BARCELONEANDO
El Wall-E viajero
Es un muñeco descatalogado, pero tiene pasaporte y cuenta de Instagram. Lleva recorridos más de 60.000 kilómetros en seis años. Ha pisado 100 aviones, 18 países, tres continentes. De Costa Rica a Indonesia
Ana Sánchez
Periodista
En vez de “¿cómo estás?”, a ella le preguntan “¿que has hecho qué?”. No sabe cocinar, pero sí tirar hachas. Si le haces una pregunta retórica, lo más probable es que la responda. Autora de ‘Barcelona increíble’ (Ediciones B).
Ana Sánchez
Nadie lo diría, pero está tan acostumbrado a posar para Instagram como una Kardashian. Apenas mide 10 centímetros, no llega ni a un boli Bic, y es imposible sostenerle la mirada lastimera igual que al gato de ShrekShrek. Es Wall-E, ese cruce de Cortocircuito y R2-D2 que se inventó Pixar hace 10 años. #WalleViajero es su apodo con hashtag. Lleva recorridos más de 60.000 kilómetros en seis años. Así que en una terraza de Gràcia se le ve más descolocado que a Pedro Sánchez en un besamanos. Debe de ser el jet lag. Acaba de llegar de Perú. Aún lleva la cámara al cuello, una Lomo, y un gorro quechua, de esos con orejeras, en el bolso.
Es un muñeco descatalogado -apenas costó 4 euros por eBay-, pero tiene pasaporte, un mapa lleno de chinchetas, cuenta de Instagram y web (losviajesdewalle.com). Viaja más que el gnomo de jardín de Amélie. Habrá cogido 100 aviones desde el 2012. Tiene fotos en el Empire State, la Gran Muralla china, el desierto de Uzbekistán, los fiordos noruegos, el cementerio de Arlington, el Machu Picchu. Ha pisado 18 países, tres continentes. De Costa Rica a Indonesia.
Su dueña ya se ha acostumbrado a que la miren por la calle. “Es inevitable”, se encoge de hombros resignada. Es la mujer que suele estar al lado de Wall-E tirada por los suelos con una cámara.
Júlia Vázquez, 38 años, es diseñadora web y adicta a los gadgets. “Mira, ¿ves?”, enseña la muñeca. Lleva una smartband, de esas que cuentan los pasos. “Se supone que es para hacer ejercicio, pero no hago –se ríe-, porque me he comprado un patinete eléctrico”.
Cinco Wall-Es en el armario
Enseguida confiesa su otra adicción: los Wall-Es. Tiene cinco, añade. Pues no son tantos. “Porque mi novio me frena –asegura-. Abres el armario y parece un mausoleo de Wall-Es”, se ríe. “Cada vez que abro la puerta –se le queja su pareja-, me miran”.
Solo viaja con uno. El primero que compró. “No lo compré para viajar -recuerda-, sino porque estaba en un grupo de fotografía en Facebook. Y era muy aburrido buscar a alguien que me hiciera de modelo”. Así que buscó un Wall-E por eBay. “Siempre me había gustado, porque me recuerda a Cortocircuito, que es de mi época”. El mini robot se terminó convirtiendo en el protagonista de todas las fotos. Hasta ha posado en plan Dexter, con cuchillo y delantal sangriento. “Le pillé mucho cariño al muñeco y empecé a llevármelo conmigo –continúa Júlia-. Mi familia me decía: ‘Estás obsesionada’”.
El Wall-E viajero ahora acumula accesorios a lo influencer: una bufanda de cuando fue a Nueva York, que estaba nevando, turbante para el desierto, bandolera, el chullo (el gorro peruano). Júlia se lo pidió a medida a una mujer que hace crochet.
“Ya está un poco destrozado”, Júlia enseña el muñeco con mirada de ITV. Y sí, se le intuye mucho trote mundano. “¿Ves esto?” Señala un par de tornillos oxidados. Eso fue por meterse bajo el agua, explica, para posar con una estrella de mar en Panamá, en la playa de las Estrellas. No es lo más kamikaze que ha hecho. En Brooklyn se cayó entre unas rocas junto al East River. Hasta ha perdido la cabeza. Literalmente: piso abajo por un balcón.
¿Y no pita en los aeropuertos? “No –responde Júlia-. Pero a veces, como va en la mochila de mano, me lo han hecho abrir. Imagino que están curados de espanto”. Porque nadie ha caído en que es un robot-basurero, esa era su misión en la película. Si se le abre el estómago, aparece un escondite para traficar a escala mini.
Wall-E no siempre viaja solo en la mochila de mano. “A veces llevo también Legos”, susurra Júlia. “Tengo más juguetes ahora que cuando era pequeña”, resopla. “Solo para hacer fotos –se justifica-. Me pilló de mayor”. En casa tiene una caja de dos pisos con muñecos en fila, para localizarlos mejor. “Habrá como 30 o 40. Más sus accesorios: pelos, cabezas…”. Vienen bien para practicar fotografía, asegura. “Los muñecos no se quejan”, sonríe. De hecho, Instagram está lleno de posados de plástico (sin contar los de Meg Ryan). Toy photography, se llama.
Hay mucha gente que fotografía muñecos por el mundo, da fe Júlia. “Sobre todo peluches”, apunta. “En Moscú, estaba haciendo la foto a la catedral de San Basilio –recuerda-, me giré y había un montón de gente haciendo fotos a muñecos. Y pensé: ‘¡No estoy sola en el mundo!’”.
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