HOMENAJE CON RITMO

Esta rumba está muy viva

Los vecinos de la calle de la Cera celebran la inauguración de los murales rumberos con una jarana maratoniana y multitudinaria

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Miqui Otero

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Decía el Gato Pérez que tres son los pilares donde se sustenta el arte de vivir: biblioteca, calle y atalaya.

Los libros custodian el pasado y dan la posibilidad de vivir muchas existencias en el tiempo limitado de la nuestra. La calle es hambre de futuro e inteligencia intuitiva. La atalaya es esa torre a la que debemos subir para poder tomar distancia y entender por qué sufrimos allá abajo. Con esta lógica rumbera, es tan importante bendecir un arroz con bacalao como un monumento, tan vital el que canta como el que escucha, tan crucial celebrar la memoria del barrio como celebrar, a secas. Porque, indudablemente, "es mejor reír que llorar", la mejor definición metafísica de la rumba, según defendía su gran 'showman' Ramunet. Y no hay mejor consejo que el legado por Los Amaya: "vive la vida hoy, aunque mañana te mueras".

A la espera del mañana, este sábado se bendecían esas preciosas medianeras festoneadas con las caras de los rumberos del pasado, del presente y del futuro, esas esculturas o estelas o murales, puntillas o encajes de plato de papel, que adornan el número 6 y el 57 de la Calle de la Cera gracias al programa Cultura Viva y a las instituciones del distrito. Pero los verdaderos homenajeados fueron esa calle y los que la pisaron y la pisan. Y no hay homenaje sin jarana ni juerga sin palmas ni invierno sin ventilador, así que el cruce de la Ronda Sant Pau con la Calle de la Cera, donde Peret y el Chacho aún con acné juvenil ensayaban hace medio siglo lo que sería la rumba catalana, ha vivido todo un día de celebración.

La rumba marcaba cada gesto. Sobrevolaba los talleres para niños que aporreaban cajones de cartón hasta resucitar a 'El muerto vivo'. Alentaba los testimonios de una radio en directo con los vecinos como invitados, donde un gitano octogenario del barrio, bigotito canoso (como de sorbo apresurado de cerveza) y bastón con empuñadura de perro (algo parecido a un galgo), recordaba los años del estraperlo, prometía garrotadas para los que no amaran la rumba, hablaba de 'tomar l’oliveta', el vermú, los domingos. Vivía y respiraba la rumba con el Petitet, que daba un discurso justo antes de Ada Colau, alcaldesa también gracias al runrún rumbero: "Ya me ha dicho antes que estaba 'molt guapu'".

Leyendas y nuevos valores

"Ha sido interesante, pero ahora toca pasarlo bien", canta ahora el Gato Pérez. Porque después de los discursos llegó ese arroz tan popular (y democrático y sabroso y salado) como esta música. La espera a que cueza el arroz suele eternizarse y hay quien dice que si miras la olla, el agua no hierve. Pero eso no es problema si tiran el arroz al sofrito leyendas del barrio como el Petitet o nuevos valores como Sam Mosketón, si la espera se ameniza cantando la meta-rumba Sarandonga (un arroz con bacalao).

"Vives a través de la rumba: ríes y lloras y cantas rumba", explicaba Mosketón. Venía acompañado por unos 15 niños del barrio de San Roc. Los fantásticos Cajones Sanroqueros, chavales de familias más complicadas que los amores de un tango, a los que él enseña a buscar el rumbo a través de la rumba. Antes habían protagonizado un pasacalles, explicando cómo los gitanos iban al cine del Padró con ollas de escudella o el lugar donde compraban las telas para luego revenderlas al lote. O, lo que es lo mismo, 'enredant per allà, enredant per aquí'.

Antes de la explosión olímpica de la rumba

Mosketón vivió de niño juergas rumberas en el Bar del Toni, el palmero de Peret, el de las gafas, hasta que se quedaba dormido sobre dos sillas alineadas en los años previos a la explosión olímpica de la rumba. Se estrenó con su primer grupo en L’àvia, pizzería regentada por ese uruguayo experto en ocultismo, el lugar al que hacia las cinco de la tarde se dirigía este sábado Jaume Sisa. "Sí, me encanta la rumba. Pero por generación yo era más del Gato, que siempre quería ir a conocer a los gitanos, porque decía que era la única música popular interesante de toda la que se hacía aquí".

Y era inevitable: "Amigo sirva una copa, que este cante nos invita. Y aunque a ustedes no les importe, voy a contarles mi vida". Este cronista que les habla se emocionó cuando sonó 'Gitana hechicera' y chicas con aros y chicos con tupés se hacían selfis al lado del escenario. Creció muy cerca de aquí y ver a Peret en la tragaperras de Els 3 tombs era como avistar a Elvis en una gasolinera de Montana. En pisos de amigos y familiares podía aparecer un palmero ofreciendo 'bon gèneru' y toallas de marca (blanca). Sospechaba, mientras esperaba los multitudinarios conciertos de la tarde, deslucidos en algunos momentos por problemas técnicos, el fresco huracán de palmas de Los Amaya y Peret Reyes y el Petitet y la Pepi y otros muchos, que no se puede explicar la rumba en una crónica. La rumba se puede enseñar, incluso estudiar, pero se entiende solo cuando suena. Cuando la tocas o te toca. Porque "si la canción que te canto no te llena de alegría, por más cosas que te diga, no sirve de ná".