BARCELONEANDO

Memoria de los años chungos

Mario Ortiz, escritor y activista, vivió y venció la plaga de la heroína de los años 70 y 80

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Olga Merino / Barcelona

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Si las crónicas llevasen banda sonora incorporada, aquí estaría sonando ahora mismo 'Sweet Jane', con Lou Reed y The Velvet Underground, algo de los Allman Brothers y, por supuesto, 'Ciutat podrida', de la Banda Trapera del Río. Que no falte el rocanrol, amigos, mucho rocanrol, porque este es un viaje a finales de los años 70 y principios de los 80, al distrito más rebelde y protestón de Barcelona, Nou Barris, que, en realidad, tiene trece barrios.

Antes de antes, cuando el metro no había llegado ni se lo esperaba, los vecinos de Nou Barris se referían al territorio por trozos -"vengo de Roquetes", "fulanito se ha ido a vivir a la Trini"-, fragmentos del extrarradio que el protagonista de estas líneas, el escritor y activista social Mario Ortiz, conoce tan bien como su propia sombra: durante muchos años fue locutor de Radio Bronka y ha vivido toda su vida, los 60 años que acaba de cumplir, entre Torre Baró, Verdum y la Prosperitat, donde fijamos el encuentro. En concreto, en la plaza de Àngel Pestaña, que antes de antes era un descampado, conocido como las barracas de Santa Engracia. Allí malvivían las pobres familias engañadas por un constructor… No puedo disimular mi estrecho vínculo con la Prospe y alrededores, que, en aquellos años, se convertía en un barrizal con las lluvias de cada otoño.

El autor, un Burroughs de barrio, acaba de publicar su tercera obra, 'Un relato oscuro'

El motivo de la charla es que el autor acaba de publicar su tercera obra, titulada 'Un relato oscuro', cuyo protagonista comparte con él idéntica mirada sobre este circo que llamamos existencia. ¿Cómo presentar a Mario? Pues un tipo auténtico, con una trayectoria personal desde la conciencia política hasta el desencanto pasando por la heroína, ese maldito caballo que ahora vuelve a enseñar la pezuña. La primera vez que vio a alguien chutarse fue en la plaza Verdum, en diciembre de 1978, justo cuando volvía de la mili en San Fernando.  

Del sindicato vertical a la CNT

Trabajó en artes gráficas, en la editorial Bruguera por más señas, rompió el carnet del sindicato vertical, se afilió a la CNT y se comprometió en todas las luchas vecinales habidas y por haber hasta la decepción ideológica, cuando vio truncada la ilusión de un cambio político profundo: "Como estamos viendo, el régimen del 78 se ha adaptado al franquismo la mar de bien". Trató de buscar refugio en el ambiente underground, donde se coqueteaba entonces con las drogas: un porrito, una raya, el relincho del caballo. Mario se enganchó.

En realidad, la droga hizo estragos en este barrio, que son nueve. Hace pocos años, el padre Manel Pousa, que fue cura bueno en estos pagos, recordaba en una entrevista en este diario cómo era el ambiente en Roquetes y Verdum a principios de los años 80, con niñas de 14 años pinchándose y mucho tráfico de drogas. Ciudad sin ley. Los pasadizos de las Viviendas del Gobernador se convirtieron en un nido de toxicómanos desnortados.

La teoría vasca

¿De dónde salió aquella droga que nadie conocía? Mario Ortiz y su personaje son firmes defensores de la teoría vasca; es decir, la heroína como arma política introducida deliberadamente por el Estado con el objetivo de alienar una juventud combativa que llevaba años luchando contra la dictadura y no tragaba con los tejemanejes de la transición. El jaco como instrumento de control.

Los 80 fueron muy duros en esa parte de la ciudad, con niñas de 14 años pinchándose, una ciudad sin ley

Gran lector de novela negra, Dashiell Hammett sobre todo, y admirador del virtuosismo de Luis Mateo DíezMario llegó a la escritura por catarsis. Le aplicaron un tratamiento contra la hepatitis C, y los efectos secundarios le provocaron un brote esquizofrénico, con sus angustiosas alucinaciones; "me veía saltando de un puente una y otra vez", confiesa.

Se aferró a sus libretas como a una tabla de salvación, y de ahí salió su primer libro, 'Ruido de fondo', que, con su sintaxis rota, su mezcla de catañol y sus imágenes laberínticas, le convirtió en un Burroughs de barriada. Escribir hace que las piezas encajen. Escribir hace que la vida tenga sentido. Escribir enseña mucho sobre uno mismo. Su último libro, por cierto, está a la venta, en la librería Jojos (Via Júlia, 48) y en el Casal de la Prosperitat.