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El fotógrafo de la entrepierna de Barcelona

Pep Cuntíes fue en dos ocasiones más allá de los límites de Joan Colom y, como se revelará en próximos capítulos, retrató a un vampiro en el Eixample

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Carles Cols

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Pep Cuntíes (Barcelona 1946) es el anverso de la moneda de Joan Colom, el fotógrafo por excelencia de la mala vida del Chino e, inmerecidamente, es sin embargo un gran desconocido aún, aquí, en su ciudad. No en Madrid, donde el Centro de Arte Reina Sofía atesora algunas piezas notables de su obra fotográfica. En el 2015 parte de ellas fueron exhibidas en la expo Aún no, un trabajo coral de crítica sobre la modernidad, y el próximo noviembre otras distintas se exhibirán, también en el mismo museo de la capital, en una retrospectiva sobre la Transición. Pero en Barcelona la fama de Colom como retratista del Raval más carnal ha eclipsado (y no es justo que así suceda) a fotógrafos como Cuntíes. En 1978, vamos al tajo, hizo aquello que a Colom le impedía llevar a cabo su timidez.

Las de Pep, autor más respetado en el Reina Sofía que aquí, no son fotos de vicio, sino de un oficio inmutable

Colom, como se sabe, era un cazador furtivo. Paseaba con su Leica en la mano y a la altura del bolsillo del pantalón, de ahí que el culo fuera tan a menudo el protagonista de sus obras. Cuntíes fue más allá, Traspasó la puerta. No metafóricamente. Traspasó la puerta del burdel o del meublé. A lo largo de 1978 pagó a decenas de prostitutas del barrio para, como topógrafo del vicio, dejar constancia de una cotidianeidad de la ciudad que hasta entonces solo veían los clientes. No eran fotos viciosas. Eran fotos de un oficio. De aquellos mismo años es otra serie estupenda en la que retrató a las mujeres que trabajaban en un taller de reparación de sillas de mimbre en el número 3 de la calle Robador. Otro oficio.

El nombre de Cuntíes apareció de refilón el pasado mes de abril con motivo de la publicación de un libro titulado Barcelona, fotos (prohibidas), un conjunto de 122 antipostales de la ciudad. Una de ellas era suya. En el prólogo de aquel libro se recogía su queja, de buen tono, de que él había ido más allá que Colom y que nadie se lo tenía en cuenta. Quedaba pues pendiente desde abril saber más de este artista y, he aquí el sorpresón, sentados ambos ante la pantalla de su Mac para echar un ojo a su obra, que explica que aquella expedición que realizó al Raval de pago la repitió en el 2014, casi 40 años después, lo cual ofrece una mirada sociológica en gran angular de una parte de la historia de esta ciudad. Ya verán.

Tras 36 años regresó sobre sus propios pasos y el principal cambio que encontró era solo el papel pintado de la pared

La de los 70 era una ciudad sin pasteurizar, previa al Barcelona posa’t guapa del olimpismo, muy de aquella tristeza cromática que ofrecía el Agfacolor, en la que al doblar una esquina del Chino hubiera sido de lo más normal toparse con Don Óptimo y Don Pésimo recién aliviados en un burdel en un momento de descuido de su creador, José Escobar. Por ahí estaba también Cuntíes, que con tacto se acercaba a las prostitutas de la calle y por el precio de un revolcón les proponía una sesión de fotos y algo de charla. “Haz lo que harías si entraras en la habitación con un cliente”. Quería captar el oficio y, como decorado, la habitación, como si fuera el taller.

A veces la madame, si por debajo de la puerta veía el fogonazo del flash, gritaba… “¡eh!, ¿qué pasa ahí?”, se supone que para evitar servicios más allá catálogo canónico de la profesión. El caso es que en el 2014 volvió a coger la Nikon y, con más canas, volvió sobre sus propios pasos. Salvo el papel pintado de la pared, que ya no estaba, y salvo por la nacionalidad de las mujeres, parecía como si nada hubiera cambiado en el Raval, la entrepierna de una ciudad que se ha maqueado hasta lo indecible, hasta que solo el sobreturismo la ha ajado.

Bajó al Fondón en Asturias, estuvo en el rociero salto de la reja, pero fue en su ciudad natal donde hizo su retrato más turbador, el vampiro del Eixample

“A mí de la fotografía lo que me interesa es la gente”, explica este perito industrial metido a artista. Gente anónima. Prostitutas famosas las ha habido, sí. En el Chino, tal vez la más célebre fue Maruja Guerrero, de alta cuna, políglota, pianista, vamos, que no lo hacía por dinero, pero como contaba ella misma, “el vicio no se cura”. Era, con notables diferencias cronólogicas y biográficas, el equivalente local de Domenica Niehoffa la que la prensa alemana despidió en el 2009 con obituarios proporcionales a la talla de su busto, 120. Lo de Carmen de Mairena, también del barrio, es por supuesto otro género. Cuntíes, por cierto, también la retrató. Pero en la serie del Raval 1978-2014, las protagonistas son otras, como Ramona, rumana, que se muestra encantada por posar junto al bidé, que nunca falta.

La cuestión es que esta colección es solo un entre muchas carpetas de archivo del Mac de Cuntíes. Por motivos profesionales, viajaba por España, y era entonces cuando abría un hueco en su agenda para colgarse al cuello la cámara, por ejemplo, en Almonte (dos veces estuvo en el salto rociero de la Reja) o, otro ejemplo mayúsculo, en la temible mina asturiana del Fondón, cuando aún se extraía carbón a 100 metros bajo tierra.

Mucho mundo ha visto este fotógrafo de trato profundamente amable, ingrediente imprescindible de su éxito. Pero lo más inaudito no lo vio en otras provincias, sino en su propia ciudad. Eso fue en 1974. Retrató nada menos que a un vampiro en el Eixample barcelonés. Pero esa es una historia que se contará aquí mismo la próxima semana. Cuntíes hecho un Van HelsingPrometido queda.