BARCELONEANDO

De lupanares, apuestas y mejillones

De navaja fácil, los 'pinxos' vigilaban el juego y la diversión en la Barceloneta del XIX

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zentauroepp41794710 barcelona barceloneando rompeolas foto autoritat portuaria180126205853 / Autoritat Portuària

Natàlia Farré

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Los nombres engañan. Vean si no. El Vuelo Americano no es ninguna de las múltiples maneras que existen para desafiar la gravedad. Y un 'pinxo' de la Barceloneta no activa las papilas gustativas. El primero fue una de las consecuencias de los pactos entre el franquismo y EEUU: el proyecto por el que el Army Map Service del Ejército estadounidense cartografió toda la península Ibérica en los 50. Y el segundo, era a finales del XIX lo más parecido a un matón o portero de discoteca de hoy en día.

Una exposición recorre los bajos fondos de los barrios portuarios durante el último siglo

De todo ello, y más, habla la exposición 'El port, territori de frontera', una muestra en el Museu Marítim que retrata el siglo anterior a los cambios urbanísticos y sociales provocados en Barcelona por los Juegos Olímpicos. No en cualquier sitio, sino en la zona portuaria, o sea, en los muelles y en aquellos barrios que los circundan. Espacios en tierra de nadie que por su situación "recogen todo aquello que la ciudad no quiere: la industria pesada y los almacenes de mercancías pero también los bajos fondos". Palabra del antropólogo y escritor Xavier Theros, padre de la exposición. 

Aunque la cosa va de territorio fronterizo y malas costumbres, el Vuelo Americano tiene un papel fundamental: Uno de sus mapas luce en la entrada provocando. Exhibe con todo detalle el litoral de la Barcelona de principios de los 60. Y ahí va un aviso para navegantes: Si no hay tiempo, ¡ni acercarse! Engancha. Mucho. Vías de tren, fábricas y depósitos se levantaban donde ahora luce la Villa Olímpica. De las playas, ni rastro. Ahí estaba el Somorrostro. Y nada de buscar una zona de ocio junto al mar, que por algo había tinglados. O un espacio verde en Montjuïc, lo suyo eran las barracas. Sí había rompeolas con faro y restaurante al final, el Porta Coeli, el comedor más cercano a Mallorca, según los anuncios de la época.

A principios del XX, en Can Tunis, los pobres iban a comer y los burgueses al hipódromo

En el rompeolas se pescaba, se paseaba y se amaba (no en vano por la noche los coches aparcados tapaban los cristales con toallas). Y comer se comía en el citado Porta Coeli, en los merenderos de la Barceloneta o en las 'muscleres', placer gastronómico de las clases populares. Eran plataformas sobre el mar que lo mismo cultivaban mejillones que los hervían y servían para comer. Con rodaja de limón incluida. En 1929 había 60 'muscleres' en Can Tunis, zona que a principios del XX lo mismo acogía el recreo de proletarios y burgueses que los turnos fabriles de los obreros. Así, convivían en equilibrio las 'muscleres', un hipódromo con dos pistas y tribuna para 2.300 espectadores y uno de los grandes astilleros de la ciudad: el Arsenal Civil.

Aunque para entrar en materia, la de los bajos fondos, nada mejor que empezar el relato por un personaje perdido: el 'pinxo'. Perdido porque ya no existe. De hecho, por no existir casi no existe ni su memoria. Ahora mentar un ‘pinxo’ es salivar. Y no. En la Barceloneta del XIX, un 'pinxo' vigilaba la entrada y la recaudación de los cafés conciertos donde se jugaba. Eran gente estrafalaria y de navajazo fácil. Cuenta Josep Pla en 'Vida de Manolo' que la rivalidad entre ellos les llevó en 1880 a un gran enfrentamiento en la Satalia: "Hubo más de 15 muertos. Casi todo el paquete resultó, más o menos, mal herido. Esta Batrocomiomaquia produjo una gran impresión en la Barcelona de aquel tiempo".

Pero en cuestión de mala vida la Barceloneta dejó paso al barrio chino, cuyo núcleo inicial hay que situarlo al lado del cuartel de les Drassanes. No muy lejos estaban las Hortes de Sant Bertran, donde después de la guerra civil se practicaba la prostitución más marginal y degradada: a través de una pared con agujeros en la altura adecuada. No había cara a cara. Nada que ver con el barrio chino de entreguerras, con salas de fiesta, bailes y prostíbulos, y que algunos escritores convirtieron en mito. Una dimensión en el imaginario popular que en realidad no tuvo. Aunque sí hubo salas como Madame Petit, el lupanar más legendario de la ciudad.

Un territorio de frontera que ha cambiado y mucho. Basta con mirar el 'skyline' que aparece al principio y al final de la muestra. La misma imagen con siglo y medio de por medio. Sin comentarios.