El Mundial mantiene las playas de Barcelona a medio gas pero desborda las terrazas con pantalla

La Guardia Urbana se emplea a fondo para interceptar a vendedores ilegales y atender a víctimas de engaños

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jcarbo43792897 playa180616182034 / Albert Bertran

Óscar Hernández

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Las nubes y el futbol han mantenido hoy las playas de Barcelona a medio gas. En la Barceloneta, y el resto de playas urbanas, hay sitio de sobra para estirar la toalla, alquilar una hamaca y hasta para jugar con la pala. Algunos incluso al fútbol. Sin embargo, en los chiringuitos, como los de  las playas de Sant Miquel y Barceloneta, la situación es muy diferente. Sus terrazas están a tope al mediodía, aunque los que disfrutan de las cervezas no tienen la vista clavada en las olas, ni en la arena, ni en los cuerpos danone que deambulan con sitio de sobras fuera del suelo de madera de la terraza, sino en las pantallas gigantes que brindan el Mundial de Fútbol.

Ajenos al deporte, agentes de la Guardia Urbana, de uniforme, con pantalón corto sí, pero también de paisano disfrazados de guiris, peinan la arena en busca de vendedores de pareos ilegales, distribuidores de mojitos de dudosa procedencia y rateros dispuestos a hurtar en un descuido la bolsa con el monedero y el móvil de un bañista confiado.

Despliegue policial en la arena

Una, dos y hasta tres vehículos de Guardia Urbana. Seis uniformados que se acercan por la arena. Justo delante del agua, en la playa de Sant Miquel, dos tipos raros hablan con un individuo evidentemente borracho que molesta a los de su alrededor. Los más sospechosos son en realidad agentes de paisano de  la Guardia Urbana, del operativo especial de playas que realizan desde  mayo policías de los distritos de Sant Martí y Ciutat Vella. El hombre está a punto de ser detenido, hasta que se relaja y acepta marcharse. Lo sacan de la arena. Cuando lo dejan solo, camina torcido y con muchas dudas, Son las 11 de la mañana.

No pasan ni 10 minutos y a tan solo 30 metros una turista francesa camina sin un rumbo claro, desconcertada. Una guardia urbana con buen ojo y mucho oficio se la acerca enseguida. La chica confiesa haber pagado 20 euros por un pareo. Y el vendedor ambulante, que se lo ofreció por 15, ha ido a buscar cambio. Y, claro, no ha vuelto. “Yo quiero mis cinco euros”, clama la francesa. “Usted ha hecho una compra ilegal”, le recuerda la agente. El ladrón ¿o habría que escribir pillo?  no aparece.

Procesión laica

Al mediodía, una procesión avanza por el paseo, ya casi delante del Hospital del Mar. Llama mucho la atención. Una veintena de hombres cargados con bultos caminan en línea. Delante y detrás,  urbanos uniformados. En medio, otros de paisano. Les han requisado artículos que vendían y se los llevan a la minicomisaría a pie de playa. Los ¿retenidos? caminan sumisos y obedientes. Mientras, justo en el  mismo instante, otros ya los han relevado y están vendiendo pareos y mojitos. Parece un cuento sin fin.

A escasa distancia, en la playa del Somorrostro, más vacía que llena, dos empleados del puesto de hamacas, que cuestan 10 euros el día por persona, con sombrilla incluida, por supuesto, hablan relajadamente. Solo la mitad de las hamacas y parasoles instalados están cumpliendo su función de forma efectiva. El resto esperan clientela. Parece un día flojo. “Bueno, es que el día ha empexadpo con nubes. Pero sobre todo la causa es que la gente está más por el Mundial”, dice uno de ellos. Y debe ser, porque faltan bañistas, cuando lo normal es que sobren en un fin de semana de sol y playa como este.   

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