BARCELONEANDO

Los lobos y el olor a gasolina

En la cárcel se sigue metiendo a la gente sin que esta lo merezca, como sucede con los presos 'indepes'

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Javier Pérez Andújar

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Vaya, iba a poner una cosa y se me ha ocurrido otra. Quería decir que Barcelona es un lugar, y como estaba pensando en sociopolítica me he preguntado qué tendrá de lugar en común, y casi suelto que Barcelona es un lugar común y, claro, entonces me ha venido Flaubert a la cabeza con su 'Diccionario de lugares comunes' en el que arremetía contra los convencionalismos. Solo un francés de aquella época aún cercana a la Revolución (y a las revoluciones) puede hacerse cargo hasta el final del maléfico peligro de lo convencional, nadie puede saberlo tan a fondo como quien ha conocido a los que vivieron los años de la Convención, días a los que también se llama los años del terror. El diccionario de Flaubert ironiza sobre tópicos, ideas preconcebidas y lo que podría designarse, en todos los sentidos, como las convenciones burguesas.

Barcelona es un lugar, o una ciudad, más de septiembres que de octubres, pero ahora ya no me refiero a la política sino a la cultura (Octubre también era el nombre de un bareto que había por el Born, era aquella época roja y crepuscular cuyo mascarón de proa, un cascajo astillado, reproducía la cabeza de Karl Marx igual que en la peli 'Sweet Movie'; por cierto, prohibida y censurada en casi todos los países. Menudo cine que se hacía entonces. ¿Se acuerdan de 'Themroc, el cavernícola urbano', la película en que Michel Piccoli se come a un policía, se acuesta con su hermana -la suya, no la del poli- y deja la fábrica, todo esto en orden inverso, por supuesto?).

En septiembre se celebran en Barcelona las fiestas de la Mercè, donde la cultura acontece en la calle y encima es gratis; también en esos días se instala la Fira del Llibre d'ocasió antic i modern (asimismo en la calle y abierta a todo el mundo), y además está el Barcelona Gallery Weekend (que es el fin de semana de rutas y visitas guiadas por las galerías de arte de la ciudad; aquí, al igual que en la Fira del Llibre, mirar todavía sale gratis. De curiosear portadas de libros, de leer únicamente lomos, también se aprende. Fijarse en cada cubierta, en cada título, en el nombre de cada autor, de cada autora por sí solos, es como mirar hacia arriba en una noche estrellada. A fuerza de insistir, uno va conociendo el universo, sabiendo cada nombre. Y de viajar a ellos, ya ni les digo).

La galería Contrast

El caso es que el otro día andaba por Consell de Cent y me quedé pillado mirando un cuadro tras los cristales de la galería Contrast. Siempre me digo que tendría que ir más (bueno, ir), a visitar galerías de arte; pero vengo de un sitio donde el arte y la cultura brillaban a lo lejos en medio de la noche (por eso he puesto más arriba el ejemplo de la constelaciones) y, antes que de cualquier otra galería, en la calle los chavales de la que hablábamos era de la quinta galería, otro mito lejano pero a la vez inminente que, al igual que en 'Melancolía', la peli de Lars von Trier, se acercaba a nosotros como un planeta amenazador y en cierto modo inevitable, pues sabíamos tantas historias cercanas de peña que había estado en la trena, que nada nos garantizaba que no fuese a ocurrirnos a cualquiera de nosotros algún día. Casi todos los que jugábamos juntos nos hemos librado, pero en la cárcel se sigue metiendo a la gente sin que esta lo merezca, como sucede con los presos 'indepes').

Había un coche amarillo rodeado de lobos en aquella pintura que me dejó clavado a la acera. El nombre del cuadro era 'Los lobos y el olor a gasolina', y formaba parte de una exposición del artista madrileño Íñigo Navarro titulada 'Vida de santo'. La escena tiene lugar en un garaje oscuro, entre pilares que se yerguen sobre la nada como columnas entre ruinas. Los faros del coche están encendidos, quizá el conductor maniobra para salir aunque no se sabe si va alguien dentro, ni siquiera lo saben los lobos que alzan la cabeza bajo la ventanilla. Son 11 lobos (San Agustín decía que el 11 encierra el pecado), pero uno se ha apartado de la manada para mirarnos desafiante. No nos deja acercarnos a lo que ocurre. Nos mantiene fuera del cuadro.

Es un asunto entre lobos pintados. Los otros lienzos también son consternadores. En 'Volar es casi lo mismo que caer' se recrea una escena familiar en un salón atravesado por el vuelo de los patos; por su altivo desencanto, evoca el ambiente de los Royal Tenembaums (la peli de Wes Anderson) pero aquí un niño tenista se ha convertido en niño lobo. ¿Lo sería antes? Y en 'El crítico admirando la muerte de la poesía', la poesía es una mujer que va a caer entre las matas de una vía, junto a la bandera blanca de los que se rinden. El crítico la observa sentado, pero el paisaje que le rodea no es ese áspero secarral, sino un cielo plomizo sobre un terreno verde a la manera de Ruisdael y Constable. En un cuadernillo que acompaña al cuadro se repite una y otra vez la frase "la crítica, si no mata, tonifica" con la obsesión de aquel refrán que escribía Jack Nicholson en 'El resplandor'. La expo acabó esta misma semana. Debiera enterarme antes de las cosas que me gustan.