Sardanas con patada voladora

Los jardines del palacete Albéniz acogen las variedades más extremas de la danza al lado del chalet de los borbones

Miqui Otero

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Para alguien cuya relación más íntima con la "más bella de todas las danzas que se hacen y deshacen" fue un abrazo beodo con el monumento La Sardana de la carretera de Montjuic durante una despedida de soltero, no es fácil despertar en la segunda jornada de la Mercè a golpe de flabiol.

Este sábado los turistas resacosos de Ciutat Vella han catado el dulce amanecer del sonido de mil grallas y en los jardines que conducen al palacete Albéniz la lluvia ha levantado un olor a pinaza húmeda que se confunde con la brisa dulzona de las crepes de los 'foodtrucks'.

Para el profano, la sardana son esos círculos de séniors dando saltitos en la plaza de la Catedral, con sus bolsos (una sabia decisión en una zona no saneada de carteristas) en el centro. "Es que la sardana es muy aburrida", comenta el veterano Enric Capdevila en la zona donde los adolescentes de su 'colla', la Xàldiga, se cambian. "Bueno, solo si no la conoces", añade. Montse Colomé, encargada de las danzas en estos jardines de Montjuic, explica que ese bailar de puntillas tiene que ver con el carácter catalán, pero una chica pisa ahora este vestuario improvisado con sus botas Dr. Martens color granate, el libro 'Medea' de Eurípides bajo el brazo. "Son muy jóvenes. Solo hay que intentar que no salgan mucho la noche antes. En las fiestas mayores la 'colla' local siempre parte en desventaja", dice Enric. "Casi no he dormido", explica Pau Fernández, el coreógrafo, que a pesar de su noche en los conciertos del Fòrum parece fresco.

RIVALIDAD

Uno cambia su visión de la sardana cuando intuye una rivalidad entre las 'colles' que podría inspirar una película como las de las 'cheerleaders' en EEUU. El título lo da, sin saberlo, Enric: "Cuando bailas sardana, no conoces a nadie". Sobre todo en la categoría en la que destaca la 'colla' Xàldiga: la sardana de 'punts lliures'. Reglada desde hace pocos años, es como la versión shaolín de la sardana, esos monjes chinos que conectan la calma zen con las artes marciales: piernas que se descoyuntan, saltos canguriles, movimientos que parecen un cruce entre pasos de tango o de ballet y piruetas atléticas de Simone Biles. La 'rauxa' de 'punts lliures' sirve para captar vocaciones y desmarcarse de la rigidez 'assenyada'. La Xàldiga incluso ha explorado la llamada sardana aérea: bailarines colgados de grúas con arneses y cables de acero. Gracias a eso, la sardana no tiene fronteras. O casi: "En Budapest cambiaron el recorrido porque la sardana invadía el espacio aéreo ruso, cuando pasábamos por la embajada".

ANARQUISMO Y SOUL

Hoy todo parece descontrolado. El palacete Albéniz, residencia de la realeza española desde 1929, abre como excepción sus puertas. Son tan largas las colas que un grupo de animación actúa en su portalón, custodiado por dos leones con pompones en la cabeza: bailarines con 'look' de mayordomo de Netol y una mujer del servicio con cofia cantando 'Last dance' de Donna Summer mientras los visitantes profanan el chalet borbónico. La escena es un cruce entre la toma del Ritz por parte de los anarquistas en 1936 y el musical 'Sister act'.

Recoge Javier Pérez Andújar en su libro 'Catalanes todos' que Karel Capek escribió en su 'Viaje a España': "Pero mejor será, catalanes, que me toquéis una sardana". El autor checo había inventado el robot para la literatura, así que debió apreciar los medidos movimientos de esta danza, pero se habría quedado de latón al ver los 'punts lliures'.

Suena 'La Font del Gat' y este cronista, ganado para la causa, se acerca al corro con paso decidido.