La mayor fiesta mayor

La Mercè cruza el Rubicón

Barcelona lleva su fiesta mayor hasta la riba de Santa Coloma y nada ilustra mejor el éxito de la idea que el imprevisto baño del público en el río

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Carles Cols

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La Mercè del 2018, o sea, la que nos ocupa, será recordada como la primera ocasión en que la fiesta mayor de Barcelona sobrepasa los límites de su propio término municipal y pone un pie en casa de un vecino, Santa Coloma de Gramenet, que amablemente ha abierto sus puertas, pero eso es solo un apunte administrativo, simple geografía política. No hay una línea discontinua en el asfalto que como en los mapas indique dónde termina un municipio y dónde comienza el siguiente. Lo interesante es cómo lo ha hecho. Poco después de mediodía, cuando la compañía Cíclicus acababa de dar comienzo este domingo a su espectáculo, un par de niños y un perro ponían los pies en un pequeño canal lateral del río Besòs, en la riba barcelonesa, una zona de apenas un palmo de agua de profundidad. Eran la envidia de quienes estaban bajo el sol. Al cabo de una hora, cuando bajo uno de los puentes del parque fluvial el grupo Masnou Orleans ponía al público a bailar swing, eran ya un par de decenas las personas, niños y adultos, las que se bañaban en mitad de esta cuenca fluvial que hace unos 40 años fue considerada la más contaminada Europa y que ahora, tras una encomiable labor de regeneración, es el hogar incluso de hermosotas anguilasEl baño, claro, estaba fuera del programa de la Mercè, pero sin duda formaba parte de la fiesta. Era un espectáculo más. Era el espectáculo.

Hace 40 años esta era una cuenca miasmática, inimaginable escenario de una fiesta mayor. El baño lo dice todo

Hace un par de años, a la vista de que la fiesta mayor de Barcelona se consolidaba en la Ciutadella y en el castillo de Montjuïc y que ese septiembre del 2016 exploraba nuevos espacios como el parque de la Trinitat Vella, la crónica para ocasión se tituló La Mercè se quita el corsé. Está en la hemeroteca. Visto con distancia, podría parecer ahora un título de la época del cine setentero del destape. No era el propósito. Bueno, un poco sí. Pero la intención principal era subrayar el acierto del Institut de Cultura de Barcelona (Icub) de que la fiesta mayor no lo fuera solo de Ciutat Vella, pues habían concluido allí que había que llevarla a los barrios y, de paso, como dicen los urbanistas, esponjar el centro para que no muriera de éxito. Lo hicieron y acertaron.

Este año, lo fácil ahora sería decir que la Mercè se despelota (de hecho, un par de mozalbetes literalmente se sumergían desnudos en el río), pero toca ser más elegantes y titular, por ejemplo, que la Mercè cruza el Rubicón, que parecerá exagerado, porque es una expresión que se acuñó cuando Julio César se dispuso a invadir la Galia, pero que no lo es tanto si se tiene en cuenta que el Rubicón es en realidad un riachuelo de muy poca monta, de menos de 25 kilómetros de longitud. No está claro qué dijo exactamente Julio César justo antes de que su caballo Genitor metiera las patas en el agua. Depende del autor. Gana en popularidad la versión de Suetonio, la de alea jacta est, pero Plutarco sostiene que para la ocasión el militar romano recurrió a una cita en griego, mucho más cool entonces, traducible libremente como “que empiece el espectáculo”. Quedémonos con ella, por más oportuna.

El Icub rebobinará la Mercè del 2018 dentro de unos días para analizarla pacientemente. Tal vez este lunes den ya algunos datos para los más ansiosos. Se suele cifrar en un millón y medio el número de espectadores. El análisis más interesante es otro. Por ejemplo, cuál es el futuro del parque fluvial del Besòs como espacio de la fiesta mayor, es decir, si merece la pena o no repetir el próximo año. Será muy difícil ponerle peros. De entrada, ha llevado la Mercè al Bon Pastor, un barrio fronterizo, con todo lo que ello comporta, apenas conocido por los foráneos, pero con parada de metro a menos de dos minutos de las actividades programadas en la Mèrcè, un lujo en comparación con las incomodidades que sufren quienes prefieren la programación de circo del castillo de Montjuïc.

El parque fluvial como espacio de la Mercè tiene lo que echa en falta el público del circo del castillo de Montjuïc: una parada de metro

El parque fluvial del Besòs es una joya. Lo saben sus usuarios habituales. La riba de Santa Coloma, por la razón que sea, tiene más pegada que la otra. Esa gran alfombra verde al lado del río reconforta a la vista. Los ciclistas se lo pasan allí como Induráin cuando la etapa era de contrarreloj. Merece la pena redescubrir ese lugar. Habla muy bien de los políticos y los ingenieros que durante años pusieron todo su empeño en resucitar aquella antaño cuenca miasmática. A su manera (es una opinión) ese improvisado baño que este domingo ha tenido lugar de forma lúdica allí era un homenaje, un digno epílogo tras tanto esfuerzo. A lo mejor, el año que viene el Icub toma medida para que no vuelva a suceder, pero lo que casi parece seguro es que la fiesta volverá a ese entorno y, quizá, con más decisión, porque la oferta ha resultado ser tímida vista la respuesta ciudadana.

Una fiesta sin techo

El balcón sobre el Besòs que se disfruta desde el Bon Pastor es el Coney Island barcelonés, vamos, que cae lejos del centro pero merece la pena. En esta Mercè, las atracciones infantiles de la compañía teatral Antigua y Barbuda (no queda claro si el nombre se refiere al país caribeño) le proporcionan al lugar ese aire viejuno y entrañable del parque de atracciones de la playa de Brooklyn. Los niños hacían cola antes incluso de que abrieras puertas, estaban encantados, incluso tanto como los que se bañaban, que ya era mucho. Pero saltaba a la vista que el potencial del lugar es mucho mayor del que ha programado el Icub. Tocará esperar a la Mercè del 2019 para ver qué se decide al respecto, pero lo que ya resulta incuestionable es que no se conoce aún el techo de la fiesta mayor de la ciudad. El público nunca falla, y eso que, programa en mano, son hasta 24 las plazas, parques, calles o recintos en los que se celebra la fiesta.

El piromusical, en la avenida de Maria Cristina, y el correfoc, en la Via Laietana, son sin duda los imanes más potentes. Las cifras lo confirman. Son clásicos desde hace casi 40 años. Pero los recién llegados, como la Ciutadella, estrenada como espacio Mercè en el 2014, hace nada, se han consolidado a una velocidad récord y, así, han servido de laboratorio para saber qué hacer con los que han venido después, como la Trinitat Vella y ahora el Besòs. Las lecciones son muchas. Incluso los trucos y picardías. He aquí, como epílogo y propina, una recomendación del programa de la Ciutadella por si alguien no ha reparado en él. Es el Bust cantaire de Jordi Teixidó. Es una desopilante proyección de video sobre un busto escultórico medio oculto entre la vegetación del parque. Lo interesante es que el espectáculo se repite cada años desde el 2014. Queda solo un día de Mercè. Merece la pena. El Besòs, también.