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Los niños que dibujaron la guerra

Una exposición rememora los bombardeos de Barcelona con mirada infantil y, de paso, recuerda que la primera concejala de la ciudad no tiene calle

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Carles Cols

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Padrón en mano, en Barcelona viven 67.000 personas mayores de 85 años. No todas nacieron en esta ciudad, cierto. Las que sí, tenían como mínimo cinco años cuando la aviación italiana bombardeaba a la población civil de Barcelona en 1938. Es un recuerdo indeleble. Italia fue pionera en esta materia. A menudo se afirma erróneamente que la guerra civil española fue el laboratorio de esta forma de terror, por aquello de presumir que se ha sido el primero en algo, vicio muy local, pero la aviación italiana ya ensayó esta forma de matar en 1911 en Libia. Los aviadores lanzaban las bombas a mano sobre los oasis enemigos. No hacía ni ocho años del primer vuelo de los hermanos Wright y ahí estaban los italianos, innovando. Menudo primer tercio del siglo XX regalaron al mundo.

No hacía ni ocho años del primer vuelo de los hermanos Wright e Italia ya se iniciaba en el bombardeo aéreo

Mayores de 90 años, es decir, con un recuerdo más nítido, quedan vivos alrededor de 25.000 barceloneses. A ellos, en primer lugar, está dedicada la recomendable exposición que se acaba de inaugurar en el Born Centre Cultural (BCC). Una infancia bajo las bombas. Así la han titulado. Estará abierta hasta el próximo 31 de marzo, o sea, dos meses después del octogésimo aniversario de la rendición de Barcelona.

Merece la pena ir al BCC de visita, entre otras razones, por la exhibición de un material jamás expuesto en Barcelona, los dibujos que los niños de entonces, es decir, los nonagenarios de hoy, hacían en clase sobre los bombardeos y sobre el día a día de la guerra. Eran dibujos terapéuticos, pero también material de propaganda. En 1938, se expusieron en Moscú y en la Quinta Avenida de Nueva York. En Estados Unidos se llegó a vender un catálogo impreso de los dibujos con un prólogo introductorio de Aldous Huxley, al que ya le había alcanzado la fama desde la publicación, en 1932, de Un mundo feliz. Se vendían a un dólar, para contribuir a la causa. Así, como muy pronto se evidenció, no se ganaba una guerra.

Aquellos dibujos eran terapéuticos, pero a la par propaganda. Se exhibieron en Moscú y en la Quinta Avenida de Nueva York

La exposición relata con voces de la época lo que fueron aquellos bombardeos y, a su manera, es un anticipo de otro proyecto que ultima el historiador Ricard Vinyes, comisionado de Memòria del Ayuntamiento de Barcelona, una topografía de la destrucción que sufrió hace 80 años la ciudad.

La exposición (último spoiler antes de ir al lío, que lo hay) tiene una segunda parte que también merece ser destacada. Un niño de la guerra fue Josep Guinovart. El inicio de la contienda le pilló con nueve años. Con 11, la familia buscó refugio en Agramunt. Fue un destino inapropiado si buscaban paz. Allí fue la aviación alemana la que lanzaba las bombas. Destruyó más de un 60% de las construcciones del pueblo, un minidresde. La obra artística posterior de Guinovart pivotó siempre sobre el eje de aquellos recuerdos de infancia, sobre todo, su reflexión sobre el Guernica de Picasso, visitable hasta el 31 de enero en el BCC.

El caso es la presentación de esta muestra ha corrido a cargo, entre otros, de Gerardo Pisarello, teniente de alcalde de Barcelona, que muy peleón ha dicho que Pedro Sánchez practica la equidistancia en cuestiones de guerra civil y que, en consecuencia, da aire a quienes se oponen a la exhumación de los restos de Franco. Ha sostenido que los bombardeos de la aviación republicana, que los hubo aunque fueran pocos, no eran ni de lejos tan malignos como los del bando nacional, ha subrayado que aún espera que Italia pague por sus crímenes y (a veces cuesta entender la notas cuando el político al micrófono junta tantas ideas) ha arremetido incluso contra Manuel Valls. Por lo que sea, pero el alcaldable también ha recibido. Todo eso para presentar La infancia bajo las bombas. Luego no ha dejado que le pregunten sobre cuestiones de actualidad política.

La memoria local es así. Barcelona le dedica una calle al cardenal que lucho contra la escuela moderna y se olvida de la primera concejala de la ciudad, que hizo lo contrario

A continuación ha sido el turno de Vinyes, que siempre es un placer. Ha recomendado, sobre todo, prestar atención a un objeto de la exposición, un fragmento de madera de la Escola del Mar, otro hit de la aviación italiana. En su opinión, simboliza a la perfección lo que se pretendía. No solo era por amedrentar, por minar la moral en la retaguardia. Había también, según el comisionado, un propósito expreso de destruir una forma de ver el mundo, y la Escola del Mar, que tenía los pies casi sobre la playa de la Barceloneta, lo tenía. Fue fundada por el pedagogo Pere Vergés, que bajó a los profesores de la tarima y los puso a la altura de los alumnos, niños y niñas en una misma clase. Tenían un gramófono. Escuchaban a Mozart y Txaikovsky. Tal era su fama que cuando Albert Einstein visitó Barcelona, para allí que le llevaron.

El caso es que Vinyes, un pozo sin fondo de información, recordó cuán difícil fue el parto del modelo educativo catalán de aquella época, concebido en 1908, pero por la resistencia de los de siempre, la Iglesia, por ejemplo, no puesto en práctica verdaderamente hasta 1931. Entre sus más firmes detractores estaba el cardenal Casañas. Entre quienes más lucharon por la escuela catalana destaca Dolors Piera, la primera concejala del Ayuntamiento de Barcelona. El primero tiene una calle dedicada, decadente, de acuerdo, pero la tiene. La segunda, no. Por si alguien recoge el guante, queda dicho.