LA CARA MÁS SALVAJE DE LA CRISIS HABITACIONAL

(Sobre)vivir de albergue en albergue

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Helena López / Barcelona

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Un joven de unos 20 años, quizá alguno menos, rocía con desodorante sus tejanos sobre una mesa de despacho a la entrada de la planta. Descalzo, recién salido de la ducha y abundantemente perfumado, para que dure, se cubre solo con una toalla blanca atada a la cintura. Su imagen podría pasar por la de un jugador del Barça en el vestuario, tras finalizar un partido glorioso. Pero no. No tiene tanta suerte. Este joven magrebí forma parte de la otra cara de la ciudad. Esa mucho menos amable. Es uno de los usuarios del conocido como servicio de higiene del Centro Residencial de Primera Acogida Nou Barris al que cada día, entre las 10 y las 12 de la mañana, acuden a ducharse y a cambiarse de ropa unas 30 personas, distintas a las 75 que pernoctan todas las noches en este albergue municipal gestionado por la Creu Roja

Por su perfil, el chico, como tantos otros que frecuentan este espacio, cumpliría con los requisitos para una plaza en el Maria Freixa, el único centro municipal de alojamiento para chicos de 18 a 21 años en situación de exclusión, la mayoría extutelados,extutelados inaugurado este enero. Pero este -abierto precisamente para que chavales como este no tengan que recurrir a albergues como este- dispone solo de 21 plazas, todas ocupadas.

Desde el pasado mes de febrero, cuando abrieron, tras mucho tiempo reivindicándolo, el "punto de encuentro" en la planta baja del centro, en uno de los laterales de la plaza Major de Nou Barris, el uso del servicio de higiene ha crecido mucho. La accesibilidad que ofrece la nueva sala, un espacio donde poder tomar un café con un bizcocho o simplemente encontrar refugio durante el día, que parece tener más horas en la calle, ha facilitado el acceso también a la zona de duchas. El albergue disponía -y sigue disponiendo- de centro de día, pero en uno de los pisos superiores, ubicación que dificultaba su uso. El servicio de higiene ofrece también un ropero tan curioso como repleto en el que obtener ropa limpia, que aguarda un imponente congelador en el que congelan la ropa para evitar las posibles plagas de chinches. 

"Los realquileres están desmadradosLa infravivienda no para de crecerse cometen muchos abusos. Se están alquilando habitaciones sin derecho a cocina ni a ducha. Atendemos a muchas personas que duermen en pisos en situaciones de precariedad extrema y vienen aquí a ducharse o a comer", explica Itziar Ruiz, directora del equipamiento, uno de los tres de primera acogida de la ciudad, en los que los usuarios acceden directamente de la calle, sin necesidad de ningún informe de los servicios sociales.

La realidad de ellas

Sentada en una de las mesas del viejo centro de día, mucho más vacío y tranquilo que el "punto de encuentro" a pie de calle, descansa Eva frente a un televisor que repasa las noticias del día sin que nadie le preste demasiada atención. La camiseta de manga corta que viste a finales de este mes de abril que a ratos se ha antojado agosto, deja al descubierto sus brazos tatuados. Tiene 43 años, explica con una dulzura que hace añicos cualquier prejuicio. Vive en este centro desde hace un mes. "Tras cumplir tres años y un mes de condena en la prisión de Ponent decidí hacer el camino de Santiago. Lo necesitaba”, empieza a contar su historia esta mujer menuda nacida en Barcelona, quien comparte una de las pequeñas habitaciones del albergue -con seis literas, 12 camas, cada una- con 11 compañeras, la única reservada para ellas. 

