OPINIÓN

Transgresores e inquisidores

SANTI VILA 'CONSELLER DE CULTURA

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La lectura del poema ‘Mare Nostra’, de Dolors Miquel, en el marco de la entrega de los premios Ciutat de Barcelona de este año ha reavivado la eterna discusión sobre los límites de la libertad de expresión. Teniendo en cuenta que los sectores más liberales y tolerantes de la sociedad todavía no nos hemos repuesto de la orden de prisión para los titiriteros Raúl García y Alfonso Lázaro dictada hace unas semanas, parece ser que acusados de haber ensalzado el terrorismo con unos objetos tan peligrosos como es sabido que son los muñecos de trapo, la controversia barcelonesa no puede ser más oportuna.

Vaya por delante que esto de hacer mofa de la Iglesia es más viejo - y aburrido- que el ir a pie. Y vaya por delante, también, que si la nueva política, la nueva creatividad y el ansia irreductible de transgresión pasan por recitar un poema ocurrente pero discreto, eso sí, decididamente feminista y antirreligioso me temo que como sociedad tenemos un problema y no menor. Y es que el interés de lo que teóricamente hacemos para ser más críticos y cultos progresivamente puede ir tomando un valor comparable a la calidad del vuelo de las gallinas.

Tan cierto como esto, sin embargo, lo es que en una sociedad plenamente democrática y libre la libertad de opinión y de creación artística debe ser vista justamente como indicador del grado de compromiso con el respeto por las libertades civiles y políticas y el fomento del pluralismo. Puestos a ser restrictivos, en el terreno de la libertad siempre preferiré pecar por defecto que por exceso. Y en el terreno de la creatividad, preferiré sentirme incómodo e inquietado que confortable y dormido. Entre otras cosas porque como ya escribió el Marqués de Sade, si tienes sólidas convicciones no te habrían nunca de dar miedo las críticas ni las opiniones de los demás. Y porque por definición, parafraseando a Maria Mercè Marçal, ¡la escalera oscura de la innovación no puede tener barandilla!

Lamentablemente, España es un Estado de derecho profundamente imperfecto por no decir abiertamente contradictorio. En su seno, y al menos desde los tiempos de la Inquisición, conviven enfrentados hasta el fraticidio liberales y reaccionarios, tolerantes e intransigentes. Tan cierto como que España posee una Constitución notablemente avanzada desde el punto de vista de la protección de las libertades civiles, lo es que arrastra un marco jurídico que en algunos ámbitos se hunde en la noche de los tiempos del franquismo y decimonónicos. Y así nos va.

Sería un acto de ingenuidad inadmisible, sin embargo, considerar que no se deben poner límites a la libertad, en cualquiera de sus manifestaciones. La base de la convivencia está en la educación y en el respeto y cuando éstas faltan la sociedad se empobrece. Personalmente procuro defender con tanta vehemencia mis convicciones como argumentarlas con la fuerza de la razón y con las mejores formas. Porque los límites a la libertad de expresión y de creación se los debe poner uno mismo y porque nada resulta tan esterilizante para la búsqueda de la verdad como creerse el poseedor de la misma.

Termino. Es muy probable que los versos de Dolors Miquel fueran una burla grosera, innecesaria y ofensiva para muchos ciudadanos, incluso para muchos ni necesariamente cristianos. Pero para los ofendidos, entre los que me cuento, de la experiencia deberíamos encontrar la tranquilidad y el confort de espíritu que dan que pensar que entre todos hemos construido una sociedad que hace posible, incluso, que expresiones como aquella se lleven a cabo y que no pase nada. Pensar así, empero, presupone tener profundas convicciones liberales y, en términos religiosos, estar más en el bando de la piedad, que en el de la convicción profunda.