"Proteged a nuestras familias mientras negociamos"

Los huidos pedían a los Mossos que velaran por los suyos cuando se ausentaban para negociar

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GUILLEM SÀNCHEZ / BARCELONA

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Las familias desplazadas durante la crisis derivada del crimen de la discoteca Nirvana del Port Olímpic huyeron tan lejos como pudieron. Por lo menos, al principio. Transcurridas las primeras semanas, y con las pertenencias a rastras, comenzaron a regresar tímidamente oteando horizontes más cercanos. Al cabo de pocos meses, se habían buscado una nueva vida esparcidos por distintas poblaciones de la corona metropolitana de Barcelona. 

La mayoría de los exiliados de Sant Roc (Badalona), el grueso de los huidos aunque la máxima tensión se vivió en la Mina, escogieron casas vacías de urbanizaciones de Teià y Alella. Eran torres construidas en zonas de alto poder adquisitivo cuyos vecinos, de la noche a la mañana, se vieron inmersos en la lucha entre clanes gitanos. "Aquello causó una gran alarma social", explica Xavier Porcuna, portavoz de los Mossos d'Esquadra. Las casas de lujo que ocuparon eran propiedad de bancos, que no denunciaron la ocupación y, por lo tanto, ningún juez ordenó su desalojo. Se registraron también nuevos inquilinos desterrados por la cólera de los Baltasares en Tordera y en Palafolls. Allí se dispararon del mismo modo las "quejas vecinales". 

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Hasta donde llegaron a saber los Mossos, se produjeron 54 nuevas ocupaciones, repartidas por varias poblaciones catalanas. No obstante, también hubo desplazados que se instalaron en segundas residencias de su propiedad, matiza Porcuna. Pero la mayoría eran propiedades que los desplazados encontraron vacías y que ocuparon por la fuerza. A finales del año pasado, 24 de estas ocupaciones seguían activas.

GUARDIANES Y ASISTENTES

El trabajo de los Mossos se multiplicó durante estas fechas. Especialmente el de la Región Policial Metropolitana Norte. No solo había que proteger las zonas calientes del conflicto -los barrios de la Mina y Sant Roc- de una posible venganza de los Baltasares, sino que también había que atender las necesidades de las nuevas colonias de exiliados, principalmente en el Maresme.

Los policías se convirtieron en interlocutores a los que las familias desterradas recurrieron para negociar con los consistorios el agua y la luz de viviendas ocupadas, o para escolarizar a menores en colegios cercanos, o para encontrar una salida laboral para adultos que también habían dejado atrás su forma de mantener a la familia.

"Cuando los hombres escogidos se marchaban a negociar, nos pedían a los Mossos que protegiéramos a las mujeres y a los niños", explica Porcuna, en una anécdota que refleja bien el clima de miedo que vivieron estas familias y también el estrecho vínculo que policías exiliados se vieron forzados a mantener durante meses.