En noviembre del 2017, continúa, tras cruzar España, volvió a Barcelona. A la calle, donde pasó poco tiempo. "Nosotras los tenemos mejor. Como somos menos, pese a que ahora somos bastantes más, porque somos bastantes más en la calle en general; es más sencillo para las mujeres encontrar una plaza", expone. "Me mandaron a Císter [el otro centro de primera acogida de Barcelona, en Sant Gervasi, además del de la Zona Franca], donde la trabajadora social me inició un plan de ahorro, pero en ese momento decidí yo, voluntariamente, abandonar el centro. No estaba preparada, entonces. Y pasé un mes en la calle, hasta que me encontraron una plaza aquí", prosigue (la lista de espera para una cama en el centro de Nou Barris es de 160 personas y de unos dos meses de media, según apunta su directora).

"Como en la calle somos muchas menos, aunque cada vez somos más, es bastante más sencillo para nosotras encontrar una plaza en un albergue"

Eva

— Usuaria del Centro Residencial de Primera Acogida Nou Barris 

Eva cobra una pensión no contributiva de 502 euros, con lo que encontrar un piso en Barcelona es un imposible, así que el plan de ahorro para el que ahora sí está preparada tiene marcado un objetivo: empezar de cero en Tarragona.

En la mesa de al lado espera su turno para contar su historia Mohamed mientras repasa la pizarra en la que se recuerda que el sábado hay taller de cocina. Para este tangerino de 25 años esta será la última noche en Nou Barris, con la mezcla de sentimientos que eso comporta, y le apetece inmortalizar el momento. Le han encontrado una plaza en El Castell, centro de acogida en Santa Perpètua. "No es el lugar al que más querría ir, es muy lejos, pero soy consciente de que este es un recurso temporal y ya llevo muchos meses aquí, como mínimo no me voy a la calle", señala el joven gesto agradecido, quien, como Eva, solo tiene buenas palabras para los profesionales del centro.

La delgada línea entre la mala y la no vivienda

En un principio, sobre el papel, el tiempo máximo de permanencia en centros de primera acogida como el de Nou Barris es de tres meses. "El problema es que hay un tapón. Encontrarles una salida es cada vez más difícil. Es muy complicado salir del círculo asistencial. Puedes esforzarte y lograr un puesto de trabajo, pero cobras 500 o 600 euros y con esos ingresos es imposible que accedas a una vivienda", afirma Ruiz. 

"Es difícil salir del círculo asistencial. Puedes encontrar un trabajo, pero cobrar 500 euros, y así es imposible acceder a una vivienda"

Itziar Ruiz

— Directora del Centro Residencial de Primera Acogida Nou Barris 

Los profesionales que trabajan con las personas sin techo llevan tiempo denunciando el fenómeno de las personas con trabajo y sin casa. "Desde los servicios sociales ponemos parches, tantos como podemos, y lo seguiremos haciendo, pero el problema de fondo es el mercado de la vivienda", reflexiona Albert Sales, asesor del Área de Derechos Sociales del consistorio barcelonés. "En el Raval, en los años 90, había 300 pensiones asequibles a las que estas personas podían acudir, ahora la gente ya no dispone de esa opción, las pocas que quedan tienen unos precios que no se pueden permitir", añade Sales, quien recuerda que "la delgada línea entre la mala vivienda y la no vivienda se traspasa continuamente", coincidiendo con Ruiz en la enorme dificultad de salir del círculo asistencial.

Rachid tiene 21 años. "Llegué a Melilla, solo, con 14", relata. Es uno de los 21 usuarios del Maria Freixa, al que llegó derivado desde el centro de Nou Barris, donde vivió seis meses. "Para estos chicos, que a los 18 años quedan desamparados, tener que dormir en albergues para personas sin techo, la mayoría mucho mayores que ellos y en situaciones muy duras, es una doble condena", indica David Vázquez, director de la residencia municipal para jóvenes gestionado por la Fundació APIP-ACAM. Ismael, compañero de residencia de Rachid, llegó de Chaouen -ese pueblo marroquí de cuento para los turistas, no tanto para jóvenes con él- con 17 años, hace uno; igual que Mohamed, senegalés de 20 años a quien acompañó a Barcelona su padre desde Granada. Comparten comedor, pasado y, sobre todo, sueños. 

Datos (oficiales) y contexto