hasta han editado una guía con ocho lugares que visitar alrededor de la plaza Letamendi y hacerse así una perfecta idea de lo que corre el riesgo de caer en el olvido, la cara menos épica de la guerra, como el mercado negro de los huevos frescos, que se vendían a precio de Fabergé, o el entusiasmo de las milicianas que se alistaba en el número 16 de la calle de Enrique Granados para ir al frente y que pronto descubrían que el machismo no distinguía el color de las trincheras. Los textos de la guía, de Mar Trallero, son de aquellos que da gusto recomendar. El martes por la tarde, ella en persona capitaneó una primera excursión por esos ochos puntos de interés, un poco de todo, aquí un bombardeo, allá una checa, acullá una oficina de asistencia a los refugiados, en el 231 de la calle de Consell de Cent la Universitat Popular, de cortísima vida, que a la que comenzó la guerra en la retaguardia acabó reciclada, cómo no, en una checa…

Cuando entró Yagüe en Barcelona, aquel Woodstock de bautismo laico tocó a su fin. A Tarzán le pusieron 'Antoniu', pero el crío no se giraba cuando le llamaban

La cuestión es que en el acto de presentación de la guía, en mitad de la zona peatonal de Enrique Granados, participó Ricard Vinyes, comisionado de Memòria del Ayuntamiento de Barcelona, con el que, ahora viene lo de Tarzán, fue posible improvisar algo así como un duelo de anécdotas. En honor a la verdad, lo ganó él.

Quien aquí firma atesora desde hace años por transmisión oral familiar la historia de un niño que nació en la calle Hospital a finales de los años 30 y al que sus padres inscribieron en el registro civil como Tarzán. Por entonces Johnny Weissmüller había protagonizado ya tres películas de la serie, entre ellas nada menos que Tarzán y su compañera, que se suele recordar a menudo por el baño submarino de Jane vestida como una Eva (se rodaron tres versiones de la escena y en algunos se proyectó la tercera, sin que llevara ni una hoja de parra), cuando lo más notable de aquel film es que Weismüller cabalgó a lomos de una rinoceronte, que se llamaba Mary, por cierto, con el traje oficial de hombre de  la selva, lo que entrañaba por descontado un plus de peligro. Sorprendentemente, terminó el rodaje de la escena solo con leves rasguños en el saco escrotal. Un titán, vamos. En la España republicana estas aventuras del personaje de Edgar Rice Borroughs parece que maravillaban, como mínimo en la calle Hospital, pero, claro, entraron las tropas del general Yagüe en Barcelona el 26 de enero de 1936 y con la fama que le precedía, se le conocía nada menos que como el carnicero de Badajoz, todo fueron prisas no deseadas por volver al registro. Le pusieron Antonio. En casa le llamaban Antoniu. Él pasaba. Ni se giraba cuando le llamaba su madre.

Set y partido para Vinyes

El duelo de bertsolaris de la anécdota parecía de entrada ganado, pero Vinyes es mucho Vinyes. Su historia es que está emparentado políticamente con tres hermanas a las que, también durante esa suerte de Woodstock que fue el registro civil durante la segunda república, las inscribieron como LibertadIgualdad y Fraternidad. Tres expedientes hubo que enmendar, pues, en 1939. Set y partido para el comisionado. Las derrotas hay que aceptarlas con deportividad.

La vida cotidiana del 36 al 39 que relata Mar Trallero no se olvida del hambre, de cómo una docena de huevos pasó de costar cuatro pesetas a 200 en el mercado negro

En la vida cotidiana de la guerra civil sucedían cosas así que merecen ser recordadas, porque quines las vivieron en primera personas se nos están yendo, y de eso va bastante la guía presentada el martes y también sobre eso versará la exposición que se inaugurará en septiembre en el Born Centre Cultural, una monográfica sobre lo que supuso pasar tres años de infancia bajo las bombas.

Cuenta Trallero en la guía, por ejemplo, lo dura que fue la gazuza. Antes de la guerra, una docena de huevos se la llevaba uno a casa por cuatro pesetas. Cuando comenzaron los tiros, la España agrícola y ganadera quedó en la retaguardia nacional, así que en ciudades como Barcelona el precio de la docena de huevos era oficialmente de ocho pesetas, pero no los había en las tiendas, solo en el mercado negro, a 150 y hasta 200 pesetas. Tan crudas estaban las cosas que la Generalitat de Lluís Companys hasta tenía una Oficina de l’ou que editó unos carteles de épica patriótica en los que se anunciaba que las camaradas gallinas iban a resolver en cuatro años los problemas de escasez.

De la guía, de la que merece la pena todo, hay que destacar, no obstante, un detalle. No pasa de puntillas por las checas, una vergüenza de la historia local a menudo silenciada. El franquismo se encargó tanto de que no se olvidaran que parece que luego dio pereza reconocer que sí, que era verdad todo aquello que contaba sobre ellas. Es el punto de vista de Vinyes, bastante razonable, quien, de postre, antes de despedirnos con un hasta otra, repesca una historia que ha caído en el olvido y que ayuda a comprender por que en este país se pasó tan mansamente de una dictadura a una democracia. No fue solo por la perversa ley de amnistía de 1977, que a la par que sacaba presos políticos de la cárcel perdonaba a quienes les metieron a hostias en ella.

A lo mejor ya es hora de dedicarle una expo a Martín Villa, a la quema de fichas de confidentes que impulsó en 1977 y lo que costó que los vecinos del Eixample Esquerra tuvieran una asociación por no estar a la derecha

Fue también por un suceso olvidado de aquel mismo 1977. Durante ocho días y a destajo, en una fábrica de Poblenou ardieron por orden de Rodolfo Martín Villa y del entonces gobernador civil de la provincia, Salvador Sánchez-Terán, los archivos que se almacenaban en el Palau Montaner, la actual sede de la Delegación del Gobierno, un potosí, entre otras cosas, de fichas de catalanes franquistas que tan eficazmente ayudaron a llevar a cabo la represión. Si es cierto que la historia la escriben las vencedores, Martín Villa, con la destrucción de aquellos infames archivos, dejó claro quien venció.

Sirvan estas líneas para sugerir a la Taula de la Memòria Histórica de l’Eixample que podrían algún día dedicarle una guía también a Martín Villa, ni que sea para repescar una anécdota (otra, de propina) sobre cuando Arcadi Oliveres participó en la fundación de la Asociación de Vecinos de la Izquierda del Eixample. Había que ir al Gobierno Civil. Allí estaba entonces Martín Villa. Lo prohibió por lo de “izquierda”. Le pareció muy marxista. Oliveres, atónito, presentó un recurso en el ministerio correspondiente, el de Interior, entonces llamado de Gobernación. Mientras el recurso viajaba a Madrid, Martín Villa también. Pasó de gobernador civil a ministro. Él mismo se encargó de refrendar tan estúpida prohibición. Incluso el Tarzán de las pelis habría entendido que la izquierda del Eixample simplemente está a la izquierda. Incluso Chita.