El resucitador de fotografías

Enric Pareto construye el gran álbum familiar de Barcelona con los mejores fotogramas de los viejos negativos que se venden a peso en los Encants

Enric Pareto fotografías antiguas

Enric Pareto fotografías antiguas / periodico

Carles Cols

Carles Cols

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Este pasado mes de noviembre llegó a la librerías 'Suave caricia', falsa biografía de una fotógrafa inexistente, Amory Clay. El autor, William Boyd, para dar verosimilitud al relato, anduvo de aquí para allá en busca de viejas fotos en anticuarios. Compró retratos sin nombre y apellidos que forman parte del libro como posible obra en blanco y negro de esa imaginaria retratista. Ella misma se supone que es la joven de la portada. Un amigo de Boyd, que sabía de su afición fotofílica, encontró la imagen que ilustra la tapa del libro, medio rota en una parada del bus de Londres, y se la regaló. Quién fue en vida, no se sabe, pero ahora renace bajo la identidad de Amory Clay.

Es en ese novelón en lo primero que se piensa cuando se tiene una cita en la plaza Rovira de Gràcia con Enric Pareto, que desde que se jubiló se dedica a dar una segunda vida a gente que no conoce pero de la que se encariña. Suyo es el milagro de la resurrección de las personas que aparecen en los negativos de todo tipo y tamaño que compra casi a peso en los Encants y donde puede. Es un material devaluado. Poco apreciado aún. No se considera una antigüedad, pero ahí está, en las tiendas, junto a vajillas del XIX, un reclinatorio para orar en casa o una cómoda de roble. Casi en toda casa suele haber un cajón con los negativos de las fotos familiares. Cuando un buen anticuario se queda el contenido completo de un piso, los negativos van en el lote. Suelen quedar aparcados en un rincón de la tienda, y es un error, porque a su manera son el gran street view del pasado, y no solo de las calles y los paisajes urbanos de Barcelona y su entorno, sino también de su vida doméstica. 

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Poner ese material a trasluz, a veces maltrechos negativos de cristal, en otras ocasiones deterioradas tiras de acetato de celulosa, es como abrir ostras en busca de una perla. Escasas, pero las hay. Así es como Pareto ha iniciado un álbum familiar insólito. Selecciona los mejores negativos, los restaura y después encarga revelados de calidad. El resultado es a menudo asombroso. Algún día puede que incluso dé con la Vivian Maier local, aquella niñera neoyorquina aficionada a la fotografía que hubiera pasado desapercibida si no fuera porque el escritor John Maloof compró en una subasta un archivo de negativos y porque el historiador Allan Sekula se maravilló ante la obra de aquella desconocida .

PIONEROS DEL NUDISMO

Un grupo de seis soldados republicanos posa con sus fusiles en la plaza de Lesseps. Un niño repeinado y apenado enseña su tren eléctrico, con locomotora, tres vagones y una vía circular. Un hombre de mirada vivaracha pasa la página de un libro y, a su lado, brilla lo que parece ser una máquina de escribir Underwood. La luz natural entra por la ventana izquierda, como si fuera un óleo de Vermeer. Una joven posa desnuda en la popa de un barco de recreo. Es sorprendente, ¡se parece a Amory Clay! Forma parte de una caja de negativos de naturismo, quizá practicado en la Costa Brava durante los años de la segunda república, que Pareto compró. En otra de las fotos de esa colección, una pareja pasea en una pequeña barca de remo. Miran a la cámara y sonríen.

Los coches son un hilo argumental por sí solos. Un Renault de 1930. Un Hispano Suiza de 1934. Un Ford Anglia de 1940. Una Rubia, con sus inconfundibles puertas de madera... La familia al completo se retrataba junto al auto, como si fuera la abuela, pero con cuatro ruedas. Es una inclinación, por cierto, que algunas sagas aún conservan. Los Pujol, por ejemplo, al menos el llamado Jordi Junior.

La escritora Anne Sexton estuvo maravillosa aquella vez que dijo que un escritor es alguien que con un mueble hace un árbol. Pareto construye un álbum familar con parientes impostados, lo cual tampoco está mal, aunque no es nada extraño, pues este no es su primer safari fotográfico.

MINOLTA SR-T 101, UNA LEYENDA

Cuando cursó el bachillerato, en el instituto Menéndez Pelayo era el orden alfabético el que predeterminaba el pupitre de cada alumno. Al lado de Pareto se sentaba Javier Patricio Pérez Álvarez, que aunque fuera un nombre de culebrón venezolano era la verdadera identidad de quien un día sería más conocido como el Gato Pérez. Con una Minolta SR-T 101, que entonces no era poca cosa, pues fue la cámara con la que se asomó a la fama por ejemplo Annie Leibovitz, acompañó al gran Gato en su amanecer musical y en sus años de Zeleste. Después se dio el gusto de autoeditarse un libro. Pero esa es otra historia. La que le trae a esta página es la de este álbum familiar inventado y fantástico, con antepasados postizos de los que con paciencia algo averigua, ni que sea por un detalle inicialmente inadvertido de la foto.

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No ha sucedido aún, pero ocurrirá algún día como en aquella conmovedora escena de 'Smoke', película guionizada por Paul Auster en la que Harvey Keitel le muestra a William Hurt su adictiva afición. Cada día a la misma hora, ocho en punto de la mañana, y en el mismo lugar, la esquina de la Tercera con la Séptima Avenida de Nueva York, toma una foto. La conversación es muy austeriana. Keitel invita a Hurt a ser paciente, a comprender que todas son distintas, por la luz del sol, por el paso de un camión, por este o aquel viandante… El clímax inesperado es que Hurt descubre en una de las fotos a su mujer, prematuramente fallecida en un atraco.

Más pronto o más tarde, Pareto cerrará uno de esos inesperados círculos de la vida. Alguien llamará a su puerta. Tal vez sea ese niño del trenecito, el de la mirada tristona. Tal vez sea el punto de partida de una nueva historia que contar.