El Sant Jordi del misántropo

Sant Jordi 2016, en imágenes

Sant Jordi 2016, en imágenes / DANNY CAMINAL

RAMÓN DE ESPAÑA / BARCELONA

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La mañana de Sant Jordi, el misántropo despierta, abre un ojo y lo vuelve a cerrar. Salir de la cama le cuesta un poco más de lo habitual, que ya es decir. ¿Se le pegan las sábanas o retrasa el momento de levantarse? En cualquier caso, incorporarse a la vida activa le resulta hoy un poco más difícil que de costumbre. Con el edredón hasta la nariz, busca en su cerebro algún recuerdo agradable con el que entretenerse, generalmente de tono sexual: una erección espontánea siempre se le antoja una buena señal. Pero este año no tiene suerte, pues en su cabeza solo encuentra a Pere Tapias cantando 'La moto', cosa que le sucede desde hace algunos días y que le causa ciertas preocupaciones relacionadas con su precario equilibrio mental. El misántropo buscaba en su archivo alguna felación gloriosa, pero se ha topado con una cara de pan de kilo con mostacho y gorrilla que dice "en moto, chucumbambambam, en moto chucumbambambam", entre sonrisas de ogro.

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Adiós a las ensoñaciones estimulantes. El misántropo sale de la cama, huyendo de Pere Tapias, que le persigue hasta el cuarto de baño y sigue cantando 'La moto' mientras él se asea someramente. El misántropo sale a la calle, cruza la Rambla de Catalunya -le encanta su barrio, pero ese día cambiaría el apartamento de la calle Mallorca por unos bajos en la Meridiana-, desayuna en el bar de la esquina y se va a comprar la prensa. Como era de temer, la calle está llena de gente feliz que deambula con un libro en una mano y una rosa en la otra. Todos lucen la sonrisa típica del superviviente de una lobotomía, y muchos se comportan como automóviles, generando una serie de atascos y tapones humanos que desesperan al misántropo. Adquirida la prensa, nuestro hombre regresa a casa con la vista clavada en el suelo, como hacen los venecianos para distinguirse de los turistas: en tan hermosa como pútrida ciudad, solo los foráneos sufren el síndrome de Stendhal. Mientras abre el portal de su edificio, el misántropo está a punto de hiperventilar. Una vez dentro, se siente a salvo, recupera la compostura y se lanza escaleras arriba.

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Tras leer los periódicos que ha comprado, el misántropo consulta la prensa separatista online, como hace a diario, no se vaya a perder el último artículo de Víctor Alexandre Enric Vila, sus columnistas preferidos del sector más demencial del 'prusés', aunque últimamente, para que le corra bien la sangre, se ha enganchado a los artículos de Ferran Mascarell en 'El Món', que se le antojan auténticas cimas de la hipocresía y la miseria moral. Es así cómo se entera de que el honorable Puigdemont –al que él siempre se refiere como 'Cocomocho'- ha dicho, recurriendo a una de esas metáforas que tanto alaban sus sicofantes, que debemos defendernos de los dragones que nos amenazan (y que hablan con acento gallego, intuye).

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Aunque el Día del Libro le da al misántropo una grima que ya ha expuesto públicamente en innumerables ocasiones, sin que esta sociedad sorda y hostil lo elimine de su agenda, a las 14:30 se conecta a TV-3 para ver qué tal les está yendo el día a los escritores del Régimen, pero se topa con Pepe Rubianes y el Pare Manel, pues resulta que hay huelga en Tele Prusés. El misántropo se refugia en TVE porque le gusta ver a las masas ocupando la ciudad mientras él se encierra en su domicilio. Las imágenes podrían ser del año pasado o de hace cinco y nadie notaría la superchería: autores y lectores dicen siempre lo mismo, que es una fiesta estupenda, que se fomenta el contacto entre escritores y compradores y que la literatura es algo formidable. Nunca falta el turista crédulo que se vuelve a su país convencido de que los catalanes nos pasamos la vida leyendo. Ni la japonesa a la que su novio, también nipón, le acaba de regalar una rosa. Este año, el favorito del misántropo es un muchacho al que le acaban de regalar el libro de Víctor Amela y resume así su experiencia: “No tengo ni idea de qué va, pero siempre es bonito que te regalen algo”.

TENEBROSO TESTAMENTO

El misántropo se echa la siesta después de almorzar ante el televisor, confiando en que no se le vuelva a aparecer Pere Tapias. Y luego, mientras redacta el texto que ustedes están leyendo, escucha los últimos discos de M. Ward, Ray Lamontagne y Damien Jurado, para luego regalarse, confortablemente instalado en su imitación china de la 'lounge chair' de Eames, con el 'Blackstar' de David Bowie, tenebroso testamento musical que siempre le provoca uno de esos desesperos agradables de los que hablaba Erik Satie (mientras se traga el número extra de 'Rolling Stone' consagrado al difunto).

Pronto acabará el Día del Libro, y el misántropo podrá volver a entrar en La Central o Come In en santa paz. Y si Pere Tapias tuviera el detalle de no materializarse, se lo agradecería enormemente.