INCERTIDUMBRE SOBRE EL FUTURO DE UN EMBLEMA DE LA CIUDAD

Un monumento a nada

Símbolo huérfano 8 Coches, motos y autobuses rodean el mustio obelisco de paseo de Gràcia con Diagonal, ayer la mañana.

Símbolo huérfano 8 Coches, motos y autobuses rodean el mustio obelisco de paseo de Gràcia con Diagonal, ayer la mañana.

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL
BARCELONA

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Estatua de Colón, homenaje al descubridor de América. Figura de Escrivà de Balaguer, oda al fundador del Opus Dei. Busto de Joan Maragall, honra al poeta. Fossar de les Moreres, respeto por los caídos en 1714. Obelisco de paseo de Gràcia con Diagonal..., una columna con forma de lápiz que se ha quedado sin causa que defender ni bandera que enarbolar. A pesar de presidir uno de los cruces más transitados de Barcelona, el popular monolito del cinc d'oros es ahora un monumento huérfano, vacío de contenido; una obra que en el pasado fue herramienta de expresión política y que en el presente se conforma con ser postal emblemática de la ciudad.

En cumplimiento de la ley de memoria histórica y tras una proposición de ICV-EUiA, el ayuntamiento retiró a finales de enero la estatua de la Victoria, el último símbolo franquista inanimado que aún mantenía el tipo sobre la capital catalana. Aquel 30 de enero, unas 200 personas se acercaron al lugar para celebrar lo que consideraban la recuperación del homenaje a la república de Pi i Maragall que el generalísimo ordenó aniquilar en 1939 una vez consumado el triunfo de las tropas sediciosas. Ahí estaban Albert Escofet, secretario general del PSUC, o Josep Cruanyes, portavoz de la asociación Comissió de la Dignitat, que hoy asegura que el propio Jordi Hereu les prometió que en «pocos días» se restituiría la simbología original.

Ahora, tres meses después, fuentes del ayuntamiento aseguran que no hay «ninguna actuación prevista», que el único compromiso era «retirar la figura franquista» y que, por lo tanto, la obra se queda tal y como está. Así las cosas, lo que queda es un espigado monolito de nueve bloques de granito más la punta y un desangelado sello de la Casa Real que responde -es un suponer- al nombre de plaza de Joan Carles I con que se conoce este cruce desde cinco días después del intento fallido de golpe de Estado de 1981. Un monumento que primero fue republicano y luego franquista, acaba con el emblema de la monarquía sin ser un homenaje explícito ni pactado al Borbón.

Un «pegote» muy céntrico

Cruanyes considera que la ley de memoria histórica lleva implícita la «restitución» de lo que el franquismo destruyó, y lamenta que este «conjunto artístico que es una de las mejores muestras de los años 30 de un cierto racionalismo» se haya convertido en un «buñuelo en medio de la ciudad». «Tal y como está ahora, parece un homenaje a la transición», señala, sin disimular cierta pérdida de paciencia.

Los amigos de la república reclaman que la estatua de la Llibertat, que se recolocó en la plaza de Llucmajor de Nou Barris tras 50 años de ostracismo en un almacén, vuelva a su lugar de origen en el paseo de Gràcia. Esta figura estuvo en el Llapis durante los tres años en los que el conjunto rindió culto a Pi i Maragall, pero el propio alcalde se encarga de rechazar la petición cada vez que se le pregunta. «Está muy bien donde está, en un barrio muy luchador y de clases populares», suele argumentar Hereu.

Sin república, sin por supuesto franquismo, con monarquía sin sentido... ¿Qué significa hoy este monumento? O mejor, ¿dada su orfandad, qué podría significar?