RECUENTO ANUAL

Palabra de sintecho

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Carlos Márquez Daniel

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Las personas sin techo hablan. Y piensan cosas. También tienen días malos, días buenos. Sueños, pesadillas. Amigos, enemigos. Son, en definitiva, como cualquier otro ser humano. Pero sin casa, claro. Menuda obviedad, ¿verdad? Al neófito le puede sorprender todo eso porque lo habitual es mantener la mirada firme y soslayar su presencia en un rincón de la plaza, en el cajero, en el portal o bajo la farola. Aunque más que sorpresa, para muchos será falta de interés. No con mala intención. Sino más bien fruto de la incomodidad o incluso del miedo. Tras una larga noche de conversación con ciudadanos sin hogar en Barcelona, no solo queda claro que, efectivamente, las personas sin techo hablan. También que a la mayoría de ellas les gusta que les hablen. Como a todo el mundo.

Es martes a medianoche y en la Fundació Arrels es el día elegido para salir a la calle -es el tercer año que lo organizan- y hacer algo que desde el burladero da un poco de vértigo: acercarse a un hombre o a una mujer que duerme en la calle, despertarle si es necesario e intentar que acepte charlar un rato sobre su situación, siempre sentados en el suelo, sin prisas, con delicadeza. No por compadreo, que también, sino para saber de su situación, las causas de su vida sin hogar, su estado de salud. ¿Con qué objetivo? Para poder abordar el problema de la indigencia con la mayor objetividad posible. Para que las políticas públicas afinen más la puntería, y para que las entidades sepan donde están las principales emergencias sociales en la capital catalana. Y qué demonios; para que nadie más tenga que dormir al raso. La noche terminará con 830 personas avistadas durmiendo en la calle, 322 de las cuales accedieron a contar su historia a los 350 voluntarios reclutados por Arrels. 

Lástima vs solidaridad

Hay muchas cosas que llaman la atención durante la madrugada de caminata por el Gótico. La primera, que las personas sin hogar miran a los ojos. Alguien podría esperar vergüenza, y es más bien todo lo contrario; hay orgullo. Por eso Marco, un italiano que lleva 20 años entrando y saliendo de la calle, no acepta que le den bocadillos a medio morder, ni hamburguesas troceadas. "Parece que estén dando de comer a animales en el zoo". Su cartel pide en inglés "un poco de ayuda", y eso lleva implícita la diferencia entre la solidaridad y la lástima condescendiente.

Si no media alguna sustancia consumida recientemente (drogas o alcohol), la mirada de estas personas resulta intensa y sincera. Como la de la mujer que vive en la puerta de un cajero sito cerca de la plaza de Sant Jaume, con tres perros, un par de bolsas, una manta grande y dos botellas de plástico que rellena en una fuente cercana. No ha cumplido los 40, pero su rostro y su cuerpo castigado aparentan muchos más. Es otro de los aprendizajes de la noche, con todas esas personas que envejecen mucho más deprisa que el resto, tan rápido como rabiosa es la vida en la calle. Por algo su esperanza de vida es 20 años inferior a la de cualquier barcelonés con buzón.

El sueño ibicenco

Esta mujer, a la que llamaremos Daniela, fue asaltada en un parque. Pero se salvó porque un compañero la ayudó. Ha vivido en media Europa y su sueño es ir a Ibiza. "Es una isla que me llama". Dice que ya no consume, pero sus prominentes pómulos hablan de un pasado muy intenso. No lo niega: cocaína y heroína. "Ahora ya estoy cansada de drogarme". Cuenta que un amigo le robó 16.000 euros y que por eso está en al raso desde hace algunos meses. La convivencia con los tres perros (Ciro, Gigia y Zumi) condiciona mucho sus opciones de acceder a algún tipo de ayuda. "Mucha gente que me da dinero me deja claro que lo hace por los perrillos, no por mi. Ya no queda humanidad". 

No piensa renunciar a sus animales. Basta con ver cómo los abraza cuando tres de los benditos voluntarios de Arrels -Ingrid, Judit y Carlos- se alejan de su portal tras hacerle la encuesta de 34 preguntas. Los tres, como el resto de grupos distribuidos por Ciutat Vella, Sants-Montjuïc y Sant Martí, donde se concentra el grueso de personas sin hogar, se han acercado a Daniela con delicadeza, dando por sentado que es ella la que quizás pueda sentirse intimidada. En ningún caso al revés. Al final de la entrevista, como hacen con el resto, le dan cinco euros. Es una manera de darle las gracias. Y también un gancho para los que dudan de si atender o no a la buena gente de Arrels.

Cambio de grupo. Vamos ahora con tres jóvenes, valientes y decididasSusana, Islam y Marta son amigas y trabajan juntas en Catalònia Fundació Creactiva, donde acompañan a personas con discapacidad intelectual. Terminarán con una decena de encuestas realizadas, lo que las sitúa sin duda en el podio de la noche. Ayudan mucho sus ganas y su desparpajo. En la parte baja de la Rambla dan con un grupo de seis personas al raso. Está Edgar, un joven de la provincia de Tarragona cuyos gestos delatan el consumo reciente de drogas; un chico de poco más de 20 años que está pendiente de una pena de prisión de 10 años y que vive de lo que puede desde los 15. Se fue a Francia a trabajar la uva, ha hecho un poco de todo, y no para de repetir que está muy agradecido de que alguien se pare para hablar con ellos. No puede estarse quieto, y se mete en las entrevistas de los demás mientras saca un vaso de cartón con céntimos que cuenta una y otra vez.

"Solo hay turistas"

No muy lejos también pasa la noche Toni, de algo más de 40 años. Lleva siete años durmiendo en las calles de Barcelona, siempre por esta zona de Ciutat Vella. De ojos azules y complexión fuerte, se peina para atender a las voluntarias, sin salir del saco. Toni descoloca mucho. Porque da la sensación de que está mucho mejor que el resto. Se explica: "Pienso en el día a día, sin planificar, y he tenido tiempo para aprender a vivir la calle de la mejor manera posible". "La verdad es que no estoy tan mal. Tengo alguna maleta en casas de amigos, y podría pasar noches con ellos. Pero en primavera y verano se está bien fuera. Así además puedo echar una mano a los más jóvenes (señala a un chico argentino con el que comparte baldosines)". Toni tiene dos hijos que no son conscientes de su situación. Los recoge en casa de la madre y se los lleva al parque o al cine. "Algo se huelen, y cuando llegue el momento les contaré la verdad".  Sobre la gente que pasa por la calle, dice que años atrás se acercaban más personas anónima para preguntar sobre su situación. "Pero ahora aquí solo hay turistas y les da igual. Pero por otro lado son los que me dan algo de trabajo, moviendo maletas o consiguiéndoles cosas”.

A última hora, las tres amigas dan con David y Santi, una extraña pareja. Ambos han pasado por prisión y malviven como pueden. Se conocieron hace poco más de dos meses y entre ambos se ha generado una gigante amistad. David tiembla de agradecimiento. "De verdad que me da vergüenza aceptar estos cinco euros, no es justo que lo deis gente como vosotras”. Los dos son padres y bajan un poco la cabeza cuando hablan de sus hijas. 

La noche termina en el Aquarium, donde 21 personas duermen a escasos metros del mar. Son ya las 5.50 horas. Empieza a verse algo de luz al este. Lo mejor será dejarlos dormir. Buenas noches